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– Ya te lo diré.

Los pedidos llegaban a un ritmo enloquecedor. Buenos días, América había decidido seguir con la historia, pese al incendio, cambiando el punto central del reportaje. Iban a centrarse en cómo podía sobrevivir un negocio pequeño a un desastre semejante. Lo habían convertido en una serie, y la Pastelería Keyes sólo era una pequeña parte, pero esos pocos minutos de reportaje habían conseguido triplicar los pedidos que tenían por Internet.

Jesse caminó por el caos controlado que había en la pequeña cocina. Por lo menos, allí podía encerrarse en el trabajo y olvidar la locura que era su vida personal. El incendio, que había tenido origen en un cortocircuito del antiquísimo sistema eléctrico, le había dado una oportunidad inesperada de brillar.

Se dirigió hacia la parte delantera del restaurante, donde habían instalado la oficina, se acercó al escritorio de Nicole y sacó una silla.

– Ayer hablé con Ralph.

– ¿Quién es Ralph? -preguntó su hermana con desconcierto.

– El dueño de la tienda de sándwiches de enfrente.

Nicole arrugó la cara al instante.

– Jesse, de verdad, estás buscando la manera de complicarnos la vida. Ahora estamos un poco ocupadas, pero las cosas se calmarán. Estamos bien.

– No, no es verdad. Vamos retrasados con el cincuenta por ciento de los pedidos por Internet porque no podemos seguir el ritmo. Ralph hace su pan, así que tiene hornos especiales, perfectos para los brownies. Podríamos hacer ocho hornadas triples a la vez. Él está dispuesto a alquilarnos el local de once de la noche a ocho de la mañana. Es tiempo suficiente para hornear todos los brownies que necesitamos, y dejamos los hornos de esta cocina libres para las tartas. Además, la renta es muy razonable. No sería un gasto elevado.

Nicole negó con la cabeza.

– No sé.

Porque no quería saberlo, pensó Jesse, frustrada y molesta.

Se puso en pie y tomó a su hermana del brazo.

– Ya está bien. Ven conmigo.

Nicole se zafó de un tirón.

– ¿Qué haces?

– Vamos fuera. Tenemos que resolver esto. Estoy cansada de tener que discutir contigo todos los días. Vamos a arreglarlo.

Durante un segundo, pensó que Nicole iba a negarse, pero entonces, su hermana la siguió hacia el aparcamiento, donde se miraron la una a la otra, a la luz de la mañana.

– Estás muy enfadada conmigo porque estoy haciendo bien el trabajo -dijo-. Estás enfadada porque he vuelto, y te molesta que sepa lo que estoy haciendo. No soportas dejar de ser la hermana buena. Quieres que yo vuelva a ser la inútil, porque ése es el mundo que conoces, y es mucho más cómodo que tratarme como a una igual.

Nicole se puso rígida.

– ¿Quieres sinceridad? Muy bien. ¿Quién demonios te crees que eres para aparecer de nuevo en mi vida y tomar el control? ¿Dónde estabas durante la pasada década, mientras yo intentaba mantener a flote el negocio y cuidarte? Me ocupé de ti durante toda tu vida, Jesse. Siempre estuve ahí para ti, y tuve que crecer rápido para que tú pudieras seguir siendo una niña. Sin embargo, a ti eso no te importa, porque sólo piensas en ti. Así que has vuelto. Muy bien, vamos a hacer un desfile. Jesse ha conseguido hacerse una vida, y ahora está dispuesta a trabajar conmigo. ¿Sabes una cosa? Yo nunca tuve que hacerme una vida, no tuve que largarme para encontrarme a mí misma. Estaba muy ocupada aquí, llevando el negocio sola.

Aquéllas eran palabras duras, seguramente porque eran la verdad, pensó Jesse con tristeza.

– Lo siento -dijo en voz baja.

– ¿Que lo sientes? No es suficiente. ¿Quién te crees que eres para aparecer y ponerte a mandar? Yo me he dejado la piel aquí durante años, y tú eres la que se va a llevar toda la recompensa. ¿Piensas que eso me gusta, o que estoy orgullosa de mi comportamiento? No sé cómo arreglarlo. No confío en tu nueva personalidad. Estoy esperando el error, porque creo que va a llegar, y me preguntó cómo será de grande esta vez.

– ¿No confías en mí? -preguntó Jesse, asombrada.

– ¿Y por qué iba a confiar? Llevas en casa cinco minutos. Ni siquiera vas a reconocer lo que hiciste la última vez. Nadie más sabe que el motivo por el que dominas tanto la venta por Internet es que ya tienes práctica.

¿Ahora sacaba aquello a relucir?

– Eso ocurrió hace cinco años.

– Robaste la receta familiar de la tarta de chocolate y te pusiste a vender las tartas por Internet.

– Porque tú me habías despedido de la pastelería.

– Creía que te habías acostado con Drew.

– Sí, pero no lo había hecho. Me despediste por algo que no había hecho. Tenía que ganarme la vida.

– Podías haber buscado trabajo.

– Sólo sabía trabajar en pastelería. Además, yo soy propietaria de la mitad del negocio, ¿o es que no te acuerdas? Así que la receta también es mía. ¿Cómo iba a robar lo que ya era mío?

Se miraron fijamente la una a la otra. La tensión vibraba entre ellas.

Nicole fue la primera en apartar la mirada.

– Por lo menos, podrías admitir que fue una equivocación.

– Es cierto. Tú me habías hecho mucho daño, y yo quería vengarme. Así que me puse a vender las tartas. Sabía que te ibas a enfadar mucho.

Nicole asintió.

– Gracias por decírmelo. Es cierto que me enfadaste mucho -dijo Nicole-. Siento no haberte creído con respecto a lo de Drew. Tenía muchos motivos para no hacerlo. Tu pasado, y el hecho de que siempre habías sido muy difícil. Pero sobre todo, porque quería que fueras la mala, para no tener que mirarme a mí misma. Si tú te acostabas con él, es que yo no era la razón de que nuestro matrimonio hubiera fracasado.

Jesse asimiló aquellas palabras, dejando que la llenaran de paz. Por fin, pensó. Había tardado mucho en llegar.

– Tú no fuiste la razón por la que tu matrimonio fracasó -le dijo a su hermana-. Fue Drew. Era un idiota.

Nicole emitió una carcajada que se transformó en sollozo.

– Sí, y yo lo elegí. No tenía que haberme casado con él, pero creo que tenía miedo de que nadie más me lo pidiera.

Jesse se acercó a su hermana y la abrazó.

– Eso es una locura. Eres guapa, lista y divertida. A los hombres les encanta eso. Mira con quién estás casada ahora. Hawk es un monumento.

– Lo sé. Algunas veces lo miró y me pregunto por qué he tenido tanta suerte.

Jesse dio un paso atrás.

– Estoy segura de que él piensa lo mismo de ti.

– Sí. Quién lo hubiera pensado.

Se miraron la una a la otra. Jesse sabía que la armonía era frágil, pero había más que decir.

– Necesitamos alquilar el local de enfrente. Es barato y es algo temporal, así que los riesgos son mínimos. Si no entregamos los pedidos, lo perderemos todo.

Nicole apretó los dientes y asintió.

– Sé que tienes razón. No me gusta, pero lo sé.

– Yo no pienso que sea mejor porque haya cambiado, pero tú tampoco eres mejor porque no hayas tenido que cambiar, Nicole. Tú sí tienes que cambiar. No podemos seguir con los papeles que teníamos antes. Yo siempre seré tu hermana, pero no soy la misma persona que conociste. Tenemos que conocernos la una a la otra y adaptarnos. Quiero que seamos una familia, pero si no puedes superar el pasado, no va a suceder.

– Ya lo sé -dijo Nicole suavemente-. Entiendo lo que está mal, pero no sé cómo cambiarlo. Hemos tenido vidas muy distintas.

¿Y qué significaba eso? ¿Que ya no tenían nada en común, que no podían estar unidas? ¿Que su vínculo se había perdido a causa de los sentimientos heridos y del tiempo?

La puerta delantera se abrió y Sid asomó la cabeza por el hueco.

– Nicole, tienes una llamada. Walker Buchanan. Es el dueño de los restaurantes Buchanan. Dice que está interesado en nuestras tartas. ¿Quieres que tome un mensaje?

Jesse sonrió a Nicole.