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Jesse se sentó en el colchón.

– Túmbate -le dijo Matt.

Ella vaciló. Si se tumbaba quedaría en una posición muy vulnerable. Sin embargo, quería hacer lo que él le había pedido. Lentamente, se recostó sobre las sábanas. Él se arrodilló en el suelo.

– Eres preciosa -murmuró mientras le regaba de besos la pierna, desde la espinilla hasta la rodilla-. Tu piel, tu pelo, tu sonrisa. Tu forma de decir mi nombre.

Matt besó, lamió y mordisqueó abriéndose camino por sus muslos, acercándose más y más a la parte más hambrienta del cuerpo de Jesse. Ella se movió con inquietud, separó las piernas, deseó lo que iba a ocurrir. Sintió la caricia de la respiración de Matt, y después, la lengua sobre el punto más sensible de su ser. No pudo contener un gemido.

Él lamió lentamente y exploró. Al mismo tiempo, movió las manos por su cuerpo hasta que le acarició los pechos con un ritmo perfecto. Jesse cerró los ojos y se abandonó a aquella cascada de sensaciones, al deseo líquido que avanzaba, pulsación a pulsación, por ella.

Él siguió moviéndose con lentitud, dibujando círculos. Ella notó que se le tensaban los músculos, y unas vibraciones deliciosas le atravesaban el cuerpo y la llevaban cada vez más alto, más cerca. Como si lo sintiera, él hizo sus caricias un poco más rápidas, un poco más intensas. El movimiento de sus dedos se hizo más insistente. La necesidad se intensificó, la presión creció. Ella se agarró a las sábanas y se arqueó contra él.

– Matt… -susurró.

Él se movió ligeramente y succionó el centro de su cuerpo. Era demasiado, pensó ella antes de hacerse añicos.

El orgasmo se apoderó de su cuerpo con una fuerza inesperada. Ella se echó a temblar, gritó y se estremeció mientras él continuaba acariciándola, hasta que finalmente, se quedó inmóvil, tendida en la cama, sintiéndose más desnuda de lo que nunca se había sentido. Siempre había disfrutado del sexo, pero no de aquel modo. Era como si su alma hubiera quedado expuesta. Tuvo que hacer un esfuerzo por no echarse a llorar. Por no huir. Supo que tenía que cubrirse con algo.

Se sentó y buscó una escapatoria. Entonces Matt se levantó, la puso en pie y la abrazó. La ciñó con sus brazos fuertes y le susurró que todo iba bien. Como si lo supiera. Como si lo entendiera.

Jesse comenzó a llorar. Sus lágrimas eran grandes, gruesas, inexplicables. Lloró como si se le estuviera rompiendo el corazón, y seguramente él estaba aterrorizado, pero ella no podía parar. Lloró hasta que se quedó seca, temblorosa.

– Lo siento -jadeó-. Lo siento.

– No pasa nada -dijo él, acariciándole el pelo. Después le besó la frente-. Relájate. Yo estoy aquí.

– ¿Por qué no has salido corriendo?

Matt sonrió.

– ¿Y por qué iba a hacerlo?

– Porque soy un desastre. Se supone que debería estar resplandeciendo, no perdiendo el control. No sé qué me pasa.

Él le tomó la cara entre ambas manos y le limpió las lágrimas.

– Te quiero, Jesse. Te quiero como eres. Sientas lo que sientas.

¿Él la quería? ¿Era verdad?

A Jesse se le detuvo el corazón. ¿Cómo iba a quererla? Ella no podía importarle a un hombre como él.

– Matt, no puede ser.

Su respuesta fue besarla. Le dio un beso delicado, lleno de promesas. Poco a poco, comenzó a acariciarla de nuevo y, al cabo de unos segundos, parecía que estaba muñéndose por ella. Ella le devolvió las caricias. Después, le tiró del cinturón.

Él dio un paso atrás y comenzó a desnudarse rápidamente. Mientras lo hacía, Jesse se tendió sobre la sábana. Cuando él estuvo desnudo, se tumbó a su lado y la acarició. Ella se colocó a horcajadas sobre su cuerpo, y le sonrió.

– Prepárate.

Él se echó a reír.

– Estoy dispuesto.

– Eso espero.

Lo besó en los labios, y después en el cuello, y en el pecho. Ella tenía el pelo suelto, y sus mechones lo acariciaban a medida que iba descendiendo.

Jesse se detuvo para lamerle las tetillas, y después sopló suavemente sobre ellos. Por el rabillo del ojo vio que él apretaba los puños, como si estuviera intentando dominarse.

Bien. Ella quería asombrarlo tanto como él la había asombrado a ella.

Continuó besándolo y llegó a su estómago musculoso, y después se arrodilló entre sus muslos. Cuando estuvo situada, le quitó el preservativo que él tenía en una mano y lo abrió. Sin embargo, no se lo puso. Todavía no. Se inclinó hacia delante y lo tomó en la boca.

Se movió hacia arriba y hacia abajo un par de veces, se retiró y lamió la punta. Él exhaló un siseo. Ella cerró los labios a su alrededor y succionó, y después lo acarició con la lengua.

La sangre acudió pulsación a pulsación, y él se endureció todavía más. Sus muslos se tensaron.

– Jesse -gruñó, y la agarró.

Sabía lo que él quería decir. Así no. No la primera vez. Quería estar dentro de ella y ella también lo deseaba.

Le colocó el preservativo y se subió sobre él, a horcajadas, atrapándolo en un solo movimiento.

Él la llenó completamente, y ella se inclinó hacia delante y se apoyó sobre el colchón. Entonces Matt la agarró por las caderas.

– Jesse… -susurró con voz tensa.

Ella sonrió. Eso era lo que quería. Tener la oportunidad de proporcionarle placer. Permitió que él estableciera el ritmo mientras se deslizaba hacia arriba y hacia abajo, llevándolo al límite.

– Hazlo conmigo -le pidió él.

– No. Quiero mirarte.

Jesse empujó hacia abajo una vez más, y notó que él se quedaba rígido. Se movió más deprisa, y él se aferró a ella, como si estuviera intentando mantener el control. Después emitió otro gruñido y estuvo perdido.

Ella siguió moviéndose hasta que las manos de Matt quedaron inmóviles en sus caderas. Él tenía los ojos cerrados y los rasgos tensos. Jesse esperó a que la mirara. Después se inclinó y lo besó.

– Te quiero. Matt.

Él la abrazó y rodó por la cama hasta que quedó sobre ella.

– Yo te quiero más.

– Imposible.

– ¿Quieres apostarte algo?

– Claro.

– Te lo voy a demostrar.

Jesse se echó a reír.

– Estoy impaciente por ver cómo lo intentas.

Capítulo Once

Presente…

Jesse estaba sentada en la cocina, tomándose el primer café, intentando despertarse. Por una vez no tenía que estar en la pastelería de madrugada, así que dormir hasta las siete era todo un lujo. O lo hubiera sido, si ella hubiera podido dormir de verdad. Por desgracia, había pasado la noche inquieta, sin poder relajarse. Y cuando por fin lo había conseguido, había soñado con Matt. La había obsesionado con sus besos y sus caricias, hasta que ella se había despertado excitada e incómoda.

Agarró la taza con ambas manos e inhaló el aroma que desprendía el café. Paula entró en la cocina.

– ¿Sabes dónde hay que buscar? -preguntó a Jesse mientras le entregaba el periódico.

El anuncio de los nuevos brownies, junto al cupón de descuento, debería haber salido aquel día.

– No tengo ni idea. Quizá Nicole no lo haya puesto.

– No debería hacer eso.

Jesse no estaba tan segura. Su hermana estaba furiosa con ella aquellos días.

Dividió el periódico en secciones, le dio a Paula la mitad y ambas comenzaron a buscarlo. De repente, Paula comenzó a reírse.

– No importa lo que haya hecho tu hermana -le dijo-. Creo que se va a enfadar mucho.

– ¿Por qué?

Paula carraspeó y comenzó a leer.

– «Confieso que no soy muy aficionada a la bollería. Las magdalenas me dejan fría. Las tartas de café me producen bostezos. Sin embargo, me encanta el chocolate, así que cuando un amigo mío comentó a delirar sobre los nuevos brownies de la famosa Pastelería Keyes, pensé que debía probarlos. Después de todo, una reportera tiene que estar dispuesta a hacer los trabajos más duros. Así que fui y compré un brownie de cada clase. Los hay con y sin nueces».