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– Encantado de conocerte -dijo Bill con ojos brillantes-. ¿Estás segura de que eres la abuela del niño? Yo diría que eres su tía.

Jesse se quedó mirando a su amigo, sorprendida. ¿Estaba flirteando? Aquello parecía un flirteo, pero era un comportamiento que no había visto antes en él.

Paula se echó a reír.

– No esperes que me crea eso. Tengo más de sesenta.

– Pues no los aparentas -aseguró Bill, y se volvió hacia Gabe-. Y tú has crecido mucho. Casi no te reconozco.

Gabe se echó a reír de satisfacción. Bill lo tomó en brazos y lo alzó en el aire. Gabe dio un chillido.

Cuando Bill dejó al niño en el suelo, Gabe comenzó a explicar todo lo que había hecho desde que había llegado a Seattle.

– He conocido a mi papá, y me ha llevado a ver los peces -explicó Gabe mirando a Bill con felicidad-. Y mi abuela y yo hemos hecho galletas muchas veces. Vamos al parque todas las mañanas, y algunas veces vemos perritos.

Bill se agachó para estar al nivel de Gabe, y lo escuchó con toda atención.

– Estoy aprendiendo matemáticas -continuó el niño-. La abuela me está enseñando y dice que se me da muy bien, como a mi papá -dijo con una sonrisa resplandeciente.

– Ya sabía que eras especial -le dijo Bill, y lo abrazó-. Te he echado de menos, Gabe.

Gabe le devolvió el abrazo con fuerza.

– Yo también.

Gabe se llevó a Bill a ver su habitación. Paula y Jesse entraron en la cocina.

– Me preguntaba cómo habías conseguido arreglártelas en Spokane -dijo Paula mientras ponía la cafetera al fuego-. Ahora lo sé. Tenías amigos.

– Bill fue maravilloso -admitió Jesse-. Padre, jefe y amigo. No sé qué hubiera hecho sin él -dijo, y miró a Paula. Era una mujer guapa con un corazón generoso-. ¿Sabes? Es viudo desde hace bastantes años.

Paula se ruborizó ligeramente.

– No sé por qué debería interesarme eso. Es evidente que está loco por ti.

Si Jesse hubiera estado bebiendo agua, se habría atragantado.

– Tiene unos cuarenta años más que yo.

– ¿Y qué?

– Quiero a Bill, pero como si fuera de mi familia. Además, cuando nos conocimos, me dejó bien claro que yo no era su tipo, así que aunque hubiera tenido ciertas ideas, no habría ocurrido nada.

– En realidad, no importa -murmuró Paula mientras sacaba las tazas y las ponía sobre la encimera.

Jesse no estaba tan segura. Quizá sí importara un poco.

Una hora después, Bill y ella estaban sentados en el porche.

– He estado preocupado por ti -le dijo Bill-. Y os he echado de menos a los dos. Gabe crece muy deprisa.

– Ya lo sé. Yo también he pensado mucho en ti.

– ¿Pero estás bien?

Ella sonrió.

– Lo que de verdad quieres saber es si acertaste al animarme a volver.

– Dímelo tú.

Jesse se echó a reír.

– Sí, tenías razón.

– Estabas viviendo a medias, Jesse. Saliendo conmigo y con mis amigos. No es que no agradeciéramos ver tu preciosa cara y la alegría que el niño nos daba, pero te estabas escondiendo.

– Lo sé. Ha sido muy bueno volver a casa, pero también duro. Mi hermana no acepta que he cambiado. Parece que me cree con respecto a Drew, pero todavía está enfadada.

– Tú has tenido cinco años para cambiar y crecer, y mucho tiempo para hacerte a la idea de que ibas a volver. Nicole se lo encontró todo de repente. Tiene que adaptarse.

– Racionalmente, lo entiendo. Sin embargo, las otras partes de mí me dicen que está tardando mucho. Además, creo que en secreto, quiere seguir enfadada conmigo.

– Ella desempeñaba cierto papel en tu familia. Todo el mundo tiene un papel, y tú has cambiado el tuyo. Tu hermana va a luchar contra eso.

– Si yo soy distinta, entonces el equilibrio de poder entre nosotras, las reglas, todo cambia -reflexionó en voz alta.

Bill no dijo nada.

Ella iba a tener que pensar un poco más en aquello.

– Así que Gabe ha conocido a su padre -dijo su amigo-. ¿Cómo ha ido eso?

– No muy bien. Matt ha establecido ya una relación con Gabe, pero sus primeros encuentros fueron difíciles. Él no sabía cómo relacionarse con un niño de cuatro años. No tenía mucha experiencia. Estábamos peleándonos cuando llegaste, porque parece que no puede perdonarme que haya mantenido a Gabe alejado de él -susurró.

Bill la rodeó con un brazo.

– Ahora está enfadado, pero lo superará.

– Eso no puedes saberlo.

– Un hombre no puede tener tantas emociones dentro sin que le sigas importando.

– No sé lo que piensa de mí. A veces creo que de verdad le gusta estar conmigo, y otras veces… es tan diferente…

– Has estado fuera mucho tiempo.

– Lo sé. El Matt al que yo conocía me quería o, por lo menos, yo creía que me quería. Por eso me desconcierta. Yo le creí cuando me dijo que era importante para él y que nunca me dejaría. Sin embargo, la primera vez que algo salió mal, me dio la espalda.

– Era algo muy grave para salir mal.

Ella asintió.

– Seguramente confirmó uno de sus peores temores, el hecho de que para mí todo aquello fuera un juego. Que él no me importara en absoluto.

– Fue una reacción -dijo Bill-. Si tú te hubieras quedado aquí, si hubierais hablado otra vez, quizá las cosas habrían sido distintas.

¿Habrían sido distintas? Jesse no estaba muy segura.

– Yo no podía quedarme. Habría seguido siendo la hermana pequeña e inútil de Nicole, que se enamoró de un gran chico. Tenía que alejarme para encontrarme a mí misma -sonrió-. Creo que me estoy poniendo trascendental. Pronto voy a empezar a entonar cánticos celestiales.

Bill se rió.

– Están sucediendo tantas cosas…- explicó ella-. Ha habido un incendio en la pastelería -le contó lo ocurrido, y que habían retomado el negocio en una cocina alquilada-. Nicole odia que la idea tenga éxito. Lo sé.

– Tú sólo eres responsable de ti misma, Jesse. Los demás tienen que entenderlo. No puedes definirte a ti misma por sus opiniones.

– Eres tan racional… ¿Te había dicho que es muy molesto?

– Una o dos veces.

– No lo habría conseguido sin ti.

– Lo habrías conseguido de sobra.

Jesse sabía que no era cierto, pero ¿para qué contradecirlo? Había conocido a Bill y había prosperado. Miró hacia la casa.

– Paula es muy agradable -dijo-. Un apoyo inesperado. Y guapa.

Bill la miró.

– ¿Qué quiere decir, señorita?

– Que llevas mucho tiempo viviendo solo. A lo mejor es hora de que tengas en cuenta otras posibilidades.

Ella ya había bromeado sobre otras mujeres con Bill, y él siempre había cambiado de tema amablemente. En aquella ocasión, miró hacia la puerta y asintió con lentitud.

– Tal vez.

Heath puso una carpeta en la mesa de Matt.

– Míralo para asegurarte de que es lo que quieres -dijo.

Matt le indicó que se sentara, abrió la carpeta y miró los documentos. Pese al lenguaje legal, la intención estaba clara. Iba a demandar a Jesse por la custodia de su hijo.

– Lo estudiaré todo esta noche -dijo.

Heath frunció el ceño.

– ¿Estás seguro de esto, Matt? Entiendo que quieras castigar a Jesse, pero ¿quitarle el niño? Eso es una responsabilidad muy grande.

– Yo puedo arreglármelas con Gabe -dijo él.

– De acuerdo. Si ella no te lo entrega, tendrás que ir a juicio.

– Ella va a luchar.

Jesse haría todo lo posible por conservar a su hijo, pero al final, él iba a ganar. Tenía recursos, y quería venganza.

– Te lo devolveré a finales de semana -dijo a su abogado, refiriéndose a los documentos.

– Muy bien. ¿Cuándo quieres que le enviemos la notificación?

El primer paso de la batalla.