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– ¿Y qué vais a hacer hasta ese momento? -preguntó Claire.

– No lo sé -admitió Nicole-. Supervisar la construcción del nuevo local.

Era la muerte de su sueño, pensó Jesse con tristeza. Tendría que volver a Spokane y retomar su vida tranquila en el bar. Nunca iba a tener la oportunidad de demostrar que tenía buenas ideas y que servía. Era…

– Podemos alquilar una cocina -dijo sin pensarlo-. Tendríamos que dejar de vender algunos productos, pero no todos. Haremos correr la voz y, mientras, podemos utilizar ese tiempo para empezar a funcionar por Internet. Lo tengo todo preparado y puedo encontrar hospedaje mañana mismo. Así conservaríamos el negocio en marcha durante la reconstrucción.

Nicole negó con la cabeza.

– No funcionaría, Jesse. Sé que quieres hacerlo, pero no es posible. Además, éste no es el mejor momento. No se pueden enviar productos de bollería de un lado a otro del país. Son difíciles de empaquetar y no soportarían bien el traslado, y aunque resolvieras esos problemas, estarían duros cuando llegaran a su destino.

– Si hacemos envíos de un día para otro, no.

– Nadie va a pagar eso.

– ¿Cómo lo sabes?

– Llevo años en este negocio. Conozco a mis clientes.

– Conoces a la gente que entra en la tienda. No conoces al resto del país, y no sé por qué no puedes, ni siquiera, meditar la idea. Hay más vida de la que tú ves.

– Eso ya lo sé -dijo Nicole con los dientes apretados-, pero lo que tú quieres es imposible.

– Porque tú lo digas. Ni siquiera quieres intentarlo.

– Bueno, ya basta -intervino Claire, y las soltó a las dos. Se puso frente a ellas y dijo-: Se acabaron las peleas. Las cosas ya son bastante difíciles como para que os enfrentéis -miró a Nicole y prosiguió-: Volver a poner en marcha la pastelería va a llevar cierto tiempo; meses, quizá un par de años. ¿Y qué vas a hacer con tus empleados mientras tanto?, ¿los vas a perder?

Nicole cabeceó.

– No lo sé. Todavía no sé nada.

– Jesse tiene razón. Alquilar una cocina es una manera rápida, y no creo que suba mucho los costes de producción. Y lo mismo en cuanto a las ventas por Internet. Si ella ya tiene preparada la página web, sólo tendríamos que buscar un hospedaje. Eso no es caro, así que aunque las ventas no sean espectaculares, al menos habrá algunas, y podrás conservar a algunos de tus empleados.

Nicole suspiró.

– Tienes razón.

– Lo sé. En cuanto al resto del negocio, ¿por qué no vendéis a los restaurantes de la ciudad? ¿No habéis indagado nunca ese mercado? Entre la tarta de chocolate Keyes y los brownies, podríais generar buenos beneficios.

Jesse miró a Claire.

– Nunca se me había ocurrido pensar en los restaurantes.

– A mí tampoco -admitió Nicole.

– Soy mucho más que una cara bonita -les dijo Claire-. Tenedlo en cuenta.

Jesse sonrió.

Nicole se echó a reír.

– Está bien. Empezaremos por buscar una cocina para alquilar, y después pondremos a funcionar la página de Internet. Tengo que llamar a todo el mundo para decirle lo que ha pasado. ¿Qué hora es?

Jesse miró el reloj.

– Casi las tres.

– Sid está al llegar -dijo Nicole con un suspiro-. Esto va a ser muy duro para todos.

Jesse no dijo nada. Aunque estaba contenta por el hecho de Nicole hubiera entrado en razón, lamentaba que su hermana hubiera pensado en la idea de la cocina alquilada cuando Claire lo había mencionado, y no cuando lo había propuesto ella.

– ¿Nicole? ¿Jesse?

Jesse se volvió y vio a Sid caminando hacia ellas. Iba vestido de blanco de pies a cabeza.

– ¿Qué demonios…?

Jesse y Nicole se acercaron a él.

– No había nadie dentro -dijo Nicole-. Todavía no sabemos cómo se originó el fuego. Iba a llamaros, pero no tengo aquí los números de teléfono de ninguno.

Sid observó las ascuas.

– No me lo puedo creer. Todo el edificio ha desaparecido.

– Vamos a alquilar una cocina -anunció Jesse-. Sólo tardaremos un par de días en poner en funcionamiento otra vez el negocio.

– ¿Qué? -Sid agitó la cabeza-. Sí, claro, alquilar una cocina. Tiene lógica. Dios, ¿cómo ha podido pasar algo semejante?

Ninguna supo responderle. Siguieron hablando con calma hasta que llegaron más empleados, y después les dieron las noticias a todos. Jesse se acurrucó en la oscuridad, sin ganas de marcharse. Alrededor de las cuatro apareció Matt con vasos de café.

Jesse se acercó a él, contenta de que hubiera ido.

– ¿Qué haces aquí? Es de madrugada.

– Me imaginaba que todavía estarías aquí -dijo mientras le entregaba uno de los cafés-. Me desperté y no podía volver a conciliar el sueño, así que vine para ver si puedo ayudar en algo.

Ella tomó el vaso de plástico.

– Gracias.

Matt miró a su alrededor.

– ¿No han podido salvar nada? Ha debido ser un incendio enorme.

– Ha sido horrible.

– Nicole tiene seguro, ¿no?

– Sí.

– Entonces podrá reconstruir el edificio, aunque va a tardar un tiempo.

– Lo sé. Ahora estamos haciendo un plan -dijo Jesse y, de repente, se dio cuenta de que tenía que hacer esfuerzos por seguir despierta-. Disculpa. No tengo mucha energía.

– Es una reacción al estrés y la conmoción -le dijo él, y la tomó del brazo-. Ven a mi casa. Puedes ducharte y dormir un poco. Yo te traeré por la mañana para que recojas tu coche.

– Debo volver a casa de Paula.

– Son las cuatro de la mañana. Vas a despertarlos a los dos.

Sí, buena observación.

– Voy a decírselo a Nicole y a Claire.

Jesse habló con sus hermanas y después se dirigió hacia el Mercedes biplaza de Matt. Cuando se sentó en el asiento del acompañante, Matt le preguntó:

– ¿Te sientes bien para hacer el trayecto?

– Sí. Sólo necesito una ducha y descansar un poco.

En circunstancias normales se habría saltado la ducha, pero olía a humo, y no necesitaba aquel recordatorio tan visceral de que sus sueños habían quedado reducidos a cenizas.

– Quizá no -murmuró para sí-. Si comenzamos a trabajar en la cocina alquilada y a vender por Internet, todavía puedo tener una oportunidad.

– ¿De demostrarte algo a ti misma? -preguntó él mientras conducía por las calles desiertas hacia su casa.

– Sí -respondió Jesse, que apoyó la cabeza en el respaldo del coche-. Me he concedido seis meses para arreglar la situación. ¿Por qué tenía que pasar lo del incendio ahora, no podía haber sido dentro de un año?

– No es nada personal, Jess. Ha sucedido, y ya está.

– A mí me da la sensación de que sí es personal. El fuego me odia -dijo. Estaba empezando a dejarse vencer por el sueño-. Nicole todavía me odia, pero Claire ha conseguido que tome en cuenta algunas de mis ideas.

– Tu hermana no te odia.

– ¡Ja! Sí, me odia. Y tú también.

– No, no te odio.

– Estás enfadado. Sé que estás enfadado, pero estás haciendo las cosas bien con Gabe, y él es mucho más importante que yo.

– ¿Porque lo quieres?

– Es mi hijo. Moriría por él.

El coche se detuvo. Jesse abrió los ojos para ver si ya habían llegado a casa de Matt, pero sólo se trataba de un semáforo en rojo. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que Matt la estaba observando.

– ¿Qué? -le preguntó.

– No eres lo que yo me esperaba.

– Es que no me esperabas. Soy una sorpresa.

– En más sentidos de los que te imaginas.

Debía de haberse quedado dormida, porque de repente, se dio cuenta de que Matt la estaba ayudando a salir del coche. La llevó hasta el dormitorio principal. Allí había una cama enorme y mobiliario hecho a medida. Matt la tomó de la mano y le enseñó el baño. Tenía chimenea, pantalla plana de televisión sobre una bañera de hidromasaje y una ducha con muchos chorros integrados en la pared, y quién sabía qué más cosas.