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Drew se acercó más.

– Oh, nena, te deseo mucho. Te veo todo el rato, paseándote en pantalones cortos y camiseta. Tú también lo deseas. Lo sé.

Le tiró de la camiseta. Aunque era pronto, ella ya se había preparado para acostarse, y se había puesto una camiseta grande y unos pantalones cortos. Así que cuando él se la sacó por la cabeza y la arrojó sobre la cama, ella quedó casi desnuda.

– Oh, sí -susurró él mientras le besaba el cuello-. Sabía que tenías unos pechos estupendos…

A ella le ardieron los ojos, pero no derramó lágrimas. La vergüenza era tan poderosa que la paralizaba y no podía moverse. Conocía el motivo por el que estaba sucediendo aquello. Sabía por qué él había cambiado.

Ella era así en realidad. Todos los demás tipos, que no le importaban. Todas las veces que ella había usado su cuerpo para hacerle daño a Nicole, o para sentirse como si le perteneciera a alguien. Había sido como una prostituta y era demasiado tarde para cambiar.

Sin embargo, en cuanto Drew le tocó un pecho, ella recuperó el sentido. Le apartó las manos.

– Para -le dijo-. Estate quieto.

– ¿Qué? -preguntó Drew-. Llevas pidiéndomelo desde hace meses.

Ella estaba a punto de empujarlo cuando se abrió la puerta de la habitación. Drew se puso en pie de un salto, y dejó a Jesse desnuda hasta la cintura, mirando la expresión de horror de su hermana.

– No he sido yo -gritó Drew-. Ha sido ella. Lleva semanas insinuándose, tocándome, besándome, pidiéndome que me acueste con ella. No he podido soportarlo más. Lo siento, cariño. Lo siento mucho.

Jesse se quedó allí, expuesta, temblando, avergonzada. Tiró de la sábana para taparse.

– No es verdad -susurró-. Yo no he hecho nada de eso.

Pero era demasiado tarde. Su hermana se había ido y todo había cambiado para siempre.

Jesse se quedó junto a la casa de Matt un buen rato, mirando la puerta y recordando el primer día que habían ido juntos hasta allí, cuando él estaba buscando apartamento. Entonces eran completamente felices, estaban enamorados. Ella sabía que lo había estropeado todo. Lo que no sabía era si podría arreglarlo.

Le dolía todo el cuerpo. Había oído decir que el embarazo era un milagro, que debería estar resplandeciente. En vez de eso, se sentía destrozada. No podía dejar de llorar. ¿Cómo era posible que una persona lo perdiera todo tan rápidamente? Y sin embargo, a ella le había ocurrido…

Tocó el timbre y esperó con un nudo en el estómago. Estaba conteniendo las lágrimas. Matt tenía que creerla, ella tenía que conseguir que lo entendiera, de algún modo.

Se abrió la puerta y apareció Matt. Ella lo miró, deleitándose al verlo por primera vez desde hacía semanas.

Tenía buen aspecto. Era alto y delgado, pero cada vez más musculoso, gracias a sus visitas regulares al gimnasio. Ella había sido quien le había dado la idea de hacer ejercicio para ponerse en forma, y él se la había llevado a la cama y la había recompensado por sus buenas ideas. Era muy bueno recompensándola, y diciéndole que la quería. Tenía luz en los ojos, y una sonrisa muy especial. Sin embargo, en aquel momento no estaba sonriendo.

– No tengo nada que decirte -aseguró Matt, y comenzó a cerrar la puerta.

Ella empujó y consiguió entrar.

– Tenemos que hablar.

– Puede que tú tengas que hablar, pero yo no tengo por qué escucharte.

Dios, su tono era tan frío, pensó ella con tristeza. Como si la odiara. ¿Era posible? ¿Había sustituido el odio al amor, ella ya no le importaba en absoluto?

No quería pensar en ello porque, si lo hacía, iba a desmoronarse. Lo quería. Ella, que había jurado que nunca arriesgaría su corazón, se había enamorado de un maniático de los ordenadores con unos ojos preciosos y una sonrisa que hacía flotar su alma.

– Matt, por favor -susurró-. Por favor, escúchame. Te quiero.

Él entornó los ojos.

– ¿Es que te crees que lo que tú digas significa algo para mí? ¿Crees que tú significas algo para mí? Yo aprendo rápido, Jesse. Siempre ha sido así. Confié en ti, me entregué a ti por completo. Te quería. Quería casarme contigo, incluso compré un anillo, lo cual me convierte en un idiota, pero ése es un error que no voy a cometer de nuevo.

Ella se dio cuenta de que se le estaban cayendo las lágrimas, y notó un dolor punzante en el corazón.

– Te quiero. Matt.

– Mentira. Yo sólo he sido una diversión para ti. ¿Es que te gustaba reírte con tus amigos del adicto a los ordenadores socialmente inepto?

– No es eso, y tú lo sabes.

– Yo no sé nada de ti. Era un juego. Tú ganaste, yo perdí. Ahora, márchate.

– No. No me voy a ir hasta que me escuches. Hasta que lo comprendas.

– ¿Comprender qué? ¿Que mientras te acostabas conmigo y fingías que me querías, te acostabas también con Drew? ¿Y con quién más, Jesse? ¿Con cuántos tipos más?

– Ya basta. No me acosté con Drew, ni con ningún otro. Drew y yo solíamos charlar. Podía hablar con él de cosas que nunca le hubiera contado a Nicole, eso era todo. Una noche empezó a besarme, y yo me asusté. No sabía qué hacer.

– No me interesa, no me vas a convencer. Vete. No quiero volver a verte.

Aquellas palabras le estaban haciendo demasiado daño, pensó ella, usando toda la fuerza para no desplomarse al suelo.

– Estoy embarazada -susurró.

Él se quedó mirándola fijamente, y se encogió de hombros.

– ¿Y a mí qué me importa?

Jesse se estremeció, como si la hubiera golpeado.

– Te lo he dicho. No me acosté con Drew. El niño es tuyo.

– No -dijo él, como si ni siquiera considerara la posibilidad.

– Matt, escúchame. Es tu hijo. Aunque me odies, tu hijo debe importarte. No estoy mintiendo, puedo demostrarlo. En cuanto nazca el bebé, le haremos las pruebas de ADN.

Él siguió mirándola, y después caminó hacia la puerta.

– No lo entiendes, ¿verdad, Jesse? No me importa. Ya no significas nada para mí. No creo que ese niño sea mío, y aunque lo fuera, no quiero tener un hijo contigo. No quiero tener nada que ver contigo, no quiero volver a verte, pase lo que pase.

– Matt, por favor.

Él abrió la puerta y miró hacia fuera.

– Vete.

Jesse salió de la casa y bajó las escaleras hacia el coche. Se sentó al volante y lloró hasta que se le quedaron los ojos secos. Se sentía vacía, sin nada.

Lo cual era la triste verdad de su vida. Nadie de los que quería deseaba tener que ver con ella. Nadie estaba dispuesto a darle una oportunidad.

Si él la quisiera, la creería, pensó con tristeza, enfrentándose a la verdad por primera vez. Él no la quería, nunca la había querido. Sólo le había dicho palabras vacías. Sus sueños no significaban nada. Sus promesas no tenían significado. Él le había jurado que su pasado no importaba, que siempre estaría junto a ella. Le había mentido y la había dejado con un vacío en el alma que la obsesionaría durante el resto de su vida.

Capítulo Quince

Presente…

Jesse intentó sacudirse de encima la ira y el dolor de Matt. El hecho de que Gabe hubiera crecido con otra gente en su vida no tenía nada que ver con que Matt fuera su padre. Cuando se calmara, se daría cuenta de que tener a un hombre tan estupendo como Bill cerca había sido muy bueno para el niño.

Aunque aquello era cierto, la culpabilidad que sentía era difícil de explicar, así que hizo todo lo posible por olvidarse de ella momentáneamente.

Paula salió de la cocina.

– Me ha parecido oírte -dijo, y se detuvo cuando vio a Bill-. Oh. Hola.

– Paula, te presento a Bill. Ha estado siempre a mi lado. Me rescató cuando llegué a Spokane, hace cinco años. Me dio trabajo, me buscó un sito para vivir y fue mi amigo mientras yo intentaba ser una buena madre para Gabe. Bill, ésta es la abuela de Gabe, Paula.