Diane se dio la vuelta y se marchó.
Matt la observó hasta que salió del despacho, exasperado por la facilidad con la que le leía el pensamiento. Diane no podía conocer los detalles, pero sabía que tenía un plan en marcha.
Se convenció de que lo que le había dicho no era importante. La mayoría de las cosas no importaban, salvo lo de Gabe. Sí, el niño estaría disgustado durante un tiempo, pero lo superaría. Muchos niños tenían que acostumbrarse a vivir con padres separados y se las arreglaban. Sin embargo, él no quería que Gabe se las arreglara. Quería que fuera completamente feliz. Recordó la sonrisa de Gabe, pensó en todos sus juegos y en los juguetes que había por la casa. Vio a su hijo, que siempre estaba feliz y que era pura alegría.
Y sin querer, vio también a Jesse, trabajando en el obrador. La imaginó allí, con harina en la nariz, con los ojos azules llenos de diversión.
¿Qué se proponía él con aquella demanda por la custodia de Gabe? No quería quitarle el niño a su madre, y tampoco quería destruir a Jesse.
Rápidamente, tomó el teléfono y llamó al despacho de Heath. La secretaria de su abogado le dijo que no estaba disponible en aquel momento.
Matt soltó un juramento y colgó. Salió del edificio, tomó su coche y fue hasta la oficina de Heath, a pocas manzanas de su empresa. Tenía que evitar que le entregaran la notificación a Jesse. Tenía que destruir los documentos y asegurarse de que ella nunca lo supiera. Tenía que arreglar la situación.
Diane tenía razón. Nunca había dejado de querer a Jesse.
La quería. Siempre la había querido, quizá desde aquel primer momento en que ella lo había llamado a la salida de un Starbucks y había cambiado su vida para siempre.
Condujo a más velocidad de la debida y aparcó en zona prohibida en la entrada de la oficina de Heath. Subió en el ascensor y corrió hacia el despacho de su abogado. Allí encontró a la secretaria.
– Tengo que conocer la situación de unos papeles -le dijo-. Es muy urgente. No quiero que los entreguen.
Ella dio un par de pasos hacia atrás y asintió con cautela.
– Eh… claro, señor Fenner. Permítame un instante que lo averigüe.
– Eran para Jesse Keyes, y son acerca de nuestro hijo. No quiero que se le entregue esa notificación.
Ella se acercó al ordenador y tecleó durante un par de segundos.
– Todavía están aquí.
Matt sintió un enorme alivio.
– Bien. Busque todas las copias y entréguemelas.
– No puedo hacer eso sin hablar antes con Heath, y él no va a volver hasta dentro de un par de horas. ¿Le parece bien que se las enviemos por mensajero a su oficina?
Matt no quería esperar, pero sabía que su única alternativa era llevarse los papeles por la fuerza.
– Está bien -dijo-. Los quiero hoy mismo.
– Por supuesto, señor Fenner -dijo la secretaria, y sonrió con tirantez, como si estuviera deseando que se marchara.
Matt asintió y salió del despacho. Tomó su teléfono móvil de nuevo, pero decidió ir directamente hacia el Eastside. Recogería a Gabe en casa de su madre y lo llevaría a la pastelería. No sabía qué iba a decirle a Jesse, pero iba a pensarlo. Ella lo quería. Se lo había dicho, y si ella lo quería, todo iba a salir bien.
Jesse estaba a punto de vomitar. Sentía un horror y un miedo tan intensos que estaba aturdida y entumecida. Quizá eso fuera bueno.
Había ido a casa a comer, y en la entrada se había encontrado con un hombre de traje que le había preguntado si ella era Jesse Keyes y le había entregado un sobre. Dentro estaban las palabras que habían estado a punto de pararle el corazón.
En aquel momento se hallaba en medio de la cocina de Paula, releyendo el documento con la esperanza de haberlo malinterpretado. Tenía que ser eso. No era posible que Matt le hubiera hecho algo así.
– ¿Jesse?
Alzó la vista y vio a Paula, que tenía una expresión preocupada en el rostro. Sin decir nada, Jesse le entregó los papeles. Paula los leyó rápidamente, jadeó y se tambaleó. Después se los pasó a Bill.
Jesse se sentó en un taburete. No podía pensar, no podía respirar. Aquello no estaba sucediendo. Tenía que ser un error.
Desde la sala de estar le llegaba el sonido alegre de un DVD que estaba viendo Gabe. Eso lo mantendría ocupado al menos media hora más, así que ella tendría tiempo de recuperar algo de calma.
Bill se acercó a ella y la abrazó.
– Nos enfrentaremos a ese desgraciado -dijo en voz baja y firme-. Lo aplastaremos.
– ¿Podemos? -preguntó Jesse con un hilo de voz-. No sé qué pensar ni qué sentir. Este no es el Matt que yo conozco. Él nunca haría algo así, nunca nos haría daño a Gabe y a mí de esta forma. Oh, Dios mío, Gabe.
Jesse tuvo que reprimir las lágrimas, que comenzaban a quemarle en los ojos.
– Él quiere a su padre. No puede verse atrapado entre nosotros, y yo no estoy dispuesta a entregarlo. No lo entiendo. ¿Cómo es posible que Matt haya hecho esto? Siempre pensé que llegaríamos a un entendimiento. Creía que él también lo quería.
Se había equivocado. Sabía que Matt estaba enfadado, que la culpaba por haber mantenido a Gabe lejos de él y…
– Está haciendo esto para castigarme -dijo-. Quiere que yo pierda lo mismo que él. Quiere que sufra.
– No -dijo Paula-. No es posible -añadió. Sin embargo, no parecía que estuviera muy convencida.
– Confié en él -murmuró Jesse-. Lo animé a que conociera a Gabe. Lo ayudé para que todo fuera bien entre ellos y, durante todo este tiempo, él se dedicaba a preparar esto. Ha hecho que me sintiera fatal, que me arrastrara, aun sabiendo que iba a intentar quitarme a Gabe.
Sólo hubo silencio a su alrededor. Era suficiente para que supiera que Bill y Paula temían que aquello fuera cierto.
– Era sólo un juego para Matt -continuó-. Un juego de venganza. Consiguió que creyera en él, y después me ha arrancado el corazón.
Se puso en pie y se enjugó las lágrimas.
– Pero no va a ganar. Yo no hice nada malo deliberadamente, y él está haciendo esto a propósito. No va a quitarme a Gabe. No puedo permitirlo.
– No, no puedes -dijo Paula con tristeza-. No sé qué decir. Éste no es mi hijo, Matt no es así.
Jesse no mencionó que Matt había cambiado mucho durante aquellos cinco años.
– Nos tienes a nosotros -dijo Bill-. Vamos a luchar contra él. No va a ganarnos.
Jesse agradecía su apoyo, y sabía que iba a necesitarlo. Matt iba a ser un oponente formidable. Sin embargo, ni Bill ni Paula entendían que él ya había obtenido una parte de su victoria. Le había robado el corazón por segunda vez, y se lo había devuelto destrozado.
Matt llegó a casa de su madre, pero no la encontró allí. Fue a la pastelería, pero Nicole no había visto a su hermana desde la hora de comer. Entonces volvió a su oficina con cierta sensación de inquietud. Pensó que podía hablar con ella un poco más tarde, pero tenía el presentimiento de que debía hacerlo en aquel mismo momento.
Eran casi las dos cuando se abrió de par en par la puerta de su despacho y Bill fue hasta su escritorio.
Matt se puso en pie para enfrentarse a él, maldiciendo aquel desastre que ya no iba a poder deshacer. Jesse había recibido la notificación. Había leído el documento y sabía lo que él había estado planeando mientras salía con ella, mientras hacían el amor. Seguramente estaba herida, confusa y aterrorizada.
– Voy a aclararte una cosa -dijo Bill-. Haré todo lo necesario para aplastarte. Cuando acabe contigo no podrás ni caminar.
Matt tuvo que respetar las agallas de aquel hombre, aunque sabía que lo que decía no era cierto. Bill no podía hacerle daño de ningún modo.
– Ha recibido los papeles -dijo, haciendo caso omiso de la amenaza-. Se suponía que no debía recibirlos.
– Entonces todo se debe a un error administrativo, ¿no? -dijo Bill con sarcasmo-. Muy bien. Se lo diré, porque así se arregla todo. Ella podrá borrar de su corazón el hecho de que has estado planeando todo esto, de que le tendiste una trampa. ¿En qué demonios estabas pensando, muchacho?, ¿en quitarle a Gabe? Ya has visto lo mucho que se quieren. Son una familia. Uno no ataca algo así. ¿Quién te crees que eres para hacerle tanto daño a Jesse?