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– Matt…

– Pondré la casa a nombre de Gabe, si te sientes mejor -dijo él, interrumpiéndola-. La pondré en fideicomiso hasta que cumpla veinticinco años. Quiero que sepas que siempre tendrás un lugar al que ir -dijo, y le acarició la mejilla-. No puedo enmendar el pasado, pero voy a hacer lo que sea necesario para demostrarte que te quiero. Lo único que necesito es que me des una oportunidad. Tú todavía me quieres. Soy el padre de tu hijo, nos pertenecemos el uno al otro, Jesse. No me voy a rendir, te lo demostraré.

Ella quería creerlo con todo su corazón, pero no podía. Se dio la vuelta para entrar en la casa, pero él la agarró del brazo y la besó. Sin querer, Jesse se dejó besar. Cerró los ojos mientras él presionaba sus labios contra los de ella, haciendo que lo deseara más que al propio aire. La pasión se desató. Jesse se echó a temblar de deseo y esperanza y, finalmente, de desesperación.

Se apartó.

Él tenía los ojos llenos de pasión y la respiración entrecortada.

– Ya has gastado tu segunda oportunidad -susurró ella-. No puedes decir ni hacer nada para que vuelva a confiar en ti.

– No voy a rendirme -insistió él-. Me he pasado cinco años echándote de menos. Hacía todo lo posible por distraerme, pero no sirvió de nada. Te quiero, Jesse. Prefiero pasarme el resto de la vida intentando que cambies de opinión a estar con otra mujer. No me voy a marchar a ningún lado. Será mejor que te acostumbres.

Ella se quedó tan sorprendida que no pudo moverse, así que fue él quien entró en casa. Jesse cerró los ojos y rogó al cielo que todo lo que le había dicho fuera cierto, y que ella pudiera, un día, perdonarlo.

Capítulo Veintiuno

– Matt se va a reunir con nosotros mañana por la mañana -dijo Jesse mientras terminaba de meter los platos de la cena en el lavavajillas.

Paula guardaba las sobras en la nevera.

– ¿Seguro?

– Ha llamado hace un rato Ha comprado una cámara digital de vídeo para poder grabarlo todo.

También le había dicho que haría una copia para que los dos pudieran tener el primer día de colegio de Gabe y verlo en el futuro.

Paula frunció el ceño.

– Pero… mañana a las ocho de la mañana es el lanzamiento mundial del nuevo juego de la empresa. Hay una presentación simultánea en varias ciudades del mundo. Llevan planeándolo varios meses, ha salido en las noticias.

Jesse no sabía qué decir. Sabía que trabajaban en un juego nuevo, pero siempre había un juego nuevo.

– ¿Y por qué es tan especial este lanzamiento?

– Es la secuela de un juego que se estrenó hace años. Creo que es muy bueno. La gente lleva meses esperándolo. Va a haber fiestas de presentación y se retransmitirán las unas a las otras. Si estás en la fiesta de Seattle, podrás ver a la gente de Londres y de Tokio. Según Business Week, se supone que este juego incrementará los beneficios de la empresa un treinta por ciento con respecto al año anterior. No puedo creer que Matt vaya a perderse todo eso.

Jesse tampoco podía creerlo.

– No me había contado nada -dijo lentamente-. Es el presidente de la empresa. Debería estar en ese evento.

– Me parece que quiere demostrar algo -reflexionó Paula-. Que la familia es más importante que cualquier otra cosa para él.

Últimamente había estado demostrando muchas cosas. Había aparecido con puntualidad para llevarse a Gabe de paseo, y lo había devuelto a casa con la misma puntualidad. Durante las semanas anteriores había sido atento, considerado y amable, sin presionar. No había intentado besarla de nuevo, algo que debería complacerla. Al fin y al cabo, no confiaba en él. Sin embargo, echaba de menos sus besos, además de otras cosas.

Jesse se excusó y se fue a su dormitorio. Gabe ya estaba acostado, seguramente, soñando con su primer día de preescolar. Estaba muy emocionado por su colegio nuevo, su profesor y los amigos a los que iba a conocer. Ella tenía suerte. Siempre había sido un niño muy sociable, lo cual significaba que no tenía que preocuparse por el hecho de que no fuera a encajar.

Abrió el ordenador, entró en Internet y buscó artículos recientes sobre la compañía de Matt. Había unos cuantos sobre el nuevo juego y la fiesta de lanzamiento. Parecía que era un gran acontecimiento, tal y como le había explicado Paula. También se mencionaba que se había celebrado recientemente una reunión de accionistas a la que Matt había llegado tarde. Unos cuantos de los asistentes habían expresado su malestar públicamente.

Jesse comprobó la fecha y la comparó con su calendario. La tarde en la que Matt debería haber estado en la reunión había estado con Gabe y con ella, comprando los zapatos nuevos del colegio para el niño. ¿Y ahora iba a perderse el lanzamiento del producto de su empresa porque era el primer día de colegio de Gabe?

Tomó el teléfono y marcó su número.

– ¿Diga?

– ¿Te has vuelto loco? -dijo ella-. No puedes seguir haciendo esto. No puedes faltar a reuniones importantes por Gabe y por mí. Sé que tenemos un horario de visitas y que quieres ser parte de las cosas, pero esto es absurdo. De veras, Matt, podríamos haber dejado para otro momento la compra de los zapatos. Y con respecto al primer día de clase, no se puede cambiar, pero puedo llevarme la cámara y será como si estuvieras allí. En cuanto a lo demás, podemos cambiar las horas. ¿O es que crees que soy tan bruja que no puedes razonar conmigo?

Él se quedó en silencio un segundo antes de decir:

– Yo no pienso que seas una bruja. No voy a hacer nada que no quiera hacer.

– Te perdiste la reunión de accionistas.

– Llegué tarde, que no es lo mismo.

– Se trata de tu carrera profesional. De tu empresa. De tu vida.

– No es mi vida -dijo él-. No es lo que más me importa. Quiero que Gabe y tú sepáis que me importáis mucho. Puede que llegue un momento en el que esté más cómodo cambiando las cosas, pero por el momento, no lo voy a hacer.

– Pero… tienes que ir a la fiesta de presentación.

– Y voy a ir. Sólo llegaré una hora tarde.

– Todo el mundo se dará cuenta. Lo escribirán en los periódicos.

– A los que juegan a mis juegos les importa un comino si estoy o no en la fiesta de lanzamiento.

Quizá tuviera razón en eso.

– Estás tomando una decisión equivocada.

– En mi opinión, no. Estoy haciendo cosas que debería haber hecho antes.

– Está bien, pero no te quedes demasiado tiempo mañana. Puedes quedarte hasta que Gabe haya entrado en clase y después, marcharte.

– Pensaba que los padres podían quedarse durante la primera hora, más o menos.

– Sí.

– Entonces me quedaré.

– Eres muy testarudo -refunfuñó ella.

– Si te refieres a que no me rindo, tienes razón. Sigo echándote de menos, Jesse. Te quiero. Eso no ha cambiado.

– Matt…

– Lo sé. Quieres que me olvide, pero no puede ser. No voy a dejar de decirte lo que siento. Quiero que estemos juntos, que seamos una familia. Voy a esperar cuanto sea necesario hasta que estés dispuesta a darme otra oportunidad.

– ¿Y si nunca sucede?

– Entonces voy a pasar mucho tiempo echándote de menos. Hasta mañana.

Matt colgó el teléfono y Jesse se quedó a solas en su cuarto, escuchando el silencio y preguntándose si estaba haciendo lo correcto al rechazar la mejor oferta que le habían hecho en su vida.

Después de que Gabe hubiera encandilado a su nueva profesora y se hubiera hecho amigo de todos los niños de la clase, Jesse se acercó a la obra de la pastelería, donde había quedado con Nicole para comprobar los avances.

En los tres meses que habían pasado desde el incendio, se habían retirado los escombros, se habían hecho planos nuevos, se habían conseguido las licencias de obra y se habían puesto los cimientos. La reconstrucción iba a buen rimo, debido en gran parte a la publicidad que había recibido la pastelería. Todos habían cooperado y el seguro iba pagando los plazos de la indemnización. Sólo quedaban unos meses para la gran inauguración.