– ¿Matt?
– No me había dado cuenta hasta ahora -dijo él.
– ¿De qué?
– De que, en algún momento, me he convertido en algo más que en un proyecto para ti. ¿Cuándo cambió?
Ella se quedó paralizada, sin respiración. Allí estaba lo que había querido evitar, aquel momento de humillación total. Porque él ya no era un pobre bicho raro que necesitara su ayuda. Era masculino y capaz, y alguien por quien se sentía muy atraída. Matt podía aplastarla emocionalmente como si fuera un insecto.
– No sé de qué estás hablando. Bueno, tengo que irme porque se ha hecho tarde.
Había un inconveniente: que habían ido en el mismo coche. Demonios.
– Jesse.
El modo de pronunciar su nombre hizo que ella se estremeciera.
– ¿Qué?
– No has respondido a mi pregunta.
– No puedo.
– ¿Por qué?
– Porque estoy asustada.
Ahí estaba. La verdad. Toda la verdad, dejándola expuesta. ¿Y si él se echaba a reír? ¿Y si le decía que agradecía sus sentimientos, pero que sería mejor que sólo fueran amigos? ¿Y si…?
Entonces Matt se acercó a ella de dos zancadas y la besó.
Fue un beso suave, como si estuviera dándole la oportunidad de que se acostumbrara a estar cerca de él. Ella alzó los brazos, pero volvió a bajarlos. Por primera vez en su vida, no sabía cómo responder.
Él ladeó ligeramente la cabeza, pero no profundizó en el beso. Pasaron los segundos, y ella se vio embargada por el miedo y el deseo. Finalmente no pudo soportarlo más y se apartó.
– No puedo -susurró-. No puedo hacer esto.
– ¿Por qué no?
– Porque no soy lo que tú piensas. No soy nadie con quien tú quieras estar.
– Eres exactamente la persona con la que quiero estar -replicó él-. Lista, divertida y buena. Y también muy sexy.
– Lo que pasa es que estás agradecido porque te he ayudado a ver tu potencial.
– Estoy mucho más que agradecido -dijo él, y volvió a besarla-. Eres preciosa -murmuró entre besos-. Eso es lo que recuerdo de la primera vez que nos vimos. El sol en tu pelo, y cómo tu sonrisa me llegó directamente a las entrañas. Fue el mejor y el peor momento de mi vida. El mejor porque te conocí, y el peor por lo que habías visto.
– Matt, yo nunca pensé nada malo de ti -dijo Jesse, que apenas podía hablar. Estaba ardiendo en todos los lugares que él rozaba, y en otros que él no rozaba.
– Lo sé. Para mí fue increíble. Viste más allá de las apariencias. Y cada vez que salgo con una chica, lo único que pienso es que me gustaría estar contigo.
Entonces volvió a besarla, con dureza, con ardor. Ella separó los labios porque no tenía otra elección. Lo acogió en su boca, dejó que sus lenguas se tocaran, sintió cómo se le hinchaban los senos.
Se apretaron el uno contra el otro, todo el cuerpo. Él ya estaba excitado, y Jesse pensó de repente, con tristeza, que todo sería muy fácil. Podría acostarse con él allí mismo, en aquella casa vacía, y podrían estar juntos. Y después ¿qué?
Se le llenaron los ojos de lágrimas. Se apartó de él y se dirigió apresuradamente hacia la puerta.
Matt la alcanzó cuando estaba saliendo y la tomó del brazo.
– ¿Por qué estás huyendo? -le preguntó.
Ella tuvo que esforzarse por no llorar.
– No puedo hablar de ello. Lo siento. Deja que me vaya.
– Jesse, no. Habla conmigo. Dime lo que está pasando.
Ella lo miró. Quizá lo mejor fuera decir la verdad.
– Tienes razón -murmuró-. Eres algo más que un proyecto. No quería que pasara esto, sólo quería mejorar algo, ¿sabes? Hacer algo bien. Te vi y me di cuenta de que eras estupendo. Y después, cuando empezamos a quedar, me di cuenta de que eras incluso mejor de lo que pensaba.
– Tú me adoras, y a mí me gusta que me adoren. ¿Qué tiene de malo?
Pese a todo, ella se echó a reír.
– No eres tú. Matt. Soy yo. No soy quien tú crees.
– Ya lo has dicho antes, y no es cierto. Te conozco.
– No. Tú conoces a la persona que yo te he dejado ver, pero no soy ésa. Siempre he sido un desastre. Mi hermana dice que soy una inútil profesional, y tiene razón. Comencé a beber cuando tenía doce años. Me metí en las drogas cuando tenía trece. Me aburrí cuando tenía catorce, porque entonces descubrí a los chicos.
Jesse caminó hacia la ventana, porque mirar los árboles era mucho mejor que mirarlo a él y ver cómo se reflejaba la desilusión en sus ojos.
– Muy pronto aprendí que ser una chica fácil también era un modo de ser popular en el instituto. También me gustaba el sexo en sí mismo. Sobre todo, estar cerca de alguien, sentir que importaba, aunque sólo fuera durante unos minutos. Fui la chica fácil durante todo el instituto. Nicole se enteró y me llevó al médico para que me dieran la píldora y no me quedara embarazada. Tuve suerte, porque no me contagiaron ninguna enfermedad. Pero hubo chicos, Matt. Muchos. De algunos ni siquiera me acuerdo.
– ¿Esos chicos que llaman?
– Me acuesto con ellos. Con todos -contuvo las lágrimas y siguió-: Pero entonces te conocí, y me di cuenta de que eras genial, y de repente quería más. Quería ser distinta para poder gustarte. Tú puedes estar con alguien mucho mejor que yo. Yo estoy a la deriva, sin rumbo; vivo con mi hermana y no sé cómo encarar el futuro. Tú no necesitas eso. Necesitas a alguien tan centrado y estupendo como tú.
Ya lo había dicho. Todo, o casi todo.
– ¿Has terminado con los otros tipos?
Ella bajó la cabeza.
– Sí. Ya no quiero ser esa persona. Quiero… muchas otras cosas.
Entonces él la abrazó. Jesse mantuvo los brazos cruzados en una posición de defensa, pero Matt siguió abrazándola.
– ¿Es que no sabes que nada de eso tiene importancia?
Ella lo miró.
– No lo dices en serio.
– Claro que sí. Jesse, tu pasado no cambia nada. Tú eres la persona con la que quiero estar, por cómo eres ahora.
Matt estaba poniendo las cosas demasiado fáciles.
– Quiero creerte -susurró Jesse.
– Entonces inténtalo. Date tiempo. Yo no voy a fallarte -dijo él, y después sonrió con reticencia-. Y no te voy a presionar sexualmente. Aunque quiera hacerlo.
Ella sonrió.
– Si hay alguien que tiene que contenerse, soy yo.
– No me asustas.
¿Cómo era posible?
– Yo estropeo las cosas. Destruyo las relaciones importantes.
– No, claro que no.
– Matt, tienes que escucharme.
– Jesse, ¿quieres salir conmigo? ¿Quieres estar conmigo?
– Sí.
– Entonces hazlo. El resto funcionará por sí solo. Yo puedo enfrentarme a todo lo que me propongas. ¿Lo crees?
– Quiero creerlo -dijo ella.
– Pues confía un poco en mí. No te voy a fallar, te lo prometo, pase lo que pase. Sólo quiero que me des la oportunidad de demostrártelo.
Ella asintió, porque no tenía otra elección. Alejarse de él le resultaba imposible de imaginar. Quizá Matt tuviera razón, quizá pudiera confiar en él. ¿No sería un milagro?
Capítulo Ocho
Presente…
Matt había crecido en apartamentos pequeños. El sueldo de higienista dental de su madre no daba para más. Sin embargo, aunque habían tenido dificultades económicas, él nunca lo había acusado. Su madre siempre se las arreglaba para convertir los momentos sencillos en algo especial, y siempre había encontrado dinero para las cosas importantes.
Él le había compensado con creces aquellos esfuerzos cuando le habían concedido la licencia sobre la modificación del juego. Se habían mudado a una casa bonita en Woodinville, y ya no habían vuelto a tener problemas de dinero. Había comprado la casa al contado, porque quería hacer aquello por su madre, porque ella era su única familia. Porque era lo que tenía que hacer.
En aquel momento, mientras estaba frente a la casa, pensó que si tuviera que hacerlo otra vez, quizá no fuera tan generoso. Apenas había hablado con su madre durante los últimos cinco años. Le pedía a Diane que le enviara unas flores por su cumpleaños y un regalo en Navidad, nada más. Porque nunca le había perdonado que le contara lo de Jesse y Drew.