Matt sintió cada una de aquellas palabras como si fueran puñetazos. Lo golpearon con fuerza en las entrañas, en el pecho y en el corazón.
– Puedo explicarlo todo -dijo.
– ¿El qué? ¿Que mentiste a Jesse, que nos mentiste a todos? Ya es demasiado tarde. Jesse va a ganar. Tu madre y yo nos vamos a asegurar de que así sea.
Porque estaban de parte de Jesse. Matt se sintió extrañamente reconfortado al saber que no estaba sola en aquello.
– Tienes razón. Le mentí. Estaba enfadado cuando vino a verme por primera vez. No, más que enfadado. Ella me había ocultado a Gabe durante cuatro años, y luego apareció sin previo aviso. Ni siquiera entendía lo que había hecho, decirme que estaba embarazada y después largarse no fue suficiente.
– A nadie le importa ese argumento. No es suficiente.
– No, no es nada. Sólo es el motivo por el que lo hice. Quería castigarla. Quería que sintiera lo que yo siento. Quería que sufriera, y estaba equivocado. A medida que iba conociendo a Gabe, me enfadaba más y más por lo que había perdido para siempre.
– Jesse debió insistir e intentar hablarte del niño -dijo Bill-, ya lo ha admitido. Cometió un error, pero eso no justifica que tú te hayas acercado a ella fingiendo ser una cosa cuando estabas preparando un plan para destruirla.
– Lo sé. Tengo que hablar con Jesse. Tengo que decirle que no se preocupe. Puedo arreglarlo todo.
– Eso es lo primero que has dicho que me entristece. No hay forma de arreglar esto.
– Ella me quiere. Ha seguido queriéndome durante todo este tiempo.
– Y eso empeora la situación. Jesse no va a perdonarte nunca. Y peor todavía, Gabe terminará por saber que tú eres la razón de que su madre esté tan triste. Un niño no olvida algo así.
– Es mi hijo -murmuró. Acababa de encontrar a Gabe, no podía perderlo.
– Deberías haberlo pensado antes -dijo Bill con desprecio-. Lo tenías todo, estúpido. Todo lo que podías desear. El amor de una mujer buena, un hijo que sólo quería estar contigo, una familia feliz. Todo lo importante. Pero preferías tener razón, preferías vengarte. ¿Cómo te sientes ahora?
Matt no tenía la respuesta. Estaba demasiado concentrado en todo lo que había salido mal.
– Jesse no está sola -continuó Bill-. Tiene a mucha gente de su lado. Gente que no te tiene miedo, y que cuenta con recursos. Yo mismo voy a disfrutar de tu caída.
Y dicho eso, Bill se dio la vuelta y se marchó. Cuando se cerró la puerta, Matt se quedó solo, en silencio. Podía arreglar aquella situación, pensó. Nunca se había encontrado con un problema que no pudiera resolver. Era sólo cuestión de dar con la mejor estrategia.
Sin embargo, le resultaba difícil pensar con el vacío lacerante que notaba en la boca del estómago. Y en su interior, una voz insidiosa le susurraba que, posiblemente, aquella vez había ido demasiado lejos.
Capítulo Diecinueve
Jesse sacó los pedidos matinales del ordenador y leyó el informe. Comparó la lista con el inventario, y anotó el número de brownies y tartas que debían terminar aquel día. Sabía que, mientras trabajaba, Nicole y Claire la estaban mirando y susurrando en una esquina.
No eran muy sutiles, pensó, a la vez exasperada y conmovida por su atención constante. Estaban preocupadas por ella, lo cual significaba que la querían. Esa era la buena noticia. La mala era que con cada mirada de preocupación le recordaban lo que había hecho Matt, y hacían que se derrumbara emocionalmente otra vez.
Por lo menos, cada vez se le daba mejor recuperarse y seguir adelante.
Claire le había ofrecido el dinero necesario para contratar al mejor abogado de toda la costa Oeste. Nicole le había dicho que todos los recursos de la pastelería eran suyos. Aunque no quería aceptar nada de ellas, no le quedaba más remedio que hacerlo. Tenía que luchar contra Matt en igualdad de condiciones.
Sus hermanas se despidieron de ella y se marcharon, y ella siguió sentada en su rincón de la oficina, intentando trabajar. En aquel momento, le estaba resultando muy difícil concentrarse. Sólo podía pensar en todo el daño que le había hecho Matt. La última vez que le había roto el corazón se había quedado destrozada, pero ahora no estaba segura de poder sobrevivir. Podía perder algo muy importante. Su hijo estaba en juego.
Bill le había contado que había visitado a Matt, y que éste le había dicho que no quería que le entregaran aquella notificación. El problema era que él había ordenado redactar aquel documento. Lo había manipulado todo entre ellos.
Alguien entró por la puerta y Jesse alzó la vista. Era una mujer.
– ¿Es aquí donde está ahora la Pastelería Keyes? -preguntó.
– Sí -dijo Jesse. Se puso en pie y se acercó a ella-. Pero ahora no estamos vendiendo al por menor. Nuestro local se quemó.
– Lo sé. Me acerqué por allí, y me quedé espantada -dijo, y sonrió-. Disculpe. Permíteme que me presente. Me llamo Cathy. Mis suegros van a celebrar sus bodas de oro este fin de semana. Vamos a dar una gran fiesta. Todo estaba listo, o lo estaba. Mi suegra me ha contado que cuando se casaron, la tarta de bodas era una de sus famosas tartas de chocolate, y que le gustaría darle una sorpresa a mi suegro llevándole esa tarta de nuevo. ¿Es posible pedir una?
Jesse sonrió.
– Claro que sí. ¿Quiere recogerla el viernes?
– Sí. Sería maravilloso. Muchas gracias.
Jesse tomó nota. Quedaron a una hora, la mujer pagó la tarta y se marchó. Cuando se fue, ella se preguntó cómo sería estar casado durante tanto tiempo. Cincuenta años parecía toda una vida. Una vez, cuando era joven e ingenua, había pensado que Matt y ella podrían tener tanta suerte, pero se había equivocado.
Jesse salió de la pastelería cerca de las cuatro. Estaba muy cansada, pero sabía que no iba a poder dormir aquella noche. Apenas había podido cerrar los ojos desde que había recibido la notificación. Cada vez que intentaba relajarse, sentía pánico por la posibilidad de perder a Gabe.
Cuando se acercaba a su coche, vio a alguien en el aparcamiento. Matt.
Se detuvo sin saber qué hacer. Quería huir, pero irguió los hombros y caminó hacia él, diciéndose que aquél no era el hombre del que se había enamorado. Quizá aquel hombre no había existido nunca. Tal vez ella lo había creado en su mente.
Él esperó sin decir nada. Jesse se detuvo frente a él y se dio cuenta de que tenía unas profundas ojeras. Tenía mal aspecto, lo cual debería hacer que ella se sintiera bien. Sin embargo, no era así. Al final, no habría ganadores en aquella batalla. La victoria tenía un precio que iban a estar pagando para siempre.
– Lo siento -dijo Matt-. Jesse, no sabes cuánto lo siento. No deberían haberte entregado los papeles. Me imagino lo que has debido de pasar cuando los leíste. No quería que sucediera eso.
– ¿Y cuándo dejaste de quererlo? -le preguntó ella-. Es evidente que has visitado a un abogado más de una vez para preparar ese documento. Tú lo pusiste todo en marcha, y luego ¿qué? ¿Cambiaste de opinión en el último instante? No me importa. Ya está hecho, Matt, y no puedes deshacerlo.
– Estaba furioso, porque me quitaste algo que nunca podría recuperar.
– Así que decidiste hacer lo mismo para que estuviéramos empatados. Tienes razón. Yo no puedo cambiar el pasado, pero por lo menos he admitido que estaba equivocada. Haré todo lo que pueda para compensarte por el error. Porque fue un error, nada más que eso. No fue algo deliberado, no fue un plan cruel. Tú no quieres que te engañen, pero me has engañado por completo a mí. Pensaste en todo esto cuidadosamente y observaste cómo sucedía todo. ¿Cómo crees que me siento?