– Podría, pero no voy a hacerlo. Tú has creado este problema, arréglalo tú -dijo, y se dio media vuelta.
Él siguió a Gabe a la sala de estar, donde el niño lo miró con expectación. Matt se quedó allí plantado, sin saber qué hacer, furioso con su madre y con Jesse.
– ¿Quieres jugar a algo? -le preguntó.
Gabe suspiró, y después negó con la cabeza.
– ¿Ver una película?
El niño se levantó y volvió a la cocina, donde corrió directamente hacia Paula, se abrazó a sus rodillas y comenzó a llorar.
– No he hecho nada -dijo Matt.
– Ya lo sé. Ese es el problema -dijo ella, acariciándole el pelo a Gabe-. Matthew, tienes mucho que aprender sobre niños.
Enfadado y confuso, salió de la casa y cerró de un portazo.
Se suponía que las cosas no debían ser así, pensó, pero tampoco sabía cómo debían ser.
Jesse entró al pequeño restaurante chino después de tomar aire profundamente un par de veces. Matt ya estaba allí, sentado en una mesa junto a la pared. Él se levantó al verla.
– Gracias por venir -le dijo.
Ella asintió e intentó sonreír. Quería decirle que sólo había ido allí porque Paula le había contado que su cita con Gabe de aquel día había sido un desastre, pero la verdad era más incómoda. Estaba allí porque lo había echado de menos. El hecho de verlo la otra noche, de estar con él, de hablar con él y de besarlo, había abierto demasiadas puertas al pasado.
Cuando Jesse se sentó, él se inclinó hacia ella.
– ¿Te ha contado mi madre lo mal que me han salido las cosas con Gabe?
Jesse suspiró.
– ¿No deberíamos empezar con una conversación más relajada? Yo te preguntaré qué tal tu día de hoy, y tú podrías preguntarme por el mío.
– Si quieres… ¿Cómo te ha ido el día?
– He estado muy ocupada. Los brownies se están vendiendo muy bien, lo cual es estupendo para mí, pero creo que a Nicole le exaspera.
– ¿Sigues teniendo problemas con ella?
– Problemas no es exactamente la palabra. Es distante y, no sé, quizá sigue enfadada. Es como si fuéramos dos desconocidas.
– Dale tiempo.
– Pero quiero que se arregle ahora.
Él la sorprendió con una sonrisa.
– La paciencia nunca fue tu punto fuerte.
– Pues tenía más que tú.
– Golpe bajo.
Entonces fue ella la que sonrió.
– Era lo único en lo que te ganaba.
– No es verdad.
– Oh, vamos. Tú eras más listo. Y exitoso.
– Tú tenías un gran sentido del humor.
– Cierto.
– Y eres más guapa que yo.
Ella agradeció el cumplido.
– Si tú lo dices…
– Pues sí. Todavía llevas el pelo largo. Te queda muy bien.
– Gracias -dijo Jesse, y quiso cambiar de tema-. ¿Cómo te ha ido el día a ti?
– Bien. Estamos preparándonos para lanzar un nuevo juego, y hay mucho trabajo. Vamos a dar una gran fiesta. Sé que me estoy haciendo viejo porque estoy pensando que va a ser muy ruidosa y demasiado larga.
– Tú no eres viejo. Apenas tienes treinta años.
– Un par de chicos del equipo están todavía en la universidad. Comparado con ellos, soy prácticamente un anciano.
Apareció el camarero. Matt pidió varios platos para que compartieran, y dos cervezas. Cuando se quedaron a solas, Jesse dijo:
– Cuéntame lo que ha pasado con Gabe.
Matt hizo un gesto de consternación.
– No lo conozco, Jesse. Tengo un hijo y no sé nada de él. ¿Cómo puedo cambiarlo?
– Gabe es muy sociable -dijo ella-. Todo el mundo le cae bien. Tiene un gran sentido del humor, y es divertido ver cómo se le desarrolla. Le gusta hacer cosas al aire libre. En Spokane dábamos largos paseos en el verano. Hay un camino junto al río que le gusta mucho. En invierno jugábamos en la nieve.
– ¿Ha ido a esquiar alguna vez?
– ¿A ti te gusta esquiar?
Matt asintió.
– Gabe no ha ido nunca, pero estoy segura de que puede aprender. Le encantan las actividades al aire libre. Es muy atlético, y es un niño muy sano. Nunca ha estado enfermo.
– Mi madre dice que sabe el abecedario, y que está aprendiendo a leer.
– Es lo normal para todos los niños de preescolar hoy día, pero él va un poco adelantado -explicó Jesse-. Sabe contar hasta veinte y está empezando a reconocer las palabras. Matt, él quiere que formes parte de su vida. Eso está claro. A él le va a interesar cualquier cosa que te interese a ti. Puedes enseñarle a jugar a juegos de ordenador, o hablarle de tu trabajo. Te escuchará. Sólo tienes que ser un poco interactivo. A Gabe también le gustan los juegos de mesa y jugar con sus juguetes. O ir a dar un paseo y hablar de lo que ves.
– Haces que parezca muy fácil.
Jesse quería decir que era fácil, pero ella tenía la ventaja de la familiaridad.
– Te llevará práctica y pasar un poco de tiempo los dos juntos. La próxima vez que vengas, jugaremos a un par de juegos juntos. Así habrá menos presión para ti. Podréis ser naturales y conoceros poco a poco.
– De acuerdo. Gracias.
Llegaron las cervezas y un par de platos de empanadillas. Mientras Jesse se servía un par de ellas, dijo:
– Supongo que ninguna de las mujeres con las que has salido tenía niños.
– No -dijo él con el ceño fruncido-. Quizá. No lo sé.
– ¿Y cómo es posible que no lo sepas?
– No lo pregunto. Yo salgo con mujeres, pero no me implico en su vida.
– ¿Y cómo puedes no implicarte en la vida de alguien con quien estás saliendo?
– No tengo relaciones. Después de tres o cuatro citas, cambio. No tengo interés en nada a largo plazo.
Ella sintió una punzada de culpabilidad en el pecho.
– ¿Y por qué no?
– No veo la necesidad. Me gusta la variedad. En mi posición, puedo salir con quien quiera. Tener a una sola mujer no me parece interesante.
Aquello era nuevo. El Matt que ella había conocido quería a una persona por la que pudiera sentir algo.
– ¿No te aburres yendo de mujer en mujer?
El tomó un poco de cerveza.
– Nunca.
– ¿Y ninguna de ellas ha intentado que lo vuestro durara un poco más?
Matt sonrió.
– Lo intentan.
– Entonces tú nunca inviertes emocionalmente. Lo haces sólo para divertirte y tener relaciones sexuales.
– Más o menos.
– ¿Y no quieres más?
– No.
– Antes eras un chico agradable. ¿Qué pasó?
– Quiero divertirme. Vamos, Jesse, no pensarías que iba a ser un ignorante para siempre, ¿no?
– Tú nunca fuiste ignorante. Eras sincero.
– ¿Es que he violado tu código moral? Las mujeres con las que salgo tienen muy claro cuáles son mis términos. No les doy exclusividad, y no tengo relaciones serias. Si no les gusta eso, no tienen por qué aceptar mi invitación.
Sonaba justo, pero la filosofía de Matt le hizo un nudo en el estómago. Había pasado mucho tiempo desde que él y ella habían dejado de verse, y estaba claro que él había cambiado para mal.
– Tengo que ir al servicio -dijo Jesse, y se levantó de la silla.
Cuando entró en el aseo, sacó el teléfono móvil del bolso y llamó a Paula.
– ¿Podrías hacerme un favor? -preguntó Jesse en voz baja cuando Paula respondió-. ¿Podrías llamarme dentro de cinco minutos y decirme que Gabe tiene un poco de fiebre?
Paula sabía con quién estaba, así que Jesse se esperaba algunas preguntas. Sin embargo, Paula se limitó a suspirar y después le dijo que lo haría.
Jesse volvió a la mesa. Matt habló un poco más sobre el nuevo juego que iba a lanzar su empresa. Mientras lo escuchaba, Jesse se preguntó cómo era posible que se sintiera tan atraída por él y, al mismo tiempo, tan triste. ¿Quién era él, en realidad? ¿Era aquella nueva versión, empeorada, de sí mismo, o existía el otro Matt todavía? ¿Cómo iba a averiguarlo?