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– Piensa en todo lo que tendremos algún día… una casa donde siempre habrá música y una pandilla de traviesos pelirrojos que…

– Pelirrojos, no. Con el pelo castaño -le interrumpió sonriendo.

– Pequeñajos pelirrojos con un montón de pecas que…

– ¡Oh, no! ¡Pecas, no! Si tenemos niños pelirrojos con pecas, Brian Scanlon, yo…

– Pecosos pelirrojos que tocarán el violín…

– La guitarra -insistió ella-. En un conjunto. Y su pelo será castaño oscuro, como el de su papá.

Theresa pasó una mano a través del cabello de Brian. Sus miradas se encontraron, llenas de deseo una vez más. Sus cuerpos se apretaron mutuamente, sus labios se encontraron…

– Vamos a comprometernos -sugirió Theresa, apenas sabiendo lo que decía, pues las caderas de Brian habían comenzado a moverse contra las suyas.

Brian comenzó a hablar, pero tenía la voz ronca de ansiedad.

– Haremos un trato. Algunos pelirrojos, algunos con el pelo castaño, unos que toquen el violín, otros que to…

Los labios de Theresa le interrumpieron.

– Mmm… -murmuró ella sobre sus labios-. Pero hará falta practicar mucho para hacer todos esos niños.

Provocativamente, apretó los senos contra el pecho de Brian, balanceándose sin ninguna inhibición, con un abandono pleno y jubiloso, con la libertad recién descubierta.

– Enséñame cómo lo haremos…

Sus labios entreabiertos se fundieron. El fuerte brazo de Brian la llevó sobre su cuerpo.

– Hazme el amor -ordenó con voz ronca.

En el corazón de Theresa irrumpió la timidez. Pero el amor guió sus pasos.

Sus sonrisas se encontraron, titubearon, se disolvieron. Cuando Theresa se instaló firmemente sobre él, Brian dejó escapar un gemido de satisfacción, que fue respondido por otro más suave. Experimentalmente, Theresa se alzó, se dejó caer, animada por las manos que asían sus caderas.

Echándose hacia atrás, Theresa vio que seguía con los ojos cerrados y le temblaban los párpados.

– Oh, Brian… Brian… te quiero tanto… -susurró, con los ojos llenos de lágrimas.

Brian abrió los ojos. Por un momento, calmó con las manos los movimientos de las caderas de Theresa. Luego alargó la mano para bajar la cabeza de Theresa y la besó en los ojos.

– Y yo te amo, bonita… siempre te amaré -murmuró antes de besarla en los labios para sellar la promesa.

En la sala, un disco olvidado giraba y giraba, enviando dulces melodías a los dos amantes, que se movieron al ritmo sensual de la música. Debajo de ellos, la cama también se mecía, haciendo un rítmico contrapunto a sus movimientos. Acumularían un repertorio de interminables dulces recuerdos a lo largo de su vida como marido y mujer. Pero en aquel momento, fundidos en un solo cuerpo, parecía que ningún recuerdo sería tan dulce como aquél que les ató a una promesa.

– Te amo -dijo Brian.

– Te quiero -respondió ella.

Fue suficiente. Juntos, seguirían adelante toda la vida.

LaVyrle Spencer

Nació en 1943 y comenzó trabajando como profesora, pero su pasión por la novela le hizo volcarse por entero en su trabajo como escritora. Publicó su primera novela en 1979 y desde entonces ha cosechado éxito tras éxito.

Vive en Stillwater, Minnesota, con su marido en una preciosa casa victoriana. A menudo se escapan a una cabaña rústica que tienen en medio de lo profundo del bosque de Minnesota. Entre sus hobbies se incluye la jardinería, los viajes, la cocina, tocar la guitarra y el piano electrónico, la fotografía y la observación de la Naturaleza.

Lavyrle Spencer es una de las más prestigiosas escritoras de novela romántica, dentro del género histórico o contemporáneo con más de 15 millones de copias vendidas.

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