Frank Herbert
Dune
A la gente cuyo trabajo va más allá del campo de las ideas y penetra en la «realidad material»: a los ecólogos de las tierras áridas, dondequiera que estén, en cualquier tiempo donde trabajen, dedico esta tentativa de extrapolación con humildad y admiración.
Frank Herbert, 1965
LIBRO PRIMERO
DUNE
CAPÍTULO I
Es en el momento de empezar cuando hay que cuidar atentamente que los equilibrios queden establecidos de la manera más exacta. Y esto lo sabe bien cada hermana Bene Gesserit. Así, para emprender este estudio acerca de la vida de Muad’Dib, primero hay que situarlo exactamente en su tiempo: nacido en el 57° año del Emperador Padishah, Shaddam IV. Y hay que situar muy especialmente a Muad’Dib en su lugar: el planeta Arrakis. Y no hay que dejarse engañar por el hecho de que nació en Caladan y vivió allí los primeros quince años de su vida. Arrakis, el planeta conocido como Dune, será siempre su lugar.
En la semana que precedió a la partida hacia Arrakis; cuando el frenesí de los últimos preparativos había alcanzado un nivel casi insoportable, una vieja mujer acudió a visitar a la madre del muchacho, Paul.
Era una suave noche en Castel Caladan, y las antiguas piedras que habían sido el hogar de los Atreides durante veintisiete generaciones estaban impregnadas de aquel húmedo frescor que presagiaba un cambio de tiempo.
La vieja mujer fue introducida por una puerta secreta y conducida a través del abovedado pasadizo hasta la habitación de Paul, donde pudo observarlo un instante mientras yacía en su lecho.
A la débil luz de una lámpara a suspensor que flotaba cerca del suelo, Paul, medio dormido, distinguía apenas la voluminosa silueta inmóvil en el umbral, y la de su madre, un paso más atrás. La vieja mujer era como la sombra de una bruja… con sus cabellos como tela de araña enmarañados alrededor de sus oscuras facciones y sus ojos brillando como piedras preciosas.
—¿No es un poco pequeño para su edad, Jessica? —preguntó la vieja mujer. Su voz silbaba y vibraba como la de un baliset mal afinado.
La madre de Paul respondió con su suave voz de contralto:
—Es bien sabido que entre los Atreides el crecimiento es algo tardío, Vuestra Reverencia.
—Se dice, se dice —siseó la vieja mujer—. Pero ya tiene quince años.
—Sí, Vuestra Reverencia.
—Está despierto y nos está escuchando —dijo la vieja mujer —. Astuto pillo —se rió—. Pero la nobleza necesita de la astucia. Y si es realmente el Kwisatz Haderach… bien…
En las sombras de su lecho, Paul entrecerró los ojos hasta reducirlos a dos líneas. Dos óvalos brillantes como los de un pájaro, los ojos de la vieja mujer, parecieron dilatarse y llamear mientras se clavaban en los suyos.
—Duerme bien, astuto pillo —murmuró la vieja mujer—. Mañana necesitarás de todas tus facultades para afrontar mi gom jabbar.
Y desapareció, arrastrando afuera a su madre y cerrando la puerta con un ruido sordo.
Paul permaneció desvelado, preguntándose: ¿Qué será un gom jabbar?
Entre toda la confusión de aquel período de cambio, la vieja mujer era lo más extraño que había podido ver.
Vuestra Reverencia.
Y ella se había dirigido a su madre Jessica como a una sirvienta en lugar de como lo que ella era: una Dama Gesserit, la concubina de un duque y la madre del heredero ducal.
¿Es un gom jabbar algo de Arrakis que debo conocer antes de que vayamos allí?, se preguntó.
Silabeó aquellas extrañas palabras: Gom jabbar… Kwisatz Haderach.
Eran tantas cosas que aprender. Arrakis era un lugar tan distinto a Caladan que la mente de Paul se perdía ante su solo pensamiento. Arrakis… Dune… el Planeta del Desierto.
Thufir Hawat, el Maestro de Asesinos de su padre, le había explicado: sus mortales enemigos, los Harkonnen, habían residido en Arrakis durante ochenta años, gobernando el planeta en un cuasi-feudo bajo un contrato con la Compañía CHOAM para la extracción de la especia geriátrica, la melange. Ahora, los Harkonnen iban a ser reemplazados por la Casa de los Atreides en pleno-feudo… una aparente victoria para el Duque Leto. Pero, había dicho Hawat, esta apariencia contenía un peligro mortal, ya que el Duque Leto era popular entre las Grandes Casas del Landsraad.
—Un hombre demasiado popular provoca los celos de los poderosos —había dicho Hawat.
Arrakis… Dune… el Planeta del Desierto.
Paul se durmió de nuevo y soñó en una caverna arrakena, con seres silenciosos irguiéndose a su alrededor a la pálida claridad de los globos. Todo era solemne, como en el interior de una catedral, y oía un débil sonido, el drip-drip-drip del agua. Aún soñando, Paul sabía sin embargo que al despertar lo recordaría todo. Siempre recordaba sus sueños premonitorios.
El sueño se desvaneció.
Paul se despertó en el tibio lecho y pensó… pensó. Aquel mundo de Castel Caladan, donde no tenía juegos ni compañeros de su edad, quizá no mereciera la menor tristeza. El doctor Yueh, su preceptor, le había dado a entender de forma ocasional que el sistema de castas de los faufreluches no era tan rígido en Arrakis. En el planeta había gente que vivía al borde del desierto sin un caid o un bashar que la gobernase: los llamados Fremen, elusivos como el viento del desierto, que ni siquiera figuraban en los censos de los Registros Imperiales.
Arrakis… Dune… el Planeta del Desierto.
Paul sintió sus propias tensiones y decidió practicar uno de los ejercicios corporales-mentales que le había enseñado su madre. Tres rápidas inspiraciones desencadenaron las respuestas: entró en estado de percepción flotante… ajustó su conciencia… dilatación aórtica… alejamiento de todo mecanismo no focalizado… concienciación deliberada… enriquecimiento de la sangre e irrigación de las regiones sobrecargadas… nadie obtiene alimento-seguridad-libertad sólo con el instinto… La consciencia animal no se extiende más allá de un momento dado, como tampoco admite la posibilidad de la extinción de sus victimas… el animal destruye y no produce… los placeres animales permanecen encerrados en el nivel de las sensaciones sin alcanzar la percepción… el ser humano necesita una escala graduada a través de la cual poder ver el universo… una consciencia selectivamente focalizada, esto forma su escala… La integridad del cuerpo depende del flujo nervioso-sanguíneo, sensible a las necesidades de cada una de las células… todos los seres/células/cosas son no permanentes… todo lucha para mantener el flujo de la permanencia…
La lección pasó y pasó a través de la flotante consciencia de Paul.
Cuando el alba tocó la ventana con su luz amarillenta, Paul la sintió a través de sus cerrados párpados; los abrió, oyendo los ecos de la actividad del castillo, y los fijó en el dibujo del artesonado del techo.
La puerta del vestíbulo se abrió y apareció su madre, con sus cabellos color bronce oscuro sujeto, formando como una corona mediante una cinta negra, su rostro ovalado impasible y sus ojos verdes con una expresión solemne.
—Estás despierto —dijo—. ¿Has dormido bien?
—Sí.
La observó, estudiándola, y notó la tensión en el movimiento de sus hombros mientras escogía su ropa de las perchas en el armario. Cualquier otro no se hubiera dado cuenta de aquella tensión, pero él había sido educado a la Manera Bene Gesserit… a través de la más minuciosa observación. Su madre se volvió, presentándole una casaca de semiceremonia con el halcón rojo, emblema de los Atreides, bordado en el bolsillo.