Matt señaló el mapa.
– ¿Qué más te interesa?
Gabe miró el folleto desplegado y después miró a Matt. El brillo de sus ojos se apagó un poco.
– No sé leer, papá.
Matt maldijo en silencio.
– Lo siento -murmuró, sintiéndose como un idiota-. Vamos a dar un paseo y buscamos algo divertido.
Gabe suspiró y siguió caminando a su lado.
Las cosas no deberían ser así. Matt se sentía más y más frustrado a cada minuto que pasaba. Era su hijo. Debería ser posible que pasaran un par de horas juntos sin tener ningún roce.
Sin saber qué otra cosa podía hacer, Matt siguió las indicaciones hacia la Cúpula Submarina. Entraron por un túnel que se abría a una zona en mitad del inmenso acuario. Estaban rodeados de agua y de peces. Gabe señaló y corrió hacia el cristal.
– ¡Mira! ¡Mira!
Fue corriendo de un lado a otro, incapaz de asimilarlo todo. Matt lo observó y se relajó un poco. Quizá todo saliera bien.
Pasaron un largo rato en la Cúpula. Después, le preguntó al niño:
– ¿Quieres un helado?
Gabe asintió.
Compraron helado y un refresco, y después fueron a la charla sobre pulpos. Gabe escuchó atentamente durante quince minutos, mientras comía su helado y se manchaba la camiseta. Después comenzó a moverse con inquietud. Matt lo sacó de la charla y le preguntó adonde quería ir después, pero Gabe se inclinó, se agarró el estómago y vomitó sobre el suelo de cemento.
Una mujer con el uniforme del acuario se acercó a ellos.
– Pobre niño. Demasiado helado, ¿no? El baño está por allí. Voy a llamar al servicio de limpieza.
Gabe se quedó allí plantado con cara de consternación. Matt no sabía qué hacer.
– Vamos -le dijo, mientras lo guiaba hacia los baños-. ¿Has terminado? ¿Necesitas vomitar más?
Gabe negó con la cabeza. Matt tomó toallas de papel, las humedeció y comenzó a limpiarle la cara a Gabe. No sabía qué decir. El helado era un poco grande. Él no se había terminado el suyo, en cambio Gabe sí; y después se había tomado el refresco. Había sido un error.
¿Quién le compraba a un niño de cuatro años un helado y un refresco a la vez? Sólo un idiota. Era un idiota, no podía estar a solas con su propio hijo. En aquella ocasión había conseguido que se pusiera enfermo; la próxima vez podría ser peor.
Frustrado y enfadado, le frotó los brazos a Gabe, y después las manos, mientras seguía despotricando contra sí mismo.
De repente, un pequeño sollozo le llamó la atención. Miró a Gabe y se dio cuenta de que se le estaban cayendo unas lágrimas muy gruesas por las mejillas.
– ¿Qué te pasa? ¿Estás enfermo, necesitas ir al hospital? Dime, ¿qué te pasa?
Gabe lloró más. Matt se agachó frente a él, impotente.
– ¿Por qué lloras, pequeño?
– Estás enfadado conmigo -dijo Gabe entre sollozos.
– ¿Cómo? No. ¿Por qué dices eso?
– Me estás haciendo daño -dijo el niño, y señaló una mancha roja que tenía en el brazo, donde Matt le había frotado con fuerza-. Parece que estás enfadado, y no hablas conmigo.
Hubo más lágrimas, y un par de sollozos desgarradores.
Matt se sintió horriblemente mal. Mientras estaba fustigándose, no se había preocupado de su hijo. Otra manera más de ser un peligro para el niño.
– Claro que no estoy enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo mismo.
Eso captó la atención de Gabe. El niño se limpió la nariz con el dorso de la mano.
– ¿Por qué?
– Porque has vomitado por mi culpa. Quería comprarte algo que te gustara, pero no me di cuenta de que todavía estás creciendo. No sabía que te iba a hacer vomitar. Y el refresco no ha ayudado mucho. Me sentí mal, y me enfadé conmigo mismo.
– ¿No estás enfadado conmigo?
– No. Me lo estoy pasando muy bien contigo.
Gabe sonrió entre las lágrimas.
– Yo también -susurró, y después se arrojó en brazos de Matt.
Su cuerpo era pequeño y delgado. Matt sentía sus huesos. El peso que se apoyaba en él era desconocido, pero perfecto. Le devolvió el abrazo al niño, y notó que unos brazos delgados le rodeaban el cuello. Notó los latidos del corazón de Gabe.
Aquél era su hijo. Lo entendió por primera vez. Su hijo. Él era responsable de que aquel niño estuviera vivo.
Lo estrechó con fuerza, pero rápidamente, relajó los brazos para no hacerle daño. Gabe se quedó pegado a él.
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó.
– Bien -dijo Gabe-. Cansado.
Llevaban poco más de una hora en el acuario, pero quizá a los cuatro años, eso era más que suficiente.
– ¿Quieres que volvamos a casa? -le preguntó.
Gabe asintió.
Matt esperó, pero el niño no lo soltó. Entonces dijo:
– ¿Quieres que te lleve en brazos?
Gabe asintió.
Matt lo llevó hasta el coche. Gabe se aferraba a él como si no quisiera soltarlo nunca. Matt lo mantuvo junto a su corazón, y se juró que pasara lo que pasara, protegería a aquel niño. Lo cuidaría. Notó que unas emociones desconocidas luchaban por ocupar espacio en su corazón, pero la que más atención acaparaba era la ira ardiente que sentía por lo que había perdido.
Gabe fue durmiendo durante la mayor parte del trayecto. Se despertó justo cuando Matt detuvo el coche frente a la casa de Paula. Matt lo ayudó a bajar del coche. El niño corrió hacia la puerta, donde esperaba su abuela, y comenzó a hablar de la excursión. Entonces apareció Jesse; lo abrazó y después caminó hacia Matt.
Tenía aspecto de estar cansada. Su madre le había dicho que el negocio temporal estaba funcionando muy bien, y que tenían muchos pedidos por Internet. Jesse estaba haciendo el primer turno. Llegaba al restaurante a las cuatro y se quedaba allí durante más de doce horas.
– Parece que se lo ha pasado muy bien -dijo al acercarse a él.
– Ha vomitado. Le compré un helado demasiado grande, y vomitó.
Ella hizo un gesto de consternación.
– A esta edad es muy común. ¿Se recuperó pronto?
Matt asintió.
– Entonces no tiene importancia -aseguró ella-. ¿Te asustaste? Tenía que haberte dicho que podía suceder.
– No, no deberías haber tenido que advertírmelo. Yo debería haberlo sabido.
– Pero… ¿cómo ibas a saberlo? Casi no has pasado tiempo con Gabe.
– Exacto. ¿Y de quién es la culpa? ¿Quién se aseguró de que yo no conociera a mi hijo?
Ella dio un paso atrás y se cruzó de brazos.
– Tú -le dijo-. Te negaste a creer que el bebé era tuyo, así que no me eches la culpa.
– Es más que eso -continuó él-. Sabías que no había manera de que te creyera después de lo que había averiguado.
– No -saltó Jesse-. No después de lo que habías averiguado, después de lo que te dijeron. Yo no me acosté con Drew. No tenías nada que averiguar.
– Muy bien. Sabías que yo no iba a creerte después de lo que me habían dicho. Sabías que iba a pensar que habías vuelto a tus viejos hábitos, si acaso alguna vez los habías abandonado. Sin embargo, tú no intentaste convencerme. Tampoco te molestaste en ponerte en contacto conmigo después de que naciera Gabe.
– Tú no viniste a buscarme. No te molestaste en averiguarlo.
– Tú eras la que estaba embarazada -gritó Matt-. Tú eras la responsable de darme la oportunidad de ser padre. Me lo arrebataste. Me has robado cuatro años de la vida de mi hijo, y no hay forma de que los recupere. No tenías derecho a hacer algo así, Jesse.
Ella se encogió.
– Quería que lo conocieras -dijo mientras reprimía las lágrimas.
– No, no es cierto. Te gustaba ser madre soltera. Te gustaba tener la razón, y pensar que yo sólo era un canalla que te había abandonado. Te hiciste la víctima. Me has mantenido apartado de mi hijo a propósito, para castigarme por no creerte.
– Quizá sí -dijo ella-. Puede que sí. Me hiciste mucho daño, Matt. Me habías dicho que me querías, y que siempre estarías a mi lado, pero al menor problema, preferiste librarte de mí. Nunca me dijiste la verdad.