– Todavía me acuerdo de la primera vez que te vi. Pensé que tenías mucho potencial.
– No es mi recuerdo favorito. Hasta que tú llegaste, claro.
– Yo nunca había estado enamorada -prosiguió ella-. No sabía qué esperar de todo ello, y no sabía que podía ser tan poderoso y duradero. El hecho de alejarme no cambió las cosas. Seguía queriéndote. Y ahora te quiero también.
Mientras escuchaba, Matt tuvo la sensación de que había más. Así que se quedó inmóvil, intentando ser paciente, sabiendo que había un premio que merecía la pena.
– Sé que estabas enfadado y dolido, y que querías vengarte, pero también sé que lamentas de verdad lo que hiciste, y que nos quieres a Gabe y a mí. Has dicho que quieres que estemos juntos. Yo también lo deseo.
Él no sabía si Jesse tenía más cosas que decir, pero ya no le importaba. La abrazó y la estrechó contra sí, y la besó hasta que ninguno de los dos pudo respirar.
– Te quiero. Te querré toda la vida.
– Me alegro, porque las mujeres de mi familia somos muy longevas.
Matt se rió y volvió a besarla.
– No puedo esperar. Cásate conmigo, Jesse. Cásate conmigo y ten más hijos conmigo. Quiero pasarme el resto de la vida convenciéndote de que has tomado la decisión correcta.
– Eso ya lo sé -dijo ella con una sonrisa-. Y sí, me casaré contigo.
– ¿Pronto?
– Vamos a ir paso por paso.
– Me gusta el negro -dijo Claire mientras se miraba al espejo de cuerpo entero.
– A mí también.
Nicole se colocó junto a su melliza y se alisó el vestido negro de cóctel, elegante y sofisticado, que Jesse había elegido para sus damas de honor.
Los colores blanco y negro le iban bien al Año Nuevo. La boda era a las seis, y después habría cena y baile. Sus invitados podrían celebrarlo hasta la medianoche, y después podrían pasar la noche a salvo en el hotel.
Gabe se apoyó en su madre.
– Estás muy guapa, mamá.
– Gracias.
– Eres una novia preciosa -dijo Nicole.
Jesse sonrió.
– Me viene de familia.
Sus hermanas la habían ayudado a vestirse y a peinarse. Llevaba un vestido blanco sin tirantes, con el corpiño bordado de perlas y la falda vaporosa. No sabía cómo iba a conseguir quitárselo, pero estaba segura de que a Matt no le importaría ayudar.
Paula entró en la suite.
– ¿Estáis listas, niñas? Ya han llegado todos los invitados, y Matt está paseándose de un lado a otro, el pobre.
Jesse abrazó a la que iba a convertirse en su suegra.
– Estás fabulosa -le dijo.
Paula llevaba un vestido largo, blanco y negro, y un collar de perlas negras a juego con los pendientes que le había regalado Matt por su cumpleaños.
– Eso es nuevo -dijo Jesse sonriendo.
Paula lo tocó y asintió.
– De mi hijo. ¿No es bonito?
Se echó a reír.
– Muy bonito. Esto es muy divertido. Bill y tú también deberíais celebrar una boda.
Paula se echó a reír.
– No, no creo. Vamos a parar en Las Vegas y nos casaremos allí. Os enviaremos las fotografías.
Los dos comenzarían su viaje en febrero, en la nueva autocaravana. Por el momento, iban a pasar una temporada en Seattle y en Spokane, mientras Bill vendía el bar y arreglaba sus asuntos, y después pondrían a la venta la casa de Paula.
– Tengo un par de cosas para ti -explicó Paula a Jesse-. Matt me dijo que los documentos antes que los juguetes, así que aquí tienes.
El sobre era delgado. Jesse frunció el ceño.
– ¿Qué es?
– No lo sé.
Jesse lo abrió. Nicole y Claire se acercaron para mirar por encima de su hombro.
– Parece una escritura -dijo Nicole-. Son las escrituras de una casa. De la suya.
Jesse parpadeó. ¿Aquella casa enorme en una finca de multimillonario a orillas del lago?
Ella abrió la nota manuscrita que había dentro del sobre.
– «Porque te quiero».
Se le llenaron los ojos de lágrimas y tuvo que pestañear para contenerlas.
– Ha puesto su casa a mi nombre.
Porque él sabía lo mucho que deseaba tener un hogar y que, de ese modo, siempre se sentiría segura.
– Ha hecho bien -dijo Paula con la voz temblorosa-. Voy a echarme a llorar.
– No -rogó Jesse sin dejar de parpadear-. Tendrías que retocarte el maquillaje. No puedo creer que haya hecho esto.
Aunque era típico de él. Había conseguido que se sintiera especial y querida. ¿Cómo era posible que tuviera tanta suerte?
– Hay más -dijo Paula, y sintió que se le aceleraba el corazón. Dentro había un collar de diamantes.
Tras ella, Nicole y Claire emitieron exclamaciones de admiración.
– Creo que vale más que la casa -murmuró Claire.
– Pensaba que el anillo de compromiso iba a ser la atracción en joyería -murmuró Nicole-. Supongo que me equivocaba.
Jesse tomó el collar y salió de la suite. Recorrió el pasillo hasta donde sabía que esperaba Matt y entró.
Él estaba en mitad de la habitación, guapísimo, perfecto con su esmoquin. Al verla, sonrió.
– ¿Ves? Sabía que te iba a enfadar lo del collar. La casa tendría sentido para ti, pero los diamantes te iban a fastidiar.
Ella frunció los labios.
– ¿Me has comprado un regalo porque sabías que me iba a enfadar?
– No es la única razón. Lo vi y supe que te quedaría muy bien. Me gusta regalarte cosas.
– Me vuelves loca.
– Estás maravillosa. Me encanta el vestido.
– Deberías verme con el velo.
– Te veré con el velo dentro de veinte minutos.
El amor la invadió y repartió calidez por todo su cuerpo. Ella agitó el collar frente a Matt.
– No hagas esto nunca más. Intenta comprar en rebajas.
– No es mi estilo.
– Pues antes lo era.
– Tú me cambiaste.
– No tanto.
Él se acercó y le tomó las manos.
– Tú me has cambiado por completo, Jesse. Me has convertido en el hombre que soy.
– Pues adoro el hombre que eres.
– Así que ha funcionado -dijo Matt, mirándola a los ojos-. Si te beso, ¿vas a quejarte de que te he estropeado el maquillaje?
– Ya me lo arreglaré después.
– Bien -dijo él. Inclinó la cabeza y la besó-. ¿Todavía quieres casarte conmigo?
– Más que ninguna otra cosa.
– Entonces vamos a hacerlo.
Matt tomó el collar de entre sus manos, hizo que ella se diera la vuelta y se lo abrochó al cuello. Estaban frente a un espejo, y se suponía que ella debía de estar mirando la joya, pero lo único que veía era a Matt, y cómo la estaba observando. El amor refulgía en sus ojos.
– Tengo que ir a recorrer el camino hasta el altar -dijo ella.
– Yo estaré esperando.
– Gracias por no rendirte conmigo.
– Gracias por volver a casa.
Ella sonrió.
– Este es mi sitio. A tu lado.
– Eres lo mejor que me ha pasado, Jesse. Quiero que lo sepas.
– Oh, Matt.
Minutos más tarde, Paula se sentó en su banco de la iglesia. Claire y Nicole se pusieron en fila para comenzar el recorrido. Gabe se colocó tras ellas, con un cojín de raso sobre el que descansaban las dos alianzas.
El niño miró a Jesse.
– Ahora tengo un papá de verdad -dijo con alegría-. Somos una familia.
– Sí. Para siempre.
Las hermanas de Jesse comenzaron a caminar hacia el altar. Gabe las siguió, moviéndose lentamente, tal y como le habían enseñado. Llevó el cojín con sumo cuidado y ocupó su lugar junto a Matt.
Jesse esperó a que comenzara a sonar el himno nupcial, entonces llegó su turno. Con el ramo de novia entre las manos, avanzó hacia el altar y, aunque había docenas de personas en la sala, ella sólo vio a una.
Cuando llegó junto a Matt, éste sonrió.
– ¿Por qué has tardado tanto? -preguntó en voz baja.
Pese a la solemnidad del momento, se echó a reír.