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La voz al otro lado de los cortinajes era la de Harah, la otra mujer en la casa de Paul.

—Sí, Harah.

Los cortinajes se abrieron y Harah pareció deslizarse a través de ellos. Llevaba sandalias de sietch y una túnica roja y amarilla que dejaba al descubierto sus brazos hasta casi los hombros. Sus cabellos negros estaban peinados hacia atrás, con la raya en medio, y parecían los élitros de un insecto, planos y brillantes contra su cabeza. Sus rasgos de ave de presa parecían ceñudos.

Tras Harah entró Alia, una niña de unos dos años.

Viendo a su hija, Jessica se sintió impresionada una vez más por la semejanza de la niña con Paul, a su misma edad… la misma solemnidad en la interrogadora mirada de sus grandes ojos, los negros cabellos y la firmeza del trazo de su boca. Pero había sutiles diferencias, y era a causa de ellas que la mayor parte de los adultos encontraban a Alia inquietante. La niña — un poco más que una lactante— se comportaba con una calma y una seguridad insólitas para su edad. Los adultos se sentían impresionados cuando se echaba a reír ante un sutil juego de palabras acerca del sexo. O cuando, prestando oído a su voz infantil, indistinta aún a causa del paladar blando todavía no formado, descubrían en sus palabras observaciones que testimoniaban una experiencia imposible en un bebé de dos años.

Harah se hundió en un montón de almohadones con un exasperado suspiro, y frunció el ceño hacia Alia.

—Alia —Jessica invitó a su hija a que se acercara.

La niña se acercó a su madre, dejándose caer a su vez en un almohadón y aferrándole una mano. El contacto de la carne reactivó aquella mutua consciencia que habían compartido antes del nacimiento de Alia. No era una participación de pensamientos… aunque había algo de ello cuando Jessica transformaba el veneno de la especia durante una ceremonia. Era algo más amplio, una consciencia inmediata de otro destello de vida, una resonancia nerviosa que emocionalmente las convertía en una sola persona.

Con la formalidad requerida para un miembro de la casa de su hijo, Jessica dijo:

—Subakh ul kuhar, Harah. ¿Te hallas en buena salud?

—Subakh un nar —respondió Harah con la misma tradicional formalidad—. Estoy bien.

Las palabras estaban desprovistas de tono. Suspiró de nuevo.

Jessica notó que Alia estaba divertida.

—La ghanima de mi hermano está disgustada conmigo —dijo Alia con su ligero balbuceo.

Jessica observó el término que había usado Alia para referirse a Harah… ghanima. La sutileza del lenguaje Fremen daba a esta palabra el sentido de «algo conquistado en combate», y el modo en que era pronunciada implicaba que esta «algo» no era usado para su función original. Un ornamento, como una punta de lanza usada de contrapeso para una cortina.

Harah miró ceñudamente a Alia.

—No intentes insultarme, niña. Conozco cual es mi lugar.

—¿Qué es lo que has hecho esta vez, Alia? —preguntó Jessica.

—No sólo se ha negado a jugar con los otros niños — respondió Harah—, sino que se ha entrometido en…

—Me he escondido entre los cortinajes y he visto al hijo de Subiay que nacía —dijo Alia—. Es un niño. Lloraba y lloraba. ¡Qué pulmones! Cuando ha llorado bastante…

—Ha salido y lo ha tocado —dijo Harah—, y el niño ha dejado de llorar. Todos saben que un niño Fremen debe llorar cuando nace, en el sietch, porque luego ya no podrá volver a llorar en el curso de un hajr.

—Ya había llorado bastante —dijo Alia—. Sólo quería sentir su destello, su vida. Eso es todo. Y cuando me ha oído, ya no ha vuelto a llorar.

—Todo esto ha provocado nuevos comentarios entre la gente —dijo Harah.

—¿Es sano el chico de Subiay? —preguntó Jessica. Veía que había algo que preocupaba a Harah, y se preguntaba qué sería.

—Tan sano como una madre puede desear —dijo Harah. — Saben que Alia no le ha hecho ningún daño. No les importa que lo haya tocado. Se ha calmado en seguida y estaba contento. Pero… —se alzó de hombros.

—Lo extraño que hay en mi hija, ¿no es eso? —preguntó Jessica—. La forma en que habla de cosas que no deberían preocuparla hasta dentro de muchos años, de cosas que debería ignorar… de cosas del pasado.

—¿Cómo puede saber cuál era el aspecto de un niño en Bela Tegeuse? —preguntó Harah.

—¡Pero es así! —dijo Alia—. El hijo de Subiay era idéntico al hijo de Mitha, que nació antes de la partida.

—¡Alia! —dijo Jessica—. Te lo he advertido.

—Pero madre, lo he visto y era verdad y…

Jessica agitó la cabeza, viendo la inquietud en el rostro de Harah. ¿Qué es lo que he engendrado?, se preguntó. Mi hija, al nacer, sabía ya todo lo que yo sé… y más aún: todo lo que fue revelado en los corredores del pasado por la Reverenda Madre, dentro de mí.

—No son tan sólo las cosas que dice —exclamó Harah—. También son los ejercicios. La forma en que se sienta y mira a una roca, moviendo tan sólo un músculo al lado de su nariz, o un músculo al extremo de un dedo, o…

—Esto forma parte del adiestramiento Bene Gesserit —dijo Jessica—. Tú sabes esto, Harah. ¿Quieres negar a mi hija su herencia?

—Reverenda Madre, tú sabes que estas cosas no tienen importancia para mí. Pero se trata de la gente y de cómo murmura. Presiento el peligro. Dicen que tu hija es un demonio, que los otros niños no quieren jugar con ella, que tu hija es…

—Tiene tan poco en común con los otros niños —dijo Jessica —. No es un demonio, es tan sólo…

—¡Por supuesto que no lo es!

Jessica se sintió sorprendida por la vehemencia del tono de Harah, y miró a Alia. La niña parecía perdida en sus pensamientos, irradiando una impresión de… espera. Jessica volvió de nuevo su vista a Harah.

—Respeto el hecho de que eres un miembro de la casa de mi hijo —dijo Jessica. Alia se agitó contra su mano—. Puedes hablarme abiertamente de todo lo que te atormenta.

—Muy pronto ya no formaré parte de la casa de tu hijo —dijo Harah—. Si he esperado tanto tiempo ha sido tan sólo por el bien de mis hijos, por la educación especial que ellos han recibido en tanto que hijos de Usul. Es lo menos que les podía dar, ya que es bien sabido que no comparto el lecho de tu hijo.

Alia se agitó de nuevo al lado de su madre, medio adormilada.

—Sin embargo, tú has sido una buena compañera para mi hijo —dijo Jessica. Y añadió para sí misma, porque estos pensamientos no la abandonaban nunca: Compañera… no esposa. Luego sus pensamientos se centraron en el tema común de conversación del sietch, la unión de Paul con Chani, que se había transformado en algo permanente, en matrimonio.

Quiero a Chani, pensó Jessica, pero se recordó a sí misma que el amor tendría que haberse anulado ante las necesidades de su condición. En los matrimonios de la nobleza había siempre otras razones distintas a la del amor.

—¿Crees que ignoro lo que planeas para tu hijo? —preguntó Harah.

—¿Qué es lo que quieres decir? —murmuró Jessica.

—Tu plan es unir a las tribus bajo El —dijo Harah.

—¿Y esto es malo?

—Veo un peligro para él… y Alia es parte de este peligro.

Alia se apretó contra su madre, abrió sus ojos y estudió a Harah.

—Os he observado cuando estáis juntas —dijo Harah—, la forma en que os tocáis. Alia es como parte de mi propia carne porque es la hermana de un hombre que es como un hermano para mí. La he velado y custodiado desde que era una recién nacida, desde los días de la razzia, cuando vinimos huyendo hasta aquí. Sé muchas cosas acerca de ella.

Jessica asintió, notando que la agitación de Alia crecía a su lado.

—Sabes lo que quiero decir —dijo Harah—. La forma en que siempre ha sabido lo que íbamos a decir. ¿Se ha visto alguna vez un niño que lo supiera ya todo acerca de la disciplina del agua? ¿Qué otro niño hubiera dicho como primeras palabras: Te quiero, Harah? —Miró a Alia—. ¿Por qué crees que he aceptado sus insultos? Sé que no hay malicia en ellos.