No, no el hecho de que se lo contara. El hecho de que se sintiera feliz por aquella noticia.
Cuando Jesse le había telefoneado para sugerirle que fuera a pasar un rato con su hijo, él había accedido. No porque tuviera muchos deseos de conocerlo, sino porque era ventajoso para su plan. Lo que más le molestaba era la manera en que ella ordenaba. No por mucho tiempo, pensó. Pronto, él tendría las riendas de la situación.
Recordárselo una y otra vez lo ayudaba con la ira que seguía aumentando en su interior. Lo había estropeado en la cena, y lo sabía. Besar a Jesse había sido un error. Había reaccionado con fuerza y con deseo ante aquel beso. Después de tanto tiempo, ¿cómo era posible?
Él sabía que aquella pasión instantánea siempre había formado parte de su relación con ella, y parecía que el tiempo no lo había cambiado.
Recorrió el camino hasta la puerta y tocó el timbre mientras intentaba borrar de su mente todos los recuerdos de su vida allí. La puerta se abrió inmediatamente, como si su madre lo hubiera estado esperando.
Paula se quedó en el vano, mirándolo con una expresión de esperanza y dolor. Sonreía, pero tenía lágrimas en los ojos.
– Oh, Matthew -susurró-. Te he echado de menos.
Aquellas palabras lo sorprendieron, como su vulnerabilidad.
– Pasa, pasa -le dijo ella-. ¿Cómo estás? Tienes muy buen aspecto. Gabe está muy contento por tu visita. Lleva hablando de eso desde que se ha levantado. Es un niño muy feliz. Se despierta entusiasmado por el nuevo día.
Se oyó el sonido de unos pasos y Gabe apareció derrapando por la esquina del pasillo, se detuvo en seco y se quedó mirando fijamente a Matt.
Matt lo miró también, sin saber qué decir ni qué hacer. Aquélla era la parte en la que no había pensado. Estaba tratando con un niño.
– Ah, buenos días -dijo.
Gabe parpadeó.
Matt se sintió como un idiota, algo que no le gustaba, y de lo que culpaba a Jesse. Paula le acarició la cabeza al niño.
– Tu papá va a pasar la mañana con nosotros. Va a ser divertido -dijo, y sonrió a Matt-. Ayer hicimos galletas. He pensado que podíamos glasearlas esta mañana. A Gabe le apetece mucho, ¿verdad?
El niño tenía sus mismos ojos, pensó Matt.
– Me gustan las galletas -dijo-. ¿Y a ti?
El niño asintió. ¿No había dicho Jesse que tenía facilidad de palabra? ¿No debería estar hablando?
Paula los llevó a la cocina.
– Aquí estamos -dijo ella, señalando las galletas que había dispuesto sobre la mesa. Había bolsas de pastelería llenas de baños de colores. Paula observó la chaqueta del traje de su hijo-. Tal vez sea mejor que dejes la chaqueta en la otra habitación y te remangues. Esto va a ser muy pringoso.
Quince minutos después, Matt se había dado cuenta de que su madre hablaba en serio. Lo que a Gabe le faltaba de habilidad, lo suplía con su entusiasmo mientras derramaba los baños de colores por las galletas, por la mesa y sobre sí mismo. Sonreía y se reía mientras el azúcar se pegaba por todas partes.
Paula se inclinó sobre su hombro.
– ¿Eso es un perro? Creo que es un perro.
Gabe sonrió.
– Sí. Con pintas.
Matt miró el manchurrón de colores verde y naranja. ¿Cómo podía ser eso un perro? No parecía nada. ¿Cómo lo había imaginado su madre?
Usó la bolsa de azúcar glas para dibujar unas rayas en algunas de las galletas. Se sentía incómodo y fuera de lugar. Gabe seguía mirándolo, como si esperara algo.
Paula le señaló al niño varias galletas redondas.
– Hemos hablado sobre poner los números en éstas -dijo-. Gabe, ¿por qué no empiezas tú? Pon el primer número, y tu padre pondrá el segundo.
– ¡Vale! -dijo Gabe. Tomó la bolsa de baño morado y dibujó una línea bastante recta-. Eso es un uno.
– Bien hecho -dijo Paula, y miró a Matt-. ¿No te parece que está muy bien?
Matt asintió.
– Está fenomenal -respondió, sintiéndose como un idiota.
– Ahora, tú pon el número dos -dijo Gabe.
– Claro -dijo Matt, y dibujó el número sobre la galleta.
Paula dio unas palmaditas.
– Es genial. ¿Cuál es el siguiente, Gabe?
– El tres -dijo el niño, y se inclinó sobre la galleta. Se concentró tanto que se le pusieron las mejillas coloradas. Lentamente, apareció un tres tembloroso.
Siguieron contando hasta diez. Cuando terminaron, Paula lo miró.
– Gabe también sabe el abecedario, y está aprendiendo a leer.
– Muy bien -Matt no sabía si aquello era impresionante o no. ¿A qué edad comenzaban a leer los niños?
Paula ayudó a Gabe a lavarse las manos en la pila de la cocina, y a quitarse el azúcar. Matt hizo lo mismo en el aseo de invitados, preguntándose durante todo el tiempo qué estaba haciendo allí. Claro, tenía que pasar tiempo con su hijo porque era parte de su plan, pero no se sentía bien, ni cómodo.
Estaba claro que no se le daban bien los niños. Le parecía difícil tratar con Gabe. Pensó en que Heath tenía razón al decirle que, si ganaba el juicio contra Jesse, iba a terminar con su hijo. Y no había manera de que él pudiera manejar solo aquella situación.
Cuando volvió a la cocina, Gabe se había ido. Paula se volvió hacia él.
– ¿Sabías que Jesse estaba embarazada? -le preguntó-. ¿Te lo dijo?
– ¿Dónde está Gabe?
– En su habitación, eligiendo los juguetes que quiere enseñarte. Aunque ya sé que tú ni siquiera vas a fingir que te interesa. ¿Te lo dijo?
Él no sabía con cuál de los dos ataques comenzar.
– Mencionó que estaba embarazada, pero yo no pensé que el niño fuera mío. Se había acostado con… -otros tipos. Con Drew. Aunque Jesse lo había negado y era evidente que Gabe sí era hijo suyo-. Nunca pensé que el niño fuera mío -repitió.
Paula lo fulminó con la mirada.
– ¿Cómo pudiste permitir que se marchara sin averiguar la verdad? Te crié para que te hicieras cargo de tus responsabilidades. ¿Qué clase de hombre no se molesta en averiguar si su novia está embarazada de su hijo?
Matt se quedó mirando a su madre fijamente.
– ¿Por qué me dices ahora todo esto? Antes odiabas a Jesse.
– Me equivoqué. Y no es precisamente de eso de lo que quiero hablar. ¿Sabes lo que hemos perdido los dos? Años que no vamos a poder recuperar nunca, Matthew, de ver crecer a tu hijo, a mi nieto. El hecho de estar presentes en su nacimiento. Todos esos momentos preciosos se han perdido porque tú no te molestaste en averiguar la verdad.
– Espera. Tú eres la que me dijo que se había acostado con otro. Y estabas muy contenta por ello.
– Me equivoqué en muchas cosas, y he pagado mis errores con creces. Pero no sabía que Jesse estaba embarazada. Si lo hubiera sabido, habría ido a buscarla. Habría insistido en que se quedara hasta que se confirmara la paternidad. Estamos hablando de tu hijo, Matthew. De tu hijo. ¿Es que eso no significa nada para ti?
Antes de que él pudiera responder, Gabe entró corriendo en la habitación, con un enorme camión de bomberos, casi tan grande como él.
– ¡Mira! -exclamó con evidente orgullo.
Matt miró a su madre, que lo fulminó con la mirada. Allí no iba a encontrar ayuda.
– Es un camión… eh… muy grande.
Gabe asintió.
– Es mi favorito. Puedo montarme encima. ¿Quieres verlo?
– Claro.
Gabe preparó el camión, se puso a horcajadas en él y se empujó con los pies. Se dirigió hacia la sala de estar.
– Ve con él -dijo Paula en tono de enfado-. Haz algo.
– No sé qué hacer. No lo conozco.
– ¿Y de quién es la culpa?
– Podrías ayudarme.