—No puedes tener idea de la cantidad de riquezas que se hallan aquí empeñadas, Feyd —dijo el Barón—. Ni siquiera en tus más locos sueños. En primer lugar, nos aseguraremos de forma irrevocable un directorio de la Compañía CHOAM.
Feyd-Rautha asintió. La riqueza era lo único importante. La CHOAM era la llave de la riqueza, cada Casa noble hundía sus manos en los cofres de la compañía siempre que podía y bajo control del directorio. Ese directorio de la CHOAM era la evidencia real del poder político en el Imperio, cambiando de acuerdo con los votos de las inestables fuerzas del Landsraad, que servían de equilibrio frente al Emperador y sus sostenedores.
—El Duque Leto —dijo Piter— puede buscar refugio entre los pocos Fremen que viven al filo del desierto. O quizá prefiera mandar a su familia a esa imaginaria seguridad. Pero este camino está bloqueado por uno de los agentes de Su Majestad… el ecólogo planetario. Seguramente lo recordarás… Kynes.
—Feyd lo recuerda —dijo el Barón—. Continúa.
—No os gustan mucho los detalles, Barón —dijo Piter.
—¡Continúa, te lo ordeno! —rugió el Barón.
Piter se alzó de hombros.
—Si todo marcha como está planeado —dijo—, la Casa de los Harkonnen tendrá un subfeudo en Arrakis dentro de un año standard. Tu tío obtendrá la administración de ese feudo. Su agente personal dominará en Arrakis.
—Más beneficios —dijo Feyd-Rautha.
—Exacto —dijo el Barón. Y pensó: Es lo justo. Nosotros fuimos quienes colonizamos Arrakis… excepto esos pocos mestizos Fremen que se esconden al borde del desierto… y unos pocos e inofensivos contrabandistas ligados más estrechamente al planeta que los propios trabajadores indígenas.
—Y las Grandes Casas sabrán entonces que el Barón ha destruido a los Atreides —dijo Piter—. Todas lo sabrán.
—Y lo más encantador de todo —dijo Piter— es que el Duque también lo sabrá. Ya lo sabe ahora. Ya presiente la trampa.
—Es cierto que el Duque lo sabe —dijo el Barón, y su voz tuvo una nota de tristeza—. Y no puede hacer nada… y esto es lo más triste.
El Barón se alejó de la esfera de Arrakis. Y, al emerger de las sombras, su silueta adquirió otra dimensión… grande e inmensamente gruesa. Y los sutiles movimientos de sus protuberancias bajo los pliegues de su oscura ropa revelaban que sus grasas estaban sostenidas parcialmente por suspensores portátiles anclados a sus carnes. Su peso debía ser realmente de unos doscientos kilos standard, pero sus pies no sostenían más de cincuenta de ellos.
—Tengo hambre —gruñó el Barón, y se frotó con su mano cubierta de anillos los gruesos labios, mirando a Feyd-Rautha con unos ojos enterrados en grasa—. Pide que nos traigan comida, querido. Tomaremos algo antes de retirarnos.
CAPÍTULO III
Así habló Santa Alia del Cuchillo: «La Reverenda Madre debe combinar las artes de seducción de una cortesana con la intocable majestad de una diosa virgen, manteniendo estos atributos en tensión tanto tiempo como subsistan los poderes de su juventud. Pues una vez se hayan ido belleza y juventud, descubrirá que el lugar intermedio ocupado antes por la tensión se ha convertido en una fuente de astucia y de recursos infinitos.»
—Bien, Jessica, ¿qué tienes que decirme por ti misma? — preguntó la Reverenda Madre.
Había llegado, en Castel Caladan, el crepúsculo del día en que había sufrido su prueba. Las dos mujeres estaban solas en las habitaciones de Jessica mientras Paul esperaba en la Sala de Meditación, situada al lado.
Jessica estaba de pie ante las ventanas que se abrían al sur. Miraba sin ver las coloreadas nubes vespertinas, más allá del prado y del río. Oía sin escuchar la pregunta de la Reverenda Madre.
Ella también había sufrido la prueba… hacía tantos años de ello. Una jovencita delgada, de cabellos color bronce, con el cuerpo torturado por los vientos de la pubertad, había entrado en el estudio de la Reverenda Madre Gaius Helen Mohiam, Censor Superior de la escuela Bene Gesserit en Wallach IX. Jessica contempló su mano derecha, flexionó los dedos, recordando el dolor, el terror, la rabia.
—Pobre Paul —susurró.
—¡Te he hecho una pregunta, Jessica! —la voz de la vieja mujer era brusca, imperativa.
—¿Qué? Oh… —Jessica extrajo su atención del pasado e hizo frente a la Reverenda Madre, que estaba sentada con la espalda apoyada en la pared de piedra, entre las dos ventanas que miraban al este—. ¿Qué debo deciros?
—¿Qué debes decirme? ¿Qué debes decirme? —la vieja voz tenía un tono de burla cruel.
—¡Sí, he tenido un hijo! —estalló Jessica. Y sabía que la vieja la había llevado deliberadamente hasta la irritación.
—Se te había ordenado que engendrases solamente hijas a los Atreides.
—Significaba tanto para él —se justificó Jessica.
—¡Y, en tu orgullo, pensaste que podías engendrar al Kwisatz Haderach!
Jessica irguió la cabeza.
—Tuve en cuenta la posibilidad.
—Pensaste tan sólo en el deseo de tu Duque de tener un varón —restalló la vieja mujer—. Y sus deseos no tienen nada que ver con esto. Una hija Atreides hubiera podido casarse con un heredero Harkonnen, y la brecha hubiera quedado cerrada. Complicaste las cosas de forma impredecible. Ahora corremos el riesgo de perder ambas líneas genéticas.
—No sois infalible —dijo Jessica. Sostuvo la mirada de aquellos fríos ojos.
—Lo que está hecho, está hecho —dijo finalmente la vieja mujer.
—He formulado votos de que nunca lamentaré mi decisión — dijo Jessica.
—Muy notable por tu parte —se mofó la Reverenda Madre—. Ningún lamento. Ya lo veremos, cuando huyas con tu cabeza puesta a precio y con todas las manos alzadas contra tu vida y la de tu hijo.
Jessica palideció.
—¿No hay otra alternativa?
—¿Alternativa? ¿Cómo puede preguntar esto una Bene Gesserit?
—Sólo quiero saber lo que habéis podido ver en el futuro con vuestros poderes superiores.
—Veo en el futuro lo mismo que he visto en el pasado. Conoces bien nuestros asuntos, Jessica. La raza sabe que es mortal, y teme el estancamiento de su herencia. Es el flujo de la sangre… la urgencia de mezclar las características genéticas sin una planificación. El Imperio, la Compañía CHOAM, todas las Grandes Casas, tan sólo son los restos de naufragios arrastrados por este flujo.
—La CHOAM —murmuró Jessica—. Supongo que ya ha decidido cómo repartirá los despojos de Arrakis.
—¿Qué es la CHOAM sino una veleta moviéndose al soplo de nuestro tiempo? —dijo la vieja mujer—. El Emperador y sus amigos controlan actualmente un cincuenta y nueve coma sesenta y cinco por ciento de los votos del directorio de la CHOAM. Seguramente han visto lo provechoso que es esto, y como otros también verán lo mismo, la potencia de sus votos se verá incrementada. Así se hace la historia, muchacha.
—Eso es exactamente lo que me hace falta ahora —dijo Jessica—. Un repaso de historia.
—¡No seas sarcástica, muchacha! Sabes tan bien como yo cuáles son las fuerzas que nos rodean. Nuestra civilización reposa sobre tres puntos: la Casa Imperial, en equilibrio entre las Grandes Casas Federadas del Landsraad y, entre ellas, la Cofradía y su maldito monopolio de los transportes interestelares. En política, el trípode es la más inestable de todas las estructuras. Y ya sería malo sin las complicaciones de una cultura comercial feudal que da la espalda a cualquier ciencia.