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– Brian -dijo ella suave, tristemente-. No quería decir eso. No es que pensara que no apoyarías mi decisión. Pero me parecía… presuntuoso mezclarte en algo tan personal cuando no existía ningún compromiso entre nosotros.

Theresa le tocó el brazo, pero permaneció rígido con el ceño fruncido, así que volvió a sentarse en el banco.

Brian estaba muy enfadado. Y dolido. Y se preguntaba si tenía derecho a estar así. Se volvió hacia el banco, dejándose caer sobre el mismo a cierta distancia de Theresa. Se recostó y se quedó mirando las estrellas, procurando aclarar sus pensamientos, controlar sus sentimientos.

Por su parte, Theresa se sentía desolada. Había soñado tantas veces con el día del encuentro… imaginando que en él sólo habría sitio para la emoción y la alegría de verse otra vez… Y ahora se sentía insegura, sin saber cómo afrontar el enfado de Brian. Tal vez tuviera derecho a estar enfadado; tal vez, no. Ella no era psicóloga. Debería haber consultado el problema con Catherine McDonald, haberle preguntado si debía o no contar sus intenciones a Brian.

En cualquier caso, tenía los ojos llenos de lágrimas y se volvió para enjugárselas sin que la viera Brian.

Pero, de algún modo, él lo percibió y acarició a Theresa su brazo desnudo, atrayéndola a continuación.

– Vamos -dijo con dulzura-. Ven aquí… Perdóname, Theresa. No debería haberte gritado.

– Yo también lo siento.

Theresa sollozó y al instante los brazos de Brian la envolvieron.

– Oye, bonita, ¿me concedes un par de días para acostumbrarme? Demonios, ya ni siquiera sé si puedo mirarlos o no. Si los miro, me siento culpable. Si no lo hago, me siento más culpable aún. Y tu familia, todos evitando el tema como si nunca hubieras tenido otra figura. En todo caso, creo que puse más ilusiones de las que debía en esta noche, en lo que iba a ser verte otra vez.

– Yo también. Desde luego, no pensaba que discutiéramos de este modo.

– Entonces, no discutamos nunca más. Regresemos a ver si hay alguien tan agotado como yo. Llevo veinticuatro horas casi sin pegar ojo. Anoche estaba demasiado excitado para poder dormir.

– ¿Tú también? -preguntó, dirigiéndole una sonrisa temblorosa.

Brian le devolvió la sonrisa, le acarició una mejilla y la besó de modo fugaz.

Sólo tenía la intención de darle ese breve beso pero al final no pudo resistir la tentación de llevarse consigo un recuerdo más intenso. Lenta, deliberadamente, volvió a deslizar los labios hacia la boca de Theresa, hundiendo la lengua en los cálidos lugares secretos que tan gustosamente se le abrían. El cuerpo de Brian cobró vida; le temblaron los hombros y sintió un escalofrío en el estómago. ¡Las cosas que deseaba hacer a Theresa! Quería sentir con ella al unísono, fundir sus pasiones. ¿Cuánto tiempo tendría que esperar? El beso se prolongó, produciendo a ambos una sensación de vértigo.

La forma en que Theresa estaba recostada sobre el banco perfilaba sus senos a la luz de la luna. Nunca la había visto tan encantadoramente atractiva, y sintió una intensa necesidad de tocarla. No necesitaba tocarle los senos, sobre los que se sentía tan inseguro… su vientre tenía un aspecto lo suficientemente bueno, y sus pantalones blancos, muy ceñidos, hacían de sus muslos algo muy tentador. Le entraron ganas de deslizar la mano por su costado, explorar el cálido y anhelado rincón que había entre sus piernas… Pero una cosa podría conducir a otra, y no sabía si ella se encontraba bien, si tenía puntos todavía, cicatrices, ni dónde, ni cuántas…

Y, siempre que comenzaba algo, le gustaba llegar hasta el final.

Pero en último extremo consiguió contentarse con el beso. Cuando concluyó el mismo, Brian se apartó de Theresa con mala cara, arrastrándola con él a través del parque sombrío, rumbo a la casa donde podrían mezclarse con la gente y no tendrían que afrontar la asignatura pendiente… al menos por un tiempo.

Capítulo 14

Los otros estaban dentro tomando una segunda ración de tarta cuando regresaron. Iban a entrar en la cocina, cuando Brian puso una mano sobre el hombro de Theresa.

– Espera un momento, había muchas cosas que quería decirte esta noche, pero…

– Lo sé.

– Y que no te las haya dicho no quiere decir que siga enfadado, ¿de acuerdo?

Theresa estaba observando el pecho de Brian, que estaba de cara a ella y a la luna. Los botones de su camisa brillaban, mientras el rostro de ella permanecía entre sombras. Brian le acarició la barbilla, haciendo que levantara la cabeza.

– ¿De acuerdo? -repitió.

– De acuerdo.

– Y probablemente no te veré durante algún tiempo después de esta noche, porque Jeff y yo tenemos un montón de cosas que hacer. Debo encontrar un apartamento y comprar algunos muebles, y queremos comenzar a trabajar en el grupo de inmediato. Tenemos que buscar un batería y un bajista, y quizás alguien que toque teclados. En todo caso, voy a estar muy ocupado estos primeros días. Quería que lo supieras; eso es todo.

– Gracias por decírmelo.

Pero en el fondo de su corazón, Theresa sintió una gran desolación. Ahora que había vuelto y quería estar con él todo el tiempo… En sus cartas, Brian había sugerido que podría acompañarle a elegir los muebles, pero ahora parecía haberla excluido de la tarea. Ella podía comprender que tuviera muchas cosas que hacer, que ella no pudiera intervenir en el asunto de seleccionar a los nuevos músicos, pero se había imaginado que reservarían algún tiempo de cada día para estar juntos, solos… Aun así, esbozó una sonrisa, procurando disimular su decepción.

– Te llamaré en cuanto haya aterrizado.

– Muy bien.

Theresa hizo ademán de entrar pero Brian la detuvo por segunda vez.

– Un momento. No voy a dejarte escapar sin que me des otro beso.

Cuando los labios de Brian cayeron sobre los suyos, sintió repentinamente deseos de acariciar la piel desnuda de su pecho. Con movimientos vacilantes, deslizó la mano hasta encontrarla, y entonces acarició su piel, cálida entre el sedoso vello, antes de continuar ascendiendo por el cuello. El martilleo del pulso de Brian en el cuello la sorprendió. Suave, muy suavemente, le acarició. Brian profirió un sonido ronco, gutural, y la besó en los labios más apasionadamente.

Theresa se sentía embargada por una nueva sensación. Nunca, en toda su vida, había provocado el estímulo sexual de un hombre. En cambio, siempre había estado ocupada parando los pies a los caraduras que iban a por lo de siempre. Ahora, por vez primera, ella tocaba… sólo una caricia vacilante, pero la respuesta que generó en Brian fue a la vez sorprendente y reveladora. Lo único que había hecho era acariciarle el pecho y el cuello, y él había reaccionado como si hubiera ido mucho más lejos. El beso se transformó completamente; de repente se hizo sensual, apasionado, dejando de ser un sencillo beso de buenas noches.

Era asombroso pensar que ella, Theresa Brubaker, tímida y retraída, amante inexperta, podía provocar una reacción tan inmediata y apasionada con sólo la más breve de las caricias. Especialmente cuando consideraba que él era un hombre que había reconocido abiertamente haberse relacionado con muchas chicas. Debía haber conocido a muchas mujeres expertas, mucho más expertas que ella. Aun así, sus caricias inexpertas le estremecieron, y este hecho estremeció a su vez a Theresa.

Dándose cuenta del poder que poseía para estimular a Brian, sintió de repente una gran impaciencia por experimentarlo más profundamente. Pero no tuvo ocasión, pues nada más crecer la excitación de Brian, él mismo la controló, levantando la cabeza para respirar profundamente el aire húmedo de la noche y separándola con suavidad.