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– Estás mintiendo -dijo-. Tú no eres asesora de estilo de vida.

– He dicho que me estaba formando para serlo. De todos modos puedo ayudarte. Conozco a los tíos. Sé lo que funciona. No tienes por qué creerme, pero tampoco tienes nada que perder.

– ¿Y qué ganas tú?

– Yo conseguiría hacer algo bien -le dijo ella con sinceridad.

Matt la observó durante unos momentos.

– ¿Por qué tengo que confiar en ti?

– Porque soy la única que te está ofreciendo ayuda. ¿Qué es lo peor que podría ocurrirte?

– A lo mejor me drogas y me envías a algún país donde mi cadáver aparecerá en la playa.

Jesse se echó a reír.

– Por lo menos tienes imaginación. Eso es bueno. Di que sí, Matt. Dame una oportunidad.

Ella se preguntó si iba a hacerlo. Nadie creía en ella. Él se encogió de hombros.

– Qué demonios.

Jesse sonrió.

– Muy bien. Lo primero… -entonces, sonó su teléfono móvil-. Disculpa -dijo mientras lo sacaba de su bolso y respondía-: ¿Dígame?

– Hola, preciosa. ¿Cómo estás?

Ella arrugó la nariz.

– Zeke, éste no es buen momento.

– Eso no es lo que decías la semana pasada. Lo pasamos muy bien. El sexo contigo es…

– Tengo que dejarte -dijo Jesse, y colgó, porque no quería oír cómo era el sexo con ella. Volvió a concentrarse en Matt-. Lo siento, ¿por dónde iba? Ah, sí. El siguiente paso -sacó el recibo de Starbucks del monedero y le escribió su número de teléfono en el reverso. Después se lo dio.

Él lo tomó.

– ¿Me has dado tu número?

– Sí. Conseguir que cambies será más difícil si no nos reunimos. Ahora dame el tuyo.

Él lo hizo.

– Muy bien. Necesito un par de días para pensar en un plan. Cuando lo tenga, me pondré en contacto contigo -dijo ella, y sonrió-. Va a ser estupendo. Hazme caso.

– ¿Me queda otro remedio?

– Sí, pero haz como si no.

Jesse dejó su pesada mochila sobre una silla y posó su café con leche sobre la mesa. Matt y ella habían quedado en otro Starbucks para hablar de su plan.

Jesse estaba verdaderamente entusiasmada con aquel proyecto, y no recordaba la última vez que se había entusiasmado por algo. Aunque Matt, en realidad, no se había mostrado tan emocionado como ella cuando lo había llamado. Pero, al menos, había accedido a encontrarse con ella.

Cinco minutos más tarde, Matt entró en la cafetería. La saludó y se dirigió al mostrador para pedir un café. A ella le sonó el teléfono móvil.

– ¿Diga?

– Nena. Andrew. ¿Esta noche?

– Andrew, ¿nunca has pensado que las cosas te irían mucho mejor durante el día si usaras verbos? -dijo Jesse. Miró hacia arriba y sonrió al ver que Matt se acercaba-. Sólo será un segundo -susurró.

– No necesito verbos, nena. Tengo todo lo necesario para estar con una chica. ¿Quedamos, o qué? Hay una fiesta. Vamos, y luego volveremos aquí. Todo el mundo sale ganando.

Vaya. Casi una conversación entera.

– Tentador, pero no.

– Tú te lo pierdes.

– Estoy segura de que lo lamentaré durante semanas. Adiós -dijo Jesse, y colgó-. Disculpa. Voy a apagar el teléfono. No quiero que vuelvan a interrumpirnos.

– ¿No era tu novio?

– ¿Por qué lo preguntas?

– El que te llamó el otro día era Zeke. Este es Andrew.

– Eres observador. Una cualidad muy buena. Y no, ninguno de los dos es mi novio. Yo no voy en serio con nadie.

– Interesante. ¿Y por qué?

– No pienses que vas a conseguir que se me olvide por qué estamos aquí preguntándome cosas sobre mí.

Matt se encogió de hombros.

– Merecía la pena intentarlo.

– Bueno, vamos a cambiar de tema. Tenemos mucho que hacer hoy -dijo ella-. Tengo un plan.

Matt tomó un poco de café y la miró.

– Primero -dijo Jesse -, quiero que contestes algunas preguntas. ¿En qué trabajas, algo de ordenadores?

Él asintió.

– Soy programador. Trabajo mucho haciendo juegos. En Microsoft.

– Me lo imaginaba. ¿Tienes aficiones?

Él lo pensó durante un segundo.

– Los ordenadores y los juegos.

– ¿Nada más?

– El cine, quizá.

Lo cual significaba que no, pero él había dado con una respuesta rápida.

– ¿Has visto Cómo perder a un hombre en diez días? La estrenaron la semana pasada.

Él negó con la cabeza.

– Ve a verla -le dijo Jesse-. Y deberías estar anotando lo que te digo. Vas a tener deberes.

– ¿Qué?

– Tienes que aprender muchas cosas, y te va a costar esfuerzo. ¿Estás dispuesto a hacerlo?

Él vaciló durante un instante.

– Sí -dijo finalmente, aunque con cierta reticencia.

Entonces ella le pasó un par de folios. Él apunto obedientemente el título de la película.

– Después hablaremos de tu apartamento. Hoy quiero hablar sobre tus referencias culturales y tu guardarropa.

– No tengo apartamento.

– ¿No? ¿Y dónde vives?

– Vivo en mi casa, con mi madre -dijo Matt, y se ajustó las gafas a la nariz con un dedo-. Antes de que digas nada, es una casa muy bonita. Hay mucha gente que vive en casa con sus padres. Resulta más cómodo.

Oh, Dios. La situación era peor de lo que ella había pensado.

– ¿Cuántos años tienes?

– Veinticuatro.

– Seguramente ya es hora de que vueles del nido. ¿Para qué vas a ligar con una chica si después no tienes adonde llevarla? -dijo ella, y lo anotó-. Como ya he dicho, esto es para la clase avanzada.

– ¿Dónde vives tú?

Ella se quedó mirándolo fijamente, y después soltó una carcajada.

– Con mi hermana.

La expresión de Matt se volvió petulante.

– ¿Lo ves?

– Yo no soy un chico.

– ¿Y?

– Muy bien, me lo apunto. Pero tú tienes que mudarte antes -dijo ella. Después sacó unas cuantas revistas de su mochila-. People es semanal. Suscríbete. Cosmo y Coche y Conductor son mensuales. También In Style. Léelas. Te voy a hacer un test.

Él hizo un gesto de horror.

– Eso son revistas de chicas, salvo la de coches, y a mí no me gustan los coches.

– Son libros de texto culturales. In Style tiene una sección estupenda de hombres que visten bien. También tiene muchas fotografías de mujeres guapas. Te gustará. People te mantendrá al día de las noticias sobre los famosos, que aunque no te importen, al menos podrás reconocer cuando la gente los mencione. La revista de coches es para equilibrar, y Cosmo es la compañera fiel de cualquier mujer de veintitantos años. Considéralas el libro de cabecera del enemigo -le explicó Jesse, y le entregó las revistas-. También debes ver la televisión -añadió, y le dio los nombres de unos cuantos programas a los que debía aficionarse para saber más cosas sobre las que hablar con las mujeres.

– No se puede aprender cómo hablar con las mujeres viendo la televisión -le dijo Matt.

– ¿Cómo lo sabes? ¿Lo has intentado?

– No.

– Bueno, pues hazlo -dijo ella, y miró su lista-. Siguiente. Vamos a salir a cenar. Quiero que me llames y me pidas una cita, una y otra vez. Algunas veces diré que sí, y otras veces diré que no. Vamos a hacer eso un par de veces por semana, hasta que te sientas cómodo haciéndolo. Lo siguiente, ir de compras. Tienes que comprarte algo de ropa.

Él se miró.

– ¿Qué tiene de malo mi ropa?

– ¿Cuánto tiempo hace que la tienes? No te preocupes. Todo se puede arreglar. Lo que más me preocupa, en realidad, son las gafas.

Él frunció el ceño.

– No puedo llevar lentillas.

– ¿Has pensado en hacerte la cirugía LASIK?