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– ¿Estás lo suficientemente despierta como para arreglártelas sola? -preguntó él mientras dejaba varias toallas sobre la encimera de mármol-. No quiero que te ahogues en mi ducha.

– Yo tampoco -dijo Jesse mirando los controles de la ducha-. ¿Cómo se pone a funcionar?

Él se acercó a un panel de control que había en la pared.

– ¿Serán suficientes veinte minutos?

Ella se despertó de la sorpresa.

– ¿Tienes una ducha por control remoto?

– Con este panel controlo la temperatura, la presión del agua y el número de grifos que se quieren usar. Yo lo programaré. Te va a gustar mucho.

Entró en un enorme armario y sacó un albornoz de color granate.

– Deja la ropa aquí. La echaré a lavar mientras duermes.

– Qué buen servicio -dijo ella.

Él apretó el botón de encendido de la ducha.

– Deja la ropa junto a las toallas -le dijo, y se marchó.

Quince minutos después, ella estaba limpia y olía a jabón y a champú. Se las arregló para cerrar los grifos antes de salir y tomó una de las toallas. Su ropa no estaba, lo que quería decir que Matt había entrado en el baño mientras ella se estaba duchando. ¿Habría mirado? Quizá ni siquiera hubiera tenido la tentación. Ella no quería hacerse aquel tipo de preguntas.

Había pasado mucho tiempo…, cinco años para ser exactos, pero ésa no era razón para que deseara que estuvieran juntos. Matt era el único que había tocado su alma. Ella lo había querido, y eso hacía que todo fuera distinto.

Se puso el albornoz, se secó el pelo y salió a la habitación. Matt entró desde el pasillo con una taza de café.

– He echado tu ropa a lavar -dijo él.

– Ya lo he visto. Gracias.

Jesse le dio un sorbito al café. Se sentía azorada y exhausta al mismo tiempo.

– Creo que me va a explotar la cabeza.

– Ven -dijo Matt, llevándola hasta la cama-. Intenta dormir un poco, aunque sólo sean dos horas.

Apartó el embozo y se irguió.

– ¿Podrías prestarme una camiseta? -le preguntó ella.

Él fue a su armario, lo abrió y sacó una camiseta suave, desgastada, de los Seahawks. Cuando iba a dársela, emitió un juramento, la tiró sobre la cama, agarró a Jesse por el cuello del albornoz, la atrajo hacia sí y la besó.

No fue un beso suave. Había determinación, deseo. Matt exigía con los labios, la excitaba con la lengua y, demonios, lo conseguía.

Ella se apoyó en él, devolviéndole los besos con tanta intensidad como la que él demostraba. La pasión que hubo una vez entre ellos volvió, y los consumía a los dos. De repente, él se apartó y la miró.

– Estás ahí, tan tranquila y tan razonable -le susurró, con los ojos oscurecidos por el deseo-. Estás desnuda, Jess, y yo no dejo de pensar en ello.

– Llevo un albornoz.

– Mi albornoz. ¿Cómo piensas que me siento?

– El problema del albornoz es fácil de resolver -murmuró ella, y se lo quitó.

La pesada tela cayó al suelo y formó una pila a sus pies. Él siseó en voz baja y, al instante, le estaba acariciando todo el cuerpo, dibujando su cuerpo con las manos. Ella se entregó, besándolo, acariciándolo, sintiendo su cuerpo tan maravillosamente familiar.

Él se abrió la camisa, se la quitó y la arrojó al suelo. Rápidamente, se desprendió de los zapatos, los calcetines, los pantalones vaqueros y la ropa interior. Agarró por la cintura a Jesse y tiró de ambos hacia la cama.

Cayeron sobre las sábanas suaves con piernas y cuerpos entrelazados. La erección de él presionaba el vientre de ella, y sus manos le acariciaban los senos. Había calor en todos los lugares. Ella ya estaba húmeda e inflamada, sólo por estar cerca de él. Era como si se ahogara entre tantas sensaciones. La combinación del pasado y del presente era demasiado intensa, y exactamente lo que ella deseaba.

Matt se movió y se apoyó en el colchón, mirándola.

– Eres tan preciosa… -dijo mientras le acariciaba el pelo-. Eso no ha cambiado.

– Matt -susurró ella.

Él se rozó contra su muslo y emitió un gruñido.

– Siempre has tenido este poder sobre mí. ¿Qué es?

– No lo sé. Química.

– Algo.

Matt se inclinó y atrapó uno de los pezones con la boca. Su lengua y su boca hicieron que ella arqueara la espalda. El cuerpo se le contraía de impaciencia. El deseo se hizo más intenso, junto a la presión.

Él se movió hacia el otro pecho, y ella comenzó a retorcerse y a recordar lo bueno que podía ser aquello. Él lamió su pezón erecto, y succionó, y ella jadeó sin poder evitarlo. Cada vez que él la atrapaba profundamente en su boca, Jesse notaba un latido de respuesta en el vientre. Se daba cuenta de lo inflamada que estaba, de lo cerca del orgasmo que se hallaba, pero quería sentir si las cosas eran iguales entre ellos dos.

– Entra en mí -le susurró.

Él asintió y se puso un preservativo, y ella separó las piernas. Entonces la llenó centímetro a centímetro, expandiéndola. Era como si pudiera llegar a tocarle el alma.

Matt se retiró y embistió de nuevo. Jesse se puso tensa mientras se preparaba para alcanzar el clímax. Él incrementó el ritmo, la intensidad, e introdujo la mano entre los dos para acariciarle el punto más sensible del cuerpo. La llevó al límite en cuestión de segundos. Cuando el orgasmo se apoderó de ella, el placer fue interminable, y tuvo que aferrarse a él, jadeando, para poder respirar. Él la siguió a los pocos instantes.

Se retiró y se tendió a su lado sobre la cama. Se miraron el uno al otro, como habían hecho muchas veces antes. Ella quería creer que veía algo en sus ojos, algo que significaba que él también había sentido el tirón del pasado. Sin embargo, sabía que aquello sólo era un anhelo por su parte. Nada más.

– Esto ha sido inesperado -dijo Matt, y sonrió-. Aunque no tengo ninguna queja.

– Yo tampoco.

Él le acarició la mejilla, un gesto tierno que le atenazó la garganta.

– Jesse…

Ella esperó, sin tomar aire, rogando que Matt dijera algo, cualquier cosa, que le diera a entender que todavía quedaba algo entre ellos. Que se arrepentía de haber dejado que se marchara cinco años atrás. Que se había equivocado al juzgarla, y que quería compensarla por ello.

Él retiró la mano.

– Siento lo del incendio.

Claro. El incendio. Durante unos minutos, ella había conseguido olvidarse de la destrucción. Se tumbó de espaldas y se tapó con las sábanas.

– Tenemos un plan. Ya veremos si funciona.

– Lo conseguiréis -dijo él, y ella asintió.

– No puedo creer que Gabe y yo estuviéramos aquí anoche. Parece que fue hace semanas.

– Gracias por traerlo. Quiero llegar a conocerlo mejor.

Ella lo miró y sonrió.

– Lo estás haciendo mucho mejor.

– Es un niño estupendo.

Las palabras correctas, pero ¿lo pensaba de verdad? ¿Veía ya a Gabe como hijo suyo? ¿Habían conseguido aquellos años de separación destruir la relación que podían haber tenido? ¿Y era culpa suya?

– ¿Quieres intentar pasar tiempo a solas con él? -le preguntó, dispuesta a conseguir que forjaran un vínculo de padre e hijo-. Puedes llevarlo al acuario.

Matt se incorporó.

– ¿Crees que ya estoy preparado para eso?

– Seguramente no, pero te vas a preparar haciéndolo. El acuario te dará tema de conversación. Gabe es pequeño, así que no aguantará mucho. Vas a pasar más tiempo conduciendo de aquí hacia allí y de vuelta que mirando los peces.

Jesse frunció el ceño.

– Supongo que tendrás que llevarte mi coche, o el coche de Paula, que es más nuevo que el mío. Tu Mercedes no es seguro para un niño.

Él negó con la cabeza.

– Voy a comprar uno. ¿Cuál es el coche más seguro que hay? ¿Un Volvo? Voy a buscar información por Internet.