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«No seas tonta», pensó. Estaba bien. Matt y ella habían ido a pasar el fin de semana a Portland. Iban a hacer el amor. Eso no era nuevo para ella, lo había hecho muchas veces.

Sin embargo, con Matt todo era distinto. Todo era nuevo y emocionante, y también le daba un poco de miedo, pero de un modo bueno. Por lo menos, ella esperaba que fuera bueno.

Cuando Matt terminó de registrarlos en recepción, tomaron el precioso ascensor antiguo y subieron hasta el piso décimo. Él abrió la puerta y se hizo a un lado para cederle el paso.

Al entrar, Jesse frunció el ceño. No había cama. Sólo un sofá, un par de butacas y la vista del río.

Giró lentamente, observando los muebles, la elegancia. Entonces vio una puerta abierta, y se dirigió hacia ella.

Allí estaba la cama. Jesse observó el dosel tallado, el armario a juego y las preciosas sábanas. El baño tenía bañera para dos, o quizá para cinco, y el suelo era de mármol. Había también un vestidor con luces automáticas que se encendían en cuanto alguien abría la puerta.

A Jesse se le formó un nudo en la garganta. Estaba claro que Matt se había tomado muchas molestias para encontrar un hotel como aquél, para hacer la reserva. Pero era demasiado.

Él se acercó por detrás y le puso las manos sobre los hombros.

– ¿Estás bien?

Ella asintió.

– No tengas miedo. Hay una segunda habitación. No he dado nada por sentado.

Jesse se volvió y lo miró.

– ¿Cómo?

– Hay una segunda habitación. ¿Quieres verla?

– Estamos juntos. En un hotel. ¿Por qué has pedido una segunda habitación?

Él frunció el ceño.

– Sólo hablamos de salir durante el fin de semana. No quería dar por sentado que estabas preparada para que fuéramos amantes.

Sin embargo, él conocía su pasado. Ella se lo había contado. No todo, pero sí lo suficiente. Y, aun así, él la trataba como a… como a… Ni siquiera se le ocurría la palabra.

Matt sonrió.

– Jess, no voy a presionarte. Quiero que estemos juntos, quiero disfrutar del fin de semana, pero si necesitas un poco de espacio, no pasa nada.

Era perfecto, pensó Jesse, sin dar crédito a lo que estaba sucediendo. Era bueno y amable, listo y divertido. La trataba como a una princesa. La cuidaba sin intentar cambiarla. Pensaba bien de ella.

– Estoy asustada -admitió-. Antes nunca me había asustado.

– No tienes por qué asustarte de nada.

Ella miró sus ojos oscuros y supo que él estaba completamente equivocado. Estaba asustada porque había muchas cosas en juego.

La verdad se abrió paso en aquel momento, como un fogonazo cegador. Se había enamorado de él; lo quería. Y eso era lo que más la aterrorizaba. Los otros tipos de su vida no importaban. Si ella estropeaba las cosas con alguno de ellos, había otros cinco para ocupar su lugar. Pero con Matt no era así. Sólo estaba él, y si lo perdía, nunca lo recuperaría.

Dejándose llevar por el impulso, se acercó a él, se puso de puntillas y lo besó. Él le devolvió el beso. Su boca era cálida y firme, pero también delicada, como si no quisiera hacerle daño. Como si se preocupara por ella. Después, la abrazó y la ciñó contra sí.

Ella se abandonó a su abrazo. Quería sentir su cuerpo contra el de ella. Separó los labios y él deslizó la lengua en su boca mientras le acariciaba la espalda. Cuando, poco a poco, descendió hasta sus nalgas y se las acarició, ella se arqueó contra él, y con el vientre rozó la dureza de su excitación. Él gruñó.

Hizo que se retirara y le tomó la barbilla con una mano.

– Te deseo, Jesse.

Tenía los ojos oscuros llenos de pasión. Aquellas palabras hicieron que ella sintiera un escalofrío.

– Yo también te deseo -susurró.

Él la tomó de la mano y la llevó hasta el dormitorio. Después de abrir el embozo de la cama, le besó la palma, y ella respiró profundamente.

– Me estoy volviendo loca de preocupación.

– ¿Por qué?

– Por si te decepciono.

Matt sonrió.

– Eso no va a ser ningún problema.

– No puedes saberlo.

– Deja de pensar -dijo él justo antes de besarla de nuevo.

Jesse se abandonó a las sensaciones que le producía el contacto de los labios de ambos. Cuando su cerebro le ofreció otros motivos por los que tener miedo, apartó aquellas ideas de su cabeza. Era mejor disfrutar lo que pudiera y dejar que la crisis sucediera sola.

Ladeó la cabeza y separó los labios. Él entró en su boca, excitándola con cada caricia de su lengua.

Matt la besó una y otra vez, lentamente, hasta que ella comenzó a relajarse. No iban a hacer las cosas deprisa. Bien. Porque, a pesar de su pasado, para ella todo aquello era extrañamente nuevo y poco familiar.

Él entrelazó los dedos en su pelo y se lo apartó del cuello para poder besarla. El roce erótico de sus labios en la garganta hizo que se Jesse se estremeciera ligeramente.

El deseo comenzó a apoderarse de su cuerpo, al principio despacio, después creciendo cada vez más. Matt movió las manos por su espalda, las bajó hasta sus caderas y las detuvo allí mientras seguía besándola. A cada toque de su lengua, el deseo de Jesse se intensificaba un grado más. Cuando él le mordisqueó el lóbulo de la oreja, ella tembló. La sensación fluyó allí donde él le acariciaba los pechos. Ella sentía los pezones endurecidos, doloridos, en el sostén, y tuvo ganas de arrancarse la ropa y quedarse desnuda.

Por fin, él se alejó tan sólo lo suficiente como para quitarse el jersey. Al mismo tiempo, ella se deshizo de los zapatos. Matt volvió a posar las manos en sus caderas, y a Jesse se le cortó el aliento de impaciencia. Se estaba desesperando.

Él se inclinó y presionó los labios contra su hombro desnudo. Le lamió la piel, y ella jadeó. Lentamente, más lentamente de lo que hubiera debido, las manos fueron ascendiendo por su cuerpo, acercándose a sus pechos. Al mismo tiempo, él le besaba la clavícula, y luego el cuello. Entonces, atrapó sus curvas con aquellas manos grandes y comenzó a explorarla. Jesse dejó caer la cabeza hacia atrás y se concentró tan sólo en sus caricias, en cómo los dedos se movían por su piel. Luego él le pasó los pulgares por los pezones, y ella estuvo a punto de gritar. Se quedó inmóvil.

Matt retrocedió ligeramente y se desabotonó la camisa, y después se la quitó. Ella miró su pecho desnudo, los músculos bien definidos y el vello oscuro. Entonces él la estrechó contra sí.

Ella le pasó los brazos por el cuello y se dejó envolver por su fuerza. Se aferró a él. Quería ser capaz de meterse en su interior y no salir nunca más.

Era un momento perfecto, y todavía no habían hecho nada. Quizá fuera porque sabía que Matt quería estar con ella. Aquello no era sólo una forma fácil de obtener sexo. Ella era única para él, y eso no le había sucedido nunca.

Él llevó las manos hacia su espalda, y ella sintió un ligero tirón en su sostén, y después, la prenda se soltó. Matt le bajó un tirante, y el sujetador cayó al suelo.

Jesse se quedó desnuda hasta la cintura. Él la miró como si fuera muy bella, y se inclinó para tomar su pezón izquierdo en la boca. Succionó y lamió, enviándole descargas de sensaciones por todo el cuerpo. Ella tuvo que agarrarse a sus hombros para mantenerse en pie. El deseo se arremolinó en su vientre, y cuando él comenzó a jugar con su otro pecho, pensó que iba a llegar al orgasmo en aquel mismo instante.

Era como si Matt supiera exactamente lo que tenía que hacer, cómo podía darle placer. La acarició hasta que ella no pudo contener un gemido.

– Matt, por favor -susurró.

Él se irguió y sonrió. Deslizó la mano entre sus cuerpos, le desabrochó los pantalones vaqueros y le quitó una por una todas las prendas. Cuando la tuvo desnuda ante sí, la empujó suavemente hacia la cama.