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El hombre hizo una inclinación y siguió a Stilgar.

Gurney avanzó hacia la hendidura y se dirigió al hombre del telescopio.

—Vigila atentamente la pared sur. Estará completamente indefensa hasta que la hagamos saltar.

—Envía un ciélago con una señal de tiempo —ordenó Paul.

—Algunos vehículos de superficie se dirigen hacia la pared sur —dijo el hombre del telescopio—. Algunos están usando armas a proyectiles como prueba. Nuestra gente está utilizando escudos corporales como ordenaste. Los vehículos se han detenido.

En el repentino silencio, Paul oyó los demonios del viento aullando en el cielo… el frente de la tormenta. La arena comenzaba a infiltrarse en la cavidad a través de los orificios de la cubierta de camuflaje. Después, un golpe de viento arrancó la cubierta y se la llevó con él.

Paul hizo una seña a sus Fedaykin para que se pusieran a cubierto y se acercó a los hombres del equipo de comunicaciones cerca de la boca del túnel. Gurney le siguió. Paul se inclinó sobre los operadores.

—Una re-tatarabuela de una tormenta, Muad’Dib —dijo uno de ellos.

Paul observó el cielo cada vez más oscurecido.

—Gurney, haz que los observadores de la pared sur se retiren, dijo. Tuvo que repetir su orden para ser oído por encima del creciente ruido de la tormenta.

Gurney se alejó para transmitir su orden.

Paul ajustó el filtro sobre su rostro, asegurando la capucha de su destiltraje.

Gurney regresó.

Paul tocó su hombro y señaló hacia el disparador, a la entrada del túnel, tras el operador. Gurney entró en la cavidad y se detuvo allí, con una mano en el disparador y la mirada fija en Paul.

—Ningún mensaje —dijo el operador junto a Paul—. Mucha estática.

Paul asintió, con sus ojos fijos en el cuadrante graduado en tiempo standard frente al operador. Luego miró a Gurney, alzó una mano, volvió su atención al cuadrante. La aguja inició su último giro.

—¡Ahora! —gritó Paul, y bajó su mano.

Gurney pulsó el disparador.

Pareció pasar todo un segundo antes de que el suelo bajo ellos comenzara a sacudirse y a temblar. El retumbante sonido se añadió al rugido de la tormenta.

El observador Fedaykyn del telescopio apareció junto a Paul, con el telescopio firmemente sujeto bajo el brazo.

—¡La brecha en la Muralla Escudo está abierta, Muad’Dib! — gritó—. ¡La tormenta está sobre ellos y nuestros artilleros han abierto ya el fuego!

Paul tuvo la visión de la tormenta barriendo la depresión, mientras la carga estática de la muralla de arena destruía todos los escudos del campo enemigo a su paso.

—¡La tormenta! —gritó alguien—. ¡Debemos ponernos a cubierto, Muad’Dib!

Paul se arrancó de sus pensamientos, sintiendo los innumerables aguijones de la arena clavándose en la parte al descubierto de sus mejillas. Ya está hecho, pensó. Puso un brazo en el hombro del operador.

—¡Deja el equipo! —dijo—. Tenemos más en el túnel. —Se sintió empujado por los Fedaykin, que le rodeaban para protegerle, haciéndole entrar por la boca del túnel, hundiéndole en un brusco silencio, girando un ángulo para penetrar en una pequeña cámara iluminada por globos, con un nuevo túnel abriéndose al otro lado.

Otro operador estaba sentado ante su equipo.

—Mucha estática —dijo el hombre.

Vórtices de arena llenaban el aire a su alrededor.

—¡Sellad ese túnel! —gritó Paul. Un súbito silencio se adueñó del lugar cuando su orden fue obedecida—. ¿El camino hacia la depresión sigue abierto? —preguntó Paul.

Uno de los Fedaykin se alejó unos segundos, y regresó.

—La explosión ha causado un pequeño desprendimiento, pero los ingenieros dicen que el camino sigue abierto. Están quitando los estorbos con los láser.

—¡Diles que usen sus manos! —gritó Paul—. ¡Hay escudos en acción ahí!

—Van con cuidado, Muad’Dib —dijo el hombre, pero se volvió para obedecer.

El operador de afuera apareció con otros hombres, acarreando su equipo.

—¡Les dije a esos hombres que abandonaran su equipo! — dijo Paul.

—A los Fremen no les gusta abandonar material, Muad’Dib —dijo uno de los Fedaykin.

—Los hombres son ahora más importantes que el material — dijo Paul—. Dentro de poco tendremos más equipo del que podamos usar nunca, o ya no necesitaremos más equipo.

Gurney Halleck se acercó a él.

—He oído que el camino está abierto —dijo—. Estamos muy cerca de la superficie, mi Señor, si los Harkonnen responden a nuestro ataque.

—No están en situación de responder —dijo Paul—. En este momento están dándose cuenta de que ya no tienen escudos y que no pueden abandonar Arrakis.

—El nuevo puesto de mando está preparado de todos modos, mi Señor —dijo Gurney.

—Aún no me necesitan en el puesto de mando —dijo Paul—. El plan se desarrolla a la perfección incluso sin mí. Debemos esperar a que…

—Estoy recibiendo un mensaje, Muad’Dib —dijo el operador en el equipo de comunicaciones. El hombre agitó la cabeza, apretando el auricular contra su oído—. ¡Mucha estática! — Empezó a escribir rápidamente en un bloc ante él, agitando la cabeza, aguardando, escribiendo… aguardando.

Paul avanzó hasta situarse al lado del operador. Los Fedaykin se apartaron para dejarle paso. Miró por encima del hombro del operador lo que este había escrito. Leyó:

«Incursión… en el Sietch Tabr… cautivos… Alia (espacio en blanco) familias de (espacio en blanco) están muertos… ellos (espacio en blanco) hijo de Muad’Dib.»

El operador agitó de nuevo la cabeza.

Paul alzó los ojos, para tropezar con la mirada de Gurney.

—El mensaje está incompleto —dijo Gurney—. La estática. No puedes saber lo que…

—Mi hijo está muerto —dijo Paul, y supo en aquel mismo instante que lo que decía era verdad—. Mi hijo está muerto… y Alia está prisionera… como rehén. —Se sintió vacío, una cáscara sin emociones. Todo aquello que tocaba era muerte y dolor. Era como una enfermedad que podía difundirse por todo el universo.

Experimentaba la sabiduría de un viejo, la acumulación de innumerables experiencias en un número incontable de vidas. Alguien dentro de él pareció lanzar una risita y frotarse las manos.

Y Paul pensó: ¡El universo sabe tan poco acerca de la naturaleza de la verdadera crueldad!

CAPÍTULO XLVII

Y Muad’Dib se enfrentó a él y le dijo: «Aunque creamos que la prisionera está muerta, aún vive. Porque su semilla es mi semilla, y su voz es mi voz. Y ella ve más allá de las más lejanas fronteras de lo posible. Sí, ella ve hasta los más lejanos valles del ignoto debido a mí».

De «El despertar de Arrakis», por la Princesa Irulan.

El Barón Vladimir Harkonnen esperaba de pie, con los ojos bajos, en la sala Imperial de audiencias, la ovalada selamlik del Emperador Padishah en el interior de la gran estructura. Con miradas furtivas, el Barón había estudiado la estancia de paredes metálicas y sus ocupantes… los noukkers, los pajes, los guardias, las tropas Sardaukar de la Casa alineadas a lo largo de las paredes cuya única decoración eran los estandartes desgarrados y sucios de sangre capturados en batalla.

Luego sonaron voces a la derecha de la estancia, haciendo ecos en un alto pasillo:

—¡Abrid paso! ¡Abrid paso a la Real Persona!

El Emperador Padishah Shaddam IV hizo su entrada en la sala de audiencias a la cabeza de su séquito. Permaneció de pie a la entrada, esperando a que el trono fuera instalado, ignorando al Barón, ignorando a todo el mundo en la estancia.