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Antes de que ella pudiera averiguar a qué se refería, él la estaba besando.

Fue un beso cálido, tentador, una reacción inesperada a su conversación. Él la estrechó contra sí como si nunca fuera a soltarla, y ella lo abrazó también. Entonces Matt le acarició la cara.

– Te deseo, Jess -susurró.

Palabras mágicas, pensó ella mientras notaba cómo le hervía la sangre. Palabras que había esperado durante mucho tiempo. Sin decir una palabra, tomó a Matt de la mano y lo llevó a su habitación.

Después de hacer el amor, se abrazaron el uno al otro y permanecieron unidos. Quizá el pasado no pudiera cambiarse, pero el presente sí, pensó ella mientras la esperanza le llenaba el pecho y hacía que creyera en todas las posibilidades del mundo. Porque su corazón sólo había pertenecido a un hombre, y estaba dispuesta a hacer cualquier cosa por recuperarlo.

Capítulo Diecisiete

A la mañana siguiente, Jesse entró flotando al obrador. Después de lo que había sucedido la noche anterior, se sentía tan bien que debía de estar resplandeciente. Tenía la esperanza de que Matt y ella pudieran encontrar la manera de estar juntos. Era un poco difícil, pero se había dado cuenta de que todavía quedaban sentimientos y conexión. Y ella estaba dispuesta a ser paciente.

Sin embargo, tenía que dirigir una panadería, pensó mientras se obligaba a concentrarse. Debía revisar los pedidos que habían llegado durante la noche. Los brownies recién hechos estaban en bandejas, sobre las mesas que había alineadas en la parte delantera del local. Sid y Jasper tenían las segundas tandas en el horno. Todo iba perfectamente. Eran casi las ocho de la mañana cuando apareció Nicole, con una expresión tan seria que el buen humor de Jesse comenzó a disiparse.

No, pensó mientras se ponía en pie y miraba a su hermana. No iba a permitir que Nicole le estropeara aquella mañana tan excelente.

– Quiero dejarlo claro -dijo-: No voy a pelearme contigo. No puedes decir ni hacer nada que me enfade.

Nicole asintió. Después se echó a llorar, y Jesse se quedó muy sorprendida.

– ¿Es eso lo que piensas de mí? -le preguntó su hermana-. ¿Que sólo quiero pelearme contigo? Es por mi culpa. Lo siento.

Aquella confesión inesperada hizo que Jesse se acercara a su hermana y la abrazara.

– No, no pienso eso. Claro que no. Lo siento. Ha sido una reacción apresurada.

– Porque nos hemos peleado mucho -dijo Nicole mientras le devolvía el abrazo. Después se apartó y se enjugó las lágrimas-. No pasa nada. Me merezco lo que has dicho, y seguramente más. Me quedé conmocionada con tu regreso, y estaba empezando a asimilarlo cuando se incendió la pastelería.

– No te preocupes. No pasa nada -dijo Jesse. Se sentía muy mal.

– Sí, sí pasa. He estado pensando mucho en lo que me dijiste y no me gusta la verdad, aunque no puedo rehuirla. La realidad es que quería que tú fueras la culpable de lo que ocurrió con Drew. Necesitaba culparte para no tener que aceptar que la culpa era suya y mía. Eso estuvo muy mal por mi parte y lo siento muchísimo.

– Nicole, no te culpes.

– ¿Por qué no? Yo lo hice. Te eché. Tú eres mi hermana pequeña, y te quiero, y te sacrifiqué porque estaba herida y enfadada, y no quería ver la verdad. Dejé que te marcharas cuando estabas embarazada. ¿Cómo pude hacerlo?

– Tú no me echaste. Me marché por mí misma, y es lo mejor que pude hacer.

Nicole la miró con los ojos hinchados.

– Tuviste un bebé sola. ¿Cómo es posible que lo consiguieras? Yo estaba muy asustada cuando tuve a Eric, y eso que Hawk estaba conmigo.

– Tenía amigos.

– Deberías haber tenido a tu familia. Lo siento. Me he estado protegiendo porque temía volver a perderte, pero eso también ha estado muy mal. Eres maravillosa y asombrosa, y te mereces mi apoyo. Yo sé por qué no pude dártelo.

– Porque te viste obligada a criar a tu hermana pequeña desde que tenías doce años. Tú no pudiste ser una niña.

Nicole la abrazó.

– No tienes que ser tan comprensiva. Tengo un discurso preparado.

Se aferraron la una a la otra.

– Estoy muy orgullosa de ti -le susurró Nicole-. Mira lo que has hecho. Tienes unas ideas buenísimas, y has salvado el negocio. Yo me habría limitado a cerrar. Toda esta gente está trabajando gracias a ti. Nunca podré agradecértelo lo suficiente.

Unas palabras muy sencillas, pensó Jesse, pero muy poderosas.

– Te quiero -le dijo a su hermana.

– Yo también te quiero -aseguró Nicole. Después se irguió-. Por eso voy a darte esto.

Jesse miró lo que le había entregado su hermana. Era un cheque por valor de ciento cincuenta mil dólares. Se le cortó el aliento.

– ¿Qué es esto?

– La mitad del dinero del seguro. Y habrá más. Nos lo están dando a medida que lo necesitemos. La mitad del negocio es tuyo, así que tómalo. Puedes empezar un nuevo negocio, o dar la entrada para una casa, lo que quieras. Es suficiente para hacer realidad un sueño.

Jesse le devolvió el cheque a su hermana.

– No lo quiero -dijo. Nicole la miró con desconcierto.

– ¿Por qué no?

– Porque si me quedo con este dinero, no podremos reconstruir la pastelería.

– No lo entiendo.

Jesse sonrió.

– Todo esto es temporal. Yo quiero una tienda de verdad. El incendio nos da la oportunidad de modernizar el equipo, de rediseñar los espacios del obrador y de la tienda. Tengo unas cuantas ideas.

Nicole se echó a reír.

– ¿Así, tan fácil?

– Yo también me apellido Keyes. Llevo el negocio en la sangre. Pero tenemos que hablar de unas cuantas cosas. También tengo algunas ideas sobre cambios en los procesos de producción.

Nicole sonrió.

– Por supuesto que las tienes.

Jesse todavía estaba despierta cuando Paula llegó a casa después de otra cita con Bill. Tan sólo con ver su rostro ruborizado y sus ojos brillantes, dijo:

– Esto se está poniendo serio. ¿Debería preocuparme por ti?

Paula bajó la cabeza.

– No seas tonta. Bill es un hombre muy agradable. Sólo nos estamos divirtiendo un poco.

– Vaya, pues a mí me parece que es algo más que diversión -bromeó Jesse-. Te estás acordando de practicar el sexo seguro, ¿no?

– Haré como si no te he oído -dijo Paula mientras dejaba el bolso en la encimera de la cocina-. Me gusta mucho Bill.

– Y tú le gustas a él -aseguró Jesse.

Sin embargo, tenía el presentimiento de que era algo más que eso para Bill y Paula. Parecía que se habían enamorado.

– Él vive en Spokane -dijo Paula-. Eso es un problema, pero bueno, por ahora no tenemos que preocuparnos. Es sólo… interesante.

– Algunas veces, lo interesante es estupendo.

– Ya lo sé -dijo Paula, y se sentó en uno de los taburetes del mostrador-. ¿Cómo van los pedidos en el obrador?

– Tenemos más de los que podemos atender, pero estamos al día con el programa. Nicole y yo hemos llegado por fin a un entendimiento -respondió Jesse, y le contó a Paula la conversación que había tenido el día anterior con su hermana-. No me di cuenta de que tenía un nudo enorme en el estómago hasta que se deshizo. He echado mucho de menos a Nicole. Seguro que seguiremos peleándonos, porque siempre lo hemos hecho, pero ahora es distinto. Es como si hubiéramos solucionado los problemas. Eso me gusta.

– Me alegro. ¿Otra cosa más que hayas solucionado?

Jesse sonrió.

– No eres nada sutil.

– Ya lo sé. Quiero que Matt y tú volváis a estar juntos. Tengo razones muy egoístas. De ese modo, os tendría cerca a Gabe y a ti y, además, me libraría de algo de la culpabilidad que siento.

Jesse le acarició la mano a Paula.

– No te sientas culpable. Sólo reaccionaste ante una situación, pero tú no obligaste a Matt a que me diera la espalda, y tú no eres el motivo por el que me marché de Seattle.