—Tienes un año de tiempo para cambiar tu decisión —dijo Stilgar—. Una vez transcurrido éste, ella será una mujer libre que podrá elegir según sus deseos… a menos que tú la dejes libre antes, en cualquier momento. Pero por un año está bajo tu responsabilidad, ocurra lo que ocurra… y serás siempre responsable en parte de los hijos de Jamis.
—La acepto como sirviente —dijo Paul.
Harah dio una patada en el suelo y alzó enfurecida los hombros.
—¡Pero yo soy joven!
Stilgar miró a Paul.
—La prudencia es una cualidad en un hombre que dirige — dijo.
—¡Pero yo soy joven! —repitió Harah.
—Cállate —ordenó Stilgar—. Si una cosa tiene mérito, lo tendrá. Conduce a Usul a sus apartamentos y cuida de que tenga ropas frescas y un sitio para descansar.
—¡Ohhh! —se lamentó la mujer.
Paul la había registrado lo suficiente como para juzgarla en una primera aproximación. Captó la impaciencia de la gente, la urgencia de muchas cosas que se estaban retrasando. Se preguntó si debía atreverse a inquirir la situación de su madre y de Chani, pero Stilgar estaba nervioso y vio que sería un error.
Se volvió hacia Harah, y acentuó su miedo y su estupor dando a su voz un ligero trémolo.
—¡Muéstrame mis apartamentos, Harah! —dijo—. Discutiremos tu juventud en otra ocasión.
Ella retrocedió dos pasos, dirigiendo una aterrada mirada a Stilgar.
—Tiene la voz extraña —balbuceó.
—Stilgar —dijo Paul—, el padre de Chani puso pesadas obligaciones sobre mí. Si hay algo…
—Será decidido en consejo —dijo Stilgar—. Podrás hablar entonces. —Inclinó la cabeza, despidiéndole, y se volvió, alejándose con el resto de su gente.
Paul tocó el brazo de Harah, sintiendo que su piel era fría, notando como temblaba.
—No te haré ningún daño, Harah —dijo—. Muéstrame nuestros apartamentos —y suavizó su voz con una nota relajante.
—¿No me rechazarás cuando haya transcurrido el año? —dijo ella—. Sé que no soy tan joven como era antes.
—Mientras yo viva, tendrás un lugar conmigo —dijo él. Soltó su brazo—. Ahora, vamos ¿donde están nuestros apartamentos?
Ella se volvió, conduciéndole a lo largo de un corredor, girando a la derecha en un amplio túnel iluminado a intervalos regulares por globos que ponían reflejos amarillos a las rocas. El suelo de piedra era liso, sin el menor rastro de arena.
Paul se adelantó hasta colocarse a su lado, estudiando el aquilino perfil a medida que andaban.
—¿No me odias, Harah?
—¿Por qué tendría que odiarte?
Saludó con una inclinación de cabeza a un grupo de niños que les observaban desde un corredor lateral. Paul entrevió algunos adultos tras los niños, semiocultos por cortinajes de tela poco tupida.
—Yo… vencí a Jamis.
—Stilgar ha dicho que la ceremonia tuvo lugar y que tú eras un amigo de Jamis. —Le dirigió una breve ojeada—. Stilgar ha dicho que le diste humedad al muerto. ¿Es cierto?
—Sí.
—Es más de lo que yo haría… de lo que podría hacer.
—¿No lloras?
—Cuando sea el tiempo de llorar, lloraré.
Pasaron una arcada. Paul vio, en una amplia cámara vivamente iluminada, a hombres y mujeres afanándose alrededor de algunas máquinas montadas sobre plataformas. Había un ritmo febril en ellos.
—¿Qué están haciendo aquí? —preguntó Paul.
Ella miró hacia allá mientras pasaban debajo de la arcada. huyamos. Necesitaremos un gran número de colectores de rocío.
—Se apresuran a terminar su cuota de plásticos antes de que para los cultivos.
—¿Huir?
—Hasta que los carniceros dejen de darnos caza o sean arrojados de nuestras tierras.
Por un momento, a Paul le pareció que el tiempo se detenía, y volvía a él un fragmento, una proyección visual de su presciencia… pero estaba desplazada, como un montaje mal secuenciado. Los fragmentos de su memoria presciente no estaban dispuestos exactamente como los recordaba.
—Los Sardaukar nos dan caza —dijo él.
—No encontrarán mucho, excepto uno o dos sietch vacíos — dijo ella—. Y encontrarán su propia ración de muerte en la arena.
—¿Encontrarán también este lugar?
—Probablemente.
—¿Y mientras estamos perdiendo el tiempo en… —señaló con la cabeza la arcada, ahora ya lejos a sus espaldas— …en fabricar estos… colectores de rocío?
—Las plantaciones continúan.
—¿Qué son los colectores de rocío? —preguntó él.
Ella le miró con una intensa sorpresa en sus ojos.
—¿No te han enseñado nada en el… allí en el lugar de donde vengas?
—Nada sobre los colectores de rocío.
—¡Hai! —dijo ella, y en aquella exclamación había todo un discurso.
—Bien, ¿qué es lo que son?
—Cada matojo, cada hierba que ves allá afuera en el erg — dijo ella—, ¿cómo crees que viven una vez los hemos plantado? Cada uno de ellos es tiernamente plantado en su pequeño pozo. Los pozos son llenados con unos diminutos óvalos de cromoplástico. La luz los hace virar al blanco. Si los miras desde una altura, puedes verlos brillar al alba. Un reflejo blanco. Pero cuando el Viejo Padre Sol parte, el cromoplástico se vuelve transparente en la oscuridad. Se enfría con extrema rapidez. La superficie condensa la humedad del aire. Esta humedad queda retenida y nuestras plantas viven.
—Colectores de rocío —murmuró él, maravillado ante la sencilla belleza de aquel procedimiento.
—Lloraré a Jamis cuando sea el tiempo de hacerlo —dijo ella, como si su mente no hubiera dejado de pensar ni un momento en su otra pregunta—. Jamis era un buen hombre, pero rápido en su cólera. Un buen proveedor de alimentos, y una maravilla con los niños. No hizo ninguna distinción entre el niño de Geoff, el mayor, y su propio hijo. Eran iguales a sus ojos. — Miró interrogadoramente a Paul—. ¿Será igual contigo, Usul?
—Nosotros no tenemos este problema.
—Pero, si…
—¡Harah!
Se calló ante el tono duro de su voz.
Pasaron ante otra estancia brillantemente iluminada, visible tras un arco a su izquierda.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó él.
—Reparan las máquinas de tejer —dijo ella—. Pero esta noche todo debe ser desmantelado —señaló el túnel que se bifurcaba a su izquierda—. Más allá, en esa dirección, se procesa la comida y se reparan los destiltrajes —miró a Paul—. Tu traje parece nuevo, pero necesita algunas reparaciones. Soy buena con los trajes. Trabajo en la fábrica durante la estación.
Ahora encontraban cada vez más a menudo grupos de gente, y a ambos lados de la galería las ramificaciones se multiplicaban. Una hilera de hombres y mujeres pasó junto a ellos acarreando sacos gorgoteantes que emanaban un intenso olor a especia.
—No tendrán nuestra agua —dijo Harah—. Ni nuestra especia. Puedes estar seguro de ello.
Paul miraba a través de las aberturas en las paredes del túnel, muchas de ellas cubiertas por pesadas cortinas de tela fijadas a salientes de la roca, entreviendo amplias estancias con muros revestidos de tapices de colores vivos y con almohadones apilados. La gente en las aberturas callaba cuando se aproximaban ellos, siguiendo a Paul con indomables miradas.
—La gente encuentra extraño que hayas vencido a Jamis — dijo Harah—. Probablemente tendrás que dar alguna otra prueba cuando estemos instalados en un nuevo sietch.
—No me gusta matar —dijo él.
—Eso es lo que nos ha dicho Stilgar —dijo ella, pero su voz traicionaba su incredulidad.
Unos cantos estridentes se alzaron ante ellos. Llegaron a una abertura lateral más amplia que todas las demás que Paul había visto. Retuvo su paso y miró a una estancia llena de niños sentados con las piernas cruzadas en el suelo recubierto de una alfombra marrón.