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—¿O es acaso mi madre? —Paul señaló a Jessica, envuelta en las negras ropas ceremoniales, a su lado—. Stilgar y los otros jefes le piden consejo en cualquier decisión importante. Vosotros lo sabéis. ¿Pero acaso una Reverenda Madre dirige marchas a través del desierto o guía las incursiones contra los Harkonnen?

Paul pudo ver los ceños fruncidos y las expresiones pensativas, pero oyó también algunos coléricos murmullos.

Es una forma peligrosa de afrontar la situación, pensó Jessica, pero recordó el cilindro y lo que implicaba el mensaje que había en él. Y vio lo que pretendía Pauclass="underline" llegar hasta el fondo de su incertidumbre, erradicarla, y dejar que todo lo demás viniera por sí mismo.

—Ningún hombre reconoce a un jefe sin un desafío y un combate, ¿no? —preguntó Paul.

—¡Es la costumbre! —gritó alguien.

—¿Cuál es nuestro objetivo? —preguntó Paul—. Abatir a Rabban, la bestia Harkonnen, y hacer de este planeta un mundo en el cual podamos vivir nosotros y nuestras familias en la felicidad y en la abundancia del agua. ¿Es este nuestro objetivo?

—Las tareas difíciles exigen métodos difíciles —dijo alguien.

—¿Acaso arrojáis vuestros cuchillos antes de la batalla? — preguntó Paul—. Os digo esto como un hecho, no como una bravata o un desafío: no hay ningún hombre aquí, incluido Stilgar, que pueda vencerme en combate singular. El propio Stilgar admite esto. El lo sabe, y todos vosotros también.

De nuevo se alzaron encolerizados murmullos entre la multitud.

—Muchos de vosotros os habéis batido conmigo en el terreno de prácticas —dijo Paul—. Sabéis que no es ninguna estúpida bravuconería. Digo esto porque es un hecho conocido por todos nosotros, y sería una estupidez si no lo reconociera yo mismo. Comencé a adiestrarme en estas artes mucho antes que vosotros, y aquellos que me enseñaron eran mucho más duros que cualquiera que vosotros hayáis afrontado nunca. ¿Cómo creéis sino que yo haya podido vencer a Jamis a una edad en la cual vuestros hijos aún juegan?

Está usando bien la Voz, pensó Jessica, pero con esta gente no es suficiente. Está bastante bien aislada de todo control verbal. Debe agredirles también con la lógica.

—Así pues —dijo Paul—, volvamos a esto —tomó el cilindro de mensajes, extrajo éste y lo mostró—. Esto fue tomado a un correo Harkonnen. Su autenticidad está fuera de toda duda. Está dirigido a Rabban. Dice que cualquier petición que haga de nuevas tropas será rechazada, que su producción de especia es inferior a la cuota, que debe extraer mucha más especia de Arrakis con la gente que posee.

Stilgar avanzó hasta situarse al lado de Paul.

—¿Cuántos de vosotros habéis comprendido lo que significa esto? —preguntó Paul—. Stilgar lo ha visto inmediatamente.

Paul devolvió el mensaje y el cilindro a su cintura. Tomó de su cuello una cinta de hilo shiga trenzado, sacó un anillo y lo mostró a la multitud.

—Este era el sello ducal de mi padre —dijo—. He jurado no llevarlo nunca hasta el día en que pueda conducir a mis tropas sobre todo Arrakis y reclamar el planeta como mi legítimo feudo —se puso el anillo en un dedo, y cerró el puño.

El silencio en la caverna se hizo aún más profundo.

—¿Quién gobierna aquí? —preguntó Paul. Alzó su puño—. ¡Yo gobierno aquí! ¡Yo gobierno sobre cada centímetro cuadrado de Arrakis! ¡Este es mi feudo ducal, lo quiera o no el Emperador! ¡El se lo concedió a mi padre, y me corresponde a través de mi padre!

Paul se alzó sobre la punta de sus pies y observó la multitud, intentando captar sus emociones.

Casi, pensó.

—Aquí hay hombres que ocuparán posiciones importantes en Arrakis cuando reclame los derechos Imperiales que me pertenecen —dijo Paul—. Stilgar es uno de esos hombres. ¡No porque quiera corromperlo! Tampoco por gratitud, aunque yo sea uno de entre los muchos que hay aquí que le debemos la vida. ¡No! Sino porque es sabio y fuerte. Porque gobierna a su gente con su inteligencia y no sólo con las reglas. ¿Me creéis estúpido? ¿Pensáis que estoy dispuesto a cortarme el brazo derecho y dejarlo sangrando en el suelo de esta caverna sólo para proporcionaros un espectáculo?

Fulminó a la multitud con la mirada.

—¿Hay alguien aquí que se atreva a decir que no soy el legítimo gobernante de Arrakis? —preguntó—. ¿Acaso tengo que probarlo privando a todas las tribus del erg de su jefe?

Junto a Paul, Stilgar le dirigió una interrogadora mirada.

—¿Cómo podría privarme de una parte de nuestra fuerza en el momento en que estamos más necesitados de ella? —preguntó Paul—. Yo soy vuestro jefe, y os digo que debemos dejar de dedicarnos a matar a nuestros mejores hombres. ¡Por el contrario, debemos matar a nuestros verdaderos enemigos, a los Harkonnen!

En un gesto fulminante, Stilgar blandió su crys y lo apuntó hacia la multitud.

—¡Larga vida al Duque Paul-Muad’Dib! —exclamó.

Un rugido ensordecedor invadió la caverna, resonando en las paredes de roca:

—¡Ya hya chouhada! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Ya hya chouhada!

¡Larga vida a los guerreros de Muad’Dib!, tradujo Jessica para sí misma. La escena que ella, Paul y Stilgar habían preparado había funcionado correctamente.

El tumulto murió lentamente. Cuando se restableció el silencio, Paul hizo frente a Stilgar.

—Arrodíllate, Stilgar —dijo.

Stilgar dobló su rodilla sobre la plataforma.

—Dame tu crys —dijo Paul.

Stilgar obedeció.

Esto no lo habíamos planeado, pensó Jessica.

—Repite conmigo, Stilgar —dijo Paul, y recitó de memoria las palabras de la investidura tal como las había oído a su padre —: Yo, Stilgar, tomo este cuchillo de manos de mi Duque.

—Yo, Stilgar, tomo este cuchillo de manos de mi Duque — dijo Stilgar, y aceptó la lechosa hoja que le tendía Paul.

—Clavaré esta hoja donde mi Duque me ordene —dijo Paul.

Stilgar repitió las palabras, con voz lenta y solemne.

Recordando las fuentes del ritual, Jessica sintió que las lágrimas acudían a sus ojos. Agitó la cabeza. Conozco las razones de esto, pensó. No tendría que conmoverme así.

—Dedico esta hoja a la causa de mi Duque y a la muerte de sus enemigos por tanto tiempo como la sangre corra por mis venas —dijo Paul.

Stilgar repitió tras él las palabras.

—Besa la hoja —ordenó Paul.

Stilgar obedeció y luego, a la manera Fremen, besó el brazo de Paul que en combate empuñaba el cuchillo. A una seña de Paul, guardó el cuchillo y se puso en pie.

Un susurro de sorpresa recorrió la multitud, y Jessica oyó las palabras:

—La profecía… Una Bene Gesserit nos mostrará el camino y una Reverenda Madre lo verá. —Y luego, más lejos—: ¡Nos lo ha mostrado a través de su hijo!

—Stilgar es el jefe de esta tribu —dijo Paul—. Que nadie se engañe en esto. Stilgar gobierna con mi voz. Aquello que Stilgar os diga, es como si os lo hubiera dicho yo mismo.

Hábil, pensó Jessica. El jefe de la tribu no puede perder prestigio ante aquellos que deberán obedecerle.

Paul bajó la voz para decir:

—Stilgar, quiero mensajeros en el desierto esta noche, y ciélagos que convoquen una Reunión del Consejo. Cuando hayas hecho esto, toma a Chatt, Korba, Otheym y otros dos lugartenientes elegidos por ti. Tráelos a mis apartamentos para preparar los planes de batalla. Tenemos que poder mostrarle una victoria al Consejo de Jefes cuando lleguen.

Paul hizo una seña a su madre para que le acompañara, abandonando la plataforma y abriéndose camino entre la multitud, dirigiéndose hacia el corredor central y a los apartamentos que le habían sido preparados. Mientras Paul avanzaba entre la multitud, muchas manos tocaron sus ropas y algunas voces le invocaron.