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Aparcó junto a un par de camiones de construcción, al lado de la furgoneta de Nicole. Cuando salió del coche, vio que sus dos hermanas estaban allí.

– ¿Cómo ha ido la cosa? -preguntó Claire-. ¿Qué tal Gabe? Robby empieza mañana. No sé si va a llorar, pero creo que yo sí.

– Él lo ha pasado mejor que yo -admitió Jesse-. Entró en clase y comenzó a hablar con los otros niños. Eso no lo ha sacado de mí, ni de Matt. Debemos de tener un antepasado muy parlanchín y sociable.

– Eric se puso sólo un poquitín mañoso -comentó Nicole-, pero yo creía que era Hawk el que iba a echarse a llorar.

– Lo tengo todo en DVD -dijo Jesse-. Lo ha grabado Matt y va a hacerme una copia, por si os interesa.

– Pues sí -dijo Nicole-. Nosotros también tenemos grabado el gran día de Eric.

– Nosotros vamos a hacer lo mismo -dijo Claire-. Así que tal vez podamos quedar este fin de semana para revivir esos momentos.

Jesse se echó a reír.

– Me parece un buen plan.

¿Quién iba a pensar que, después de tanto tiempo, sus hermanas y ella habían encontrado, por fin, la manera de estar juntas?

– ¿Cómo va la obra?

Nicole gruñó.

– Bien, pero el equipo me va a matar. ¿Sabes lo que cuestan esos nuevos hornos que quieres?

– Sí, pero son energéticamente eficientes, y amortizaremos la diferencia de precio en un año.

– Más vale. Por ese dinero, espero que me hagan la colada y dejen la ropa esponjosa.

– Tú has elegido mostradores y vitrinas de lujo -le recordó Jesse-, así que yo puedo tener mis hornos especiales.

– Y los mezcladores -dijo Nicole, y se giró hacia Claire-. Tienen potencia suficiente para ir a la luna y volver. Además, tenemos papel y bolsas nuevas, y también un logotipo nuevo. El dinero sale más rápidamente de lo que entra.

– Lo recuperaremos -dijo Jesse, que confiaba en sus decisiones-. Ya lo verás.

– Eso espero. Por lo menos, la obra va muy bien. Está en plazo y de acuerdo al presupuesto. Es un milagro de Dios.

– Más dinero para el equipo, entonces -bromeó Jesse.

– No y no. De verdad, Jesse -gruñó Nicole, y volvió a dirigirse a Claire-. Habla con ella, que recupere el sentido común.

Jesse sonrió.

– Me quieres.

– Sí, a veces…

Jesse continuó sonriendo. Era muy bueno estar en casa.

– ¿Cómo está Matt? -preguntó Claire. La sonrisa de Jesse se desvaneció.

– Eso sí que ha sido un cambio de tema sutil. Está bien.

– Han pasado dos meses -dijo Claire-. ¿Durante cuánto tiempo más lo vas a castigar?

– No lo estoy castigando. He tomado una postura inteligente.

– ¿En cuanto a qué? -preguntó Nicole.

– No es que estemos intentando entrometernos -apuntó Claire.

– Sí, claro que sí.

– Bueno, da igual -dijo Nicole-. Sí, es cierto. Matt lo fastidió todo. Fue un imbécil. Pero es obvio que se ha arrepentido y que está haciendo lo que puede. Ha seguido ahí, cuando la mayoría de los otros tipos se habría alejado ya.

– ¿Así, tan fácil? ¿Ya os habéis puesto de su parte? ¿Es que no os importa lo que ha querido hacer?

– Claro que sí -dijo Claire-. Fue horrible, pero cuando se dio cuenta, lo solucionó. Todos cometemos errores. No deberían juzgarnos por cómo estropeamos las cosas, sino por cómo intentamos arreglarlas. ¿No es ésa la verdadera medida de lo que somos?

Jesse no quería pensar en ello.

– Muy bien. Él lo lamenta, está intentando mejorar. ¿Cuánto?, un par de meses. ¿Y qué? Al final se aburrirá y se irá.

– ¿Estás esperando a eso? -inquirió Claire-. ¿Es lo que crees que va a pasar?

– No lo sé -dijo Jesse-. Quería que me enamorara de él para poder partirme el corazón. Ahora dice que me quiere, pero ¿cómo voy a confiar en él?

– Tienes que tener fe -dijo Claire-. Dale una oportunidad. Jesse, tú lo quieres. Estás intentando castigarlo, pero la persona a la que estás haciendo más daño es a ti misma.

– Así estoy cómoda -murmuró Jesse-. No quiero correr riesgos, necesito estar segura de él.

– Creo que la persona en la que no confías no es él. No confías en ti misma -dijo Nicole.

Jesse se quedó boquiabierta.

– Eso no es cierto.

– Claro que sí. Tienes miedo de que, si le entregas tu corazón de nuevo y te lo pisotea, no puedas sobrevivir. Crees que no eres lo suficientemente fuerte como para soportar el rechazo, así que eliges el camino más fácil. No te molestas en intentarlo. Sin embargo, puede que al no hacerlo estés perdiendo lo mejor que te ha ocurrido en la vida. Lo quieres, Jesse, y es el padre de Gabe. No se va a rendir. Así que tienes dos opciones: o aceptas que todas las relaciones tienen riesgos o le das la espalda. Te alejas de él y pasas el resto de tu vida arrepintiéndote.

Nicole la miró fijamente.

– Tú no eres de las que abandonan, y no eres una cobarde. Abandonar no es tu estilo. Tú sabes asumir riesgos.

– Y mira adonde he llegado.

– Sí, mira -prosiguió Nicole-. Has criado a tu hijo tú sola. Has diseñado un plan de negocio, has creado un brownie sublime y has prosperado. Estoy orgullosa de ti, de mi hermana pequeña.

A Jesse se le llenaron los ojos de lágrimas.

– No te pongas sensiblera conmigo -susurró.

– ¿Y por qué no? Tú te lo has ganado. Te quiero, Jesse, pero creo que te vas a arrepentir siempre si no le das otra oportunidad a Matt.

Jesse no supo quién se movió primero, pero de repente, Nicole y ella se estaban abrazando.

– Te quiero -le susurró.

– No tanto como yo a ti.

– Abrazo de grupo -dijo Claire, abrazándolas a las dos-. Me encanta tener hermanas.

– A mí también -dijo Jesse, embargada de afecto por ellas.

Se quedaron abrazadas durante unos segundos. Después se separaron, enjugándose las lágrimas. Jesse las miró a las dos.

– Si os equivocáis, todo será culpa vuestra -dijo-. No lo olvidéis.

– Estoy dispuesta a arriesgarme -dijo Nicole.

Eso era fácil de decir, pensó Jesse. Su hermana tenía mucho menos que perder, pero Jesse sabía que si no lo intentaba, ella también perdería.

No sabía si Matt se merecía otra oportunidad, pero ella sí. La oportunidad de estar con el hombre a quien siempre había amado.

Cuando el estruendo de la banda de rock se convirtió en un martilleo dentro de su cabeza, Matt supo que era hora de escapar. Recogió su maletín de cuero y caminó hacia la salida.

Diane lo detuvo a medio camino.

– No te marches -casi gritaba, para que él pudiera oírla por encima de la música-. Has dicho que había que quedarse hasta el final de la fiesta.

– Lo retiro.

Ella sonrió.

– ¿Te sientes un poco viejo para estas cosas?

– Supongo que sí. No sé cuándo ha sucedido.

La expresión de Diane se volvió clarividente. Su secretaria pensaba que al convertirse en padre, todo había cambiado para él. Y tenía razón.

– Ya puedes irte a la oficina tú también -dijo a su secretaria-. Yo tengo que pasar por mi casa, y después iré al despacho.

Quería hacer copias del DVD del primer día de colegio de Gabe para Jesse y para su madre. Salió de la fiesta y se dirigió hacia el aparcamiento. Junto a su coche había un Subaru rojo que le resultaba muy familiar. Jesse estaba entre los dos vehículos, mirándolo. Tenía una expresión diferente, que hizo que él caminara con más rapidez.

– ¿Qué sucede? -preguntó mientras se acercaba-. ¿Es Gabe?

– No, no se trata de Gabe -respondió ella con los ojos brillantes-. Todo va perfectamente. Quería hablar contigo.

Él dejó su maletín en el suelo.

– ¿Sobre qué?