– No puedo dejar de pensar en cómo habrían sido las cosas si yo no hubiera intervenido -dijo Paula, y le estrechó los dedos a Jesse-. No puedo cambiar eso, pero sí puedo esperar que a partir de ahora suceda lo mejor.
– No tienes nada que cambiar. Estabas cuidando de tu hijo. Ahora que tengo a Gabe, lo entiendo. Yo haría lo mismo.
Paula sonrió.
– Bueno, quizá no lo mismo.
– Algo parecido.
– Está bien, gracias por decírmelo. Matt estuvo aquí anoche. ¿Cómo fueron las cosas?
– Muy bien. Es estupendo con Gabe, y eso es maravilloso. Creo que… tengo la esperanza de que podamos recuperar lo nuestro. Creo que sigue sintiendo algo por mí. No estoy segura.
– Yo también lo creo -le dijo Paula-. Por lo que tengo entendido, ha habido muchas mujeres en su vida, pero no ha dejado que ninguna se le acercara demasiado. Me pregunto si será porque nunca dejó de quererte.
– Ojalá fuera cierto, pero no lo sé. Me temo que quizá me estoy haciendo ilusiones en cuanto a su comportamiento.
– Porque todavía lo quieres.
Jesse asintió lentamente.
– Creo que sólo puedo entregar mi corazón una vez. Él lo tiene. La cuestión es si lo quiere todavía.
Matt y Gabe se acercaron a la puerta de la casa. Matt se detuvo antes de llamar, porque quería disfrutar de aquellos últimos minutos a solas con su hijo.
– Me lo he pasado muy bien -dijo Gabe.
Sonrió a su padre y se apoyó en él. Un peso ligero, pero muy especial.
– Te quiero, papá.
Matt se agachó hacia él y miró los ojos azules de Gabe.
– Yo también te quiero, hijo mío.
Gabe se echó a sus brazos.
– ¿Para siempre?
– Para siempre, pase lo que pase. Te quiero. Soy tu padre.
Gabe lo apretó con fuerza.
Unos brazos muy pequeños, pensó Matt, abrazándolo con igual intensidad. Un cuerpo tan pequeño, que albergaba tanta vida.
Se separaron y entraron en la casa. Gabe fue corriendo a buscar a Jesse y a su abuela. Matt avanzó con más lentitud, embargado por la emoción de aquel momento. Jesse lo encontró en el salón formal, que nunca se usaba.
– ¿Estás bien? -le preguntó al acercarse-. ¿Lo habéis pasado bien?
– Sí -respondió Matt y, al verla moverse, la recordó desnuda-. Muy bien.
– Gabe está muy contento. Le encanta estar contigo -dijo, y se estremeció-. Disculpa. Acabo de sentir una ráfaga de culpabilidad.
Algo que ella misma se había ganado. Matt intentó no concentrarse en todo lo que se había perdido. El destello de pasión se apagó como si no hubiera existido.
– Yo me crié sin padre -dijo-. No sabía nada de él, y mi madre no me contaba mucho, salvo que no le interesaba nada que ella estuviera embarazada. No quería que formara parte de nuestras vidas y el hecho de que yo le preguntara por él la hacía llorar, así que dejé de hacerlo.
Jesse asintió, con expresión de incomodidad.
– Gabe me preguntaba cada vez más por ti. Es uno de los motivos por los que he vuelto. Sabía que debía darle la oportunidad de que te conociera.
Él no debería tener la oportunidad de conocer a su hijo. Debería haber estado con Gabe desde el principio.
– Hace unos años, busqué a mi padre. Contraté a un investigador privado para que lo encontrara y le dijera que lo estaba buscando. No usé mi nombre. No quería que le atrajera el dinero.
– Oh, Matt.
– No tenía ningún interés en mí. Dijo que no le había importado antes y que tampoco le importaba ahora. Me dijo que no volviera a molestarlo.
Ella atravesó la habitación y lo abrazó. Él se lo permitió, absorbiendo su preocupación sin sentirla.
– Hoy, cuando estábamos en el parque, Gabe se tropezó y se cayó. Fue como si me hubiera caído yo, pero peor, porque no me importaba hacerme daño, pero no quería que le ocurriera nada a él. Lo tomé en brazos, pero en ese segundo, morí cien veces.
Ella alzó la cabeza y lo miró a la cara, con los ojos llenos de lágrimas.
– Lo sé -susurró-. Sé perfectamente lo que se siente. Es horrible tener tanto miedo y no poder controlar todo lo que pasa. Algunas veces, yo apenas puedo respirar de preocupación. Pero Gabe es duro y fuerte, y hará que te sientas orgulloso. Ya lo verás.
Gabe no tenía que hacer que se sintiera orgulloso. El amor que sentía por él era incondicional, pensó Matt.
Las emociones se arremolinaron en su interior. Sus sentimientos por Gabe, la rabia y la ira hacia Jesse, una ira que aparentemente, ella no percibía. Tenía ganas de zarandearla por haberle robado todo aquel tiempo. Quería castigarla. Quería que ella sufriera lo mismo que él.
Jesse sonrió entonces.
– Matt, seguramente éste no es el mejor momento ni el lugar adecuado, pero… te quiero. Nunca he dejado de quererte -dijo. Se rió y dio un paso atrás-. No digas nada, por favor. Sólo quería sacármelo de dentro. Siento mucho lo que ha pasado con Gabe. Lamento mucho lo que has perdido y, si pudiera cambiarlo, lo haría. Pero no podemos alterar el pasado, así que tenemos que arreglarnos con el presente. Espero que puedas perdonarme. Sé que te tomará un tiempo, pero estoy dispuesta a esperar. Espero que entiendas por qué hice lo que hice. Espero que podamos llegar a un acuerdo sobre Gabe. Compartirlo, o algo así.
¿O algo así? Ella quería más. Lo quería todo, pensó Matt con desdén. Y si pensaba que eso era posible después de lo que había hecho, no lo conocía en absoluto.
Jesse se puso de puntillas y lo besó. Él la dejó, incluso se lo facilitó inclinándose un poco. Después, ella sonrió y se marchó.
Cuando estuvo solo en el salón, sacó su teléfono móvil y marcó un número.
– Heath -dijo-. Ha llegado el momento. Entrégale la notificación a Jesse.
Capítulo Dieciocho
Matt no consiguió dormir aquella noche. No dejó de dar vueltas por la cama, pensando en Gabe y en Jesse, y en lo que iba a suceder cuando ella recibiera la notificación. Allí, en la oscuridad, pensó que debería sentirse ufano por todo ello. Iba a ganar, y su victoria dejaría a Jesse con el corazón y la vida destrozados. Iba a pagar todo lo que le había hecho.
Pensó en las cosas que iba a hacer con Gabe. Viajar, jugar, navegar juntos en el lago… Sin embargo, en vez de ver la cara sonriente de su hijo, vio a Gabe llorando por su madre. Vio a Gabe pasando los días con una niñera sin cara, porque él, Matt, estaba muy ocupado en el trabajo. Vio el dolor en los ojos de Jesse. Quería venganza, quería que ella experimentara todo lo que él había perdido, pero no quería hacerle daño a Gabe, y tampoco estaba seguro de que quisiera hacerle daño a ella.
Después de aquella noche de insomnio, se levantó y fue a la oficina. Llegó antes de las seis, y revisó el correo electrónico que tenía en el buzón. Diane llegó a las ocho.
– ¿Quieres hablar de ello? -le preguntó al llevarle una taza de café.
– No.
– Entonces estás de un humor de perros.
Él la fulminó con la mirada, sin hablar.
Diane hizo caso omiso de su evidente irritación.
– ¿Qué has hecho? -le preguntó.
– He hecho lo que tenía que hacer -zanjó él.
Ella suspiró.
– Eso no me inspira confianza, Matt. Te conozco desde hace mucho tiempo. Voy a apoyarme en eso y a decir algo que excede los límites de la relación entre un jefe y una secretaria. Sólo voy a hacerlo una vez, y no volveré a referirme a ello.
– ¿Estás segura de que quieres hacerlo?
– Sí, porque me importas. Eres un buen hombre, pero en cuanto al amor, estás amargado. Te proteges a ti mismo y no confías en nadie. No puedes aceptar lo que no estás dispuesto a dar -dijo, e hizo una pausa, con una expresión bondadosa-. Tú todavía la quieres. Si le haces daño sólo vas a conseguir hacerte daño a ti mismo. Y tienes que pensar en tu hijo. ¿Qué crees que va a sentir Gabe hacia el hombre que hizo llorar a su madre?