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– Eso es una idiotez, y lo sabes. Tú eres la que no sabía cómo tomarte nuestra relación. Tú eres la que salió corriendo.

Ella se estremeció.

– Puede ser, pero tú no viniste a buscarme, y sé por qué. Ya te habías arrepentido de lo nuestro. Querías dejarlo, y yo te proporcioné la mejor excusa posible.

Matt pensó que no podía estar más confundida. Recordó lo que había sentido al oír cómo su madre le explicaba que Jesse lo había estado engañando durante toda su relación. Él no habría creído a Paula, porque sabía que quería que Jesse se marchara. Sin embargo, al saber que Nicole la había echado de casa por acostarse con su marido, todo le había parecido real.

Se había quedado destrozado. La traición de Jesse había hecho que cuestionara todo lo que habían compartido, que se cuestionara a sí mismo. En medio del dolor oscuro y feo que había sentido al perderla, se había jurado que nunca volvería a querer a nadie.

– Si crees que yo quería dejarlo, no me conoces en absoluto.

– Tú tampoco me conoces a mí.

– Te equivocaste al no darme una oportunidad con Gabe, Jesse. Nada de lo que yo hice justifica lo que hiciste tú.

A ella comenzaron a caérsele las lágrimas. Empezó a hablar, pero se calló y sacudió la cabeza. Él sintió su dolor e hizo lo posible para que no le importara. Ella misma se lo había ganado.

– No fue lo que tú pensabas -dijo Jesse.

– ¿Y tiene importancia? El resultado, al final, fue el mismo.

Una furgoneta aparcó justo detrás del coche de Matt. Éste apenas se dio cuenta. Jesse se enjugó las lágrimas y se volvió al oír la puerta del vehículo. Entonces, Matt se quedó asombrado, porque ella salió corriendo y se lanzó hacia el hombre que acababa de bajar de la furgoneta.

Vio cómo se abrazaban y se enfureció. Y más todavía al ver cómo el tipo le secaba la cara con la mano y le besaba la frente.

Se acercó, dispuesto a pelearse, pero se detuvo cuando se giraron hacia él.

– ¿Eres tú el culpable de hacer llorar a mi chica favorita? -preguntó el amigo de Jesse.

Matt lo observó. Aquel tipo era lo suficientemente mayor como para ser su abuelo, aunque seguía alto y erguido. En otras circunstancias, le habría caído bien instintivamente.

– Ella misma se lo ha buscado -respondió.

Jesse se limpió el resto de las lágrimas.

– Matt, te presento a Bill. Bill, éste es Matt.

El recién llegado miró fijamente a Matt.

– Debió ser una buena sorpresa. ¿Cómo lo estás llevando?

– No muy bien.

– Jesse ha hecho todo lo que ha podido.

Así que tenía un defensor, pensó Matt. No le gustaba nada aquella situación.

– Ella tenía la responsabilidad de decirme la verdad.

Bill miró a Jesse.

– ¿Es idiota? ¿Tengo que darle una paliza?

– No, no -dijo Jesse-. Estamos solucionando las cosas.

– Si tú lo dices, cariño…

Bill la rodeaba con el brazo y ella parecía muy cómoda a su lado. Sin embargo, al mirarlos, Matt supo que no había nada entre ellos. El tipo mayor era lo que ella había dicho que era: un amigo.

Lo cual debería haber hecho que se sintiera mejor, pero no fue así.

Bill y Jesse se dirigieron a la casa, y Matt los siguió.

Entraron, y entonces Gabe apareció corriendo en el vestíbulo y se arrojó a los brazos de Bill.

– ¡Tío Bill! ¡Tío Bill!

La alegría del niño era evidente. Jesse miró a Matt. En su rostro no se reflejaba ninguna emoción, pero ella percibió la tensión de su mandíbula y la rigidez de su cuerpo. Bill conocía a Gabe desde su nacimiento, había formado parte de todo lo que Matt se había perdido. Y quizá ella tuviera parte de la culpa.

Le tocó el brazo.

– Matt, lo siento.

Él la fulminó con la mirada.

– ¿Y te crees que eso es suficiente?

Se dio la vuelta y se marchó.

Capítulo Catorce

Cinco años atrás…

Jesse colocó las últimas piezas de la vajilla en el armario, y después retrocedió para inspeccionar las filas ordenadas de platos. Matt no tenía demasiadas cosas que trasladar. A excepción de su ropa y unos cuantos objetos personales, todo lo que iba a haber en la casa era nuevo: la vajilla, las cazuelas y sartenes, el sofá y los muebles del dormitorio. Todo era nuevo, e iba a convertir lo que había sido un espacio vacío en algo casi acogedor. Al menos, cuando llegara el mobiliario.

Miró el reloj. Todas las citas para la entrega de los muebles eran de diez a una. Matt y ella habían decidido comprarlo todo a la vez. Ella se había ofrecido voluntaria para pedir un día libre en el trabajo. Estar sentada en una casa vacía era mejor que estar con Nicole en la pastelería.

En aquel momento, mientras pasaba de habitación en habitación, intentó imaginarse cómo iba a estar todo cuando Matt viviera allí de verdad. Cuando ella viviera allí.

Sólo con pensarlo, se le escapaba una sonrisa, pero también un escalofrío. Poco después de haber firmado los documentos de compra de la casa, Matt le había pedido que se fuera a vivir con él. Habían elegido los muebles entre los dos, habían hablado sobre los colores de las toallas y sobre quién iba a encargarse de cocinar. Habían hecho el amor en el suelo enmoquetado, y Matt le había prometido que la iba a querer siempre.

Pese a toda su experiencia sexual, Jesse nunca había tenido un novio de verdad. Era maravilloso… y daba miedo. Se preguntaba sin parar cuánto tiempo pasaría antes de que lo estropeara todo.

Aquélla era su costumbre. Lo había hecho durante toda su vida. Su hermana siempre le decía que era una inútil profesional. A ella nunca le había importado, porque no tenía nada que perder, pero ahora… Matt lo era todo para ella. No sabía si podría sobrevivir en caso de destruir lo que tenían.

Por eso no había accedido a vivir con él. Estaba muy asustada. El amor que ardía en su alma era tan fuerte, tan real, que se había convertido en parte de ella, como los latidos de su corazón. ¿Y si hacía algo mal?

Matt entendía el motivo de su temor, y le había dicho que se tomara el tiempo que necesitara para pensarlo. Había sido bueno y cariñoso, y después había bromeado hasta que había conseguido que ella se riera. Era perfecto.

Sonó el timbre de la puerta. Ella se apresuró a abrir y dejó pasar al primero de los repartidores de muebles.

Las dos horas siguientes pasaron rápidamente. Llegó el sofá de la habitación de música, seguido de la mesa de la cocina y de las sillas. Estaban colocando el mobiliario del salón cuando aparecieron los mozos que llevaban la gran cama que había comprado Matt.

Cuando se quedó sola, por fin, fue de habitación en habitación y se imaginó la casa tal y como iba a ser. Todavía necesitaban algunos cuadros, libros y plantas. Hacía falta trabajar un poco para que fuera un espacio vivido, pero se iban acercando.

¿Se veía allí, viviendo con Matt, durmiendo con él todas las noches? Sintió un nudo en la garganta. Era el mejor hombre que había conocido. Sería tonta si no intentaba que aquello funcionara, pese a sus miedos. Podía conseguirlo, ¿verdad?

Estaba a punto de subir al piso de arriba cuando sonó el timbre nuevamente. Extrañada, se acercó a la puerta para abrir. Que ella supiera, ya lo habían entregado todo.

Se encontró con Paula en el umbral. Las dos mujeres se observaron fijamente.

Paula fue la primera en hablar.

– Matt me dijo que iban a traerle hoy los muebles.

– Sí. Yo les he abierto.

– Oh.

Era evidente que Paula esperaba que fuera Matt quien estuviera esperando. Había pasado por allí a ver a su hijo.

– ¿Quiere pasar? -le preguntó Jesse, con la esperanza de que dijera que no.

Paula asintió y entró en el salón. Una vez allí miró el sofá de cuero, cabeceó y se giró hacia Jesse.