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Molly permaneció completamente inmóvil hasta que oyó el portazo que anunciaba la marcha de Leandro. Entonces, se derrumbó y comenzó a llorar. Como jamás la había visto llorar, Jez la rodeó con sus brazos y la abrazó algo torpemente.

– ¿Quién diablos era ese tipo? -le preguntó Jez cuando ella se hubo calmado un poco-. ¿Qué tiene que ver contigo?

Molly le contó toda la historia. Tenía tanto miedo de haberse quedado embarazada que tenía que desahogarse allí mismo. A medida que iba escuchando sus palabras, la expresión del rostro de Jez iba denotando más reprobación, aunque no dijo nada ni expresó crítica alguna. No obstante, quedaba muy clara la sorpresa que le había producido el comportamiento de Molly. Cuando llegó el momento de expresar la opinión que le merecía Leandro, Jez se volvió más expresivo.

– Una chica como tú no viaja en limusina -dijo-. Un tipo con ese montón de dinero sólo se relaciona con alguien como tú porque está aburrido de los de su clase.

– ¡Y encima va y me pide que sea su amante! ¿Acaso parezco yo la típica mujer florero?

– Ojalá le hubiera dado un buen puñetazo -comentó Jez. No le había hecho ninguna gracia el comentario de Molly-. Te puedes buscar un hombre mucho mejor que él…

– Si estoy embarazada, no. Si tengo un niño, mi vida entera y mis perspectivas futuras se irán al garete. Jamás dejaré de tener dificultades para sobrevivir.

– Esperemos que no sea así -le aconsejó él. Entonces, guardó silencio durante unos segundos-. ¿Sabes una cosa? Yo siempre pensé que, al final, tú y yo terminaríamos juntos.

Molly lo miró llena de asombro. Jamás se le había ocurrido pensar que Jez podría considerarla algo más que una hermana.

– Pero si somos amigos…

– Sí, bueno… ¿Y por qué no puede ser la amistad el primer paso para algo más? Nos llevamos bien. Nos conocemos bien. No habría sorpresas desagradables. Tendría mucho sentido.

– No sigas por ese camino -le pidió Molly. Ella jamás se había parado a pensar en Jez de ese modo-. Lo único que estás haciendo es recordarme que liarme con Leandro fue como ceder ante un ataque de locura.

– No hay por qué fustigarse al respecto -replicó Jez con un tono práctico en la voz-. Eso no va a cambiar nada.

Ese fin de semana, Molly asistió a dos ferias de artesanía. La venta de varias piezas de su cerámica la animó un poco. A medida que iba avanzando la semana siguiente, su estado de ánimo empeoró al ver que no le bajaba el periodo. Estaba trabajando muchas horas y su habitual energía parecía haberla abandonado. Comenzó a sentirse muy cansada y, al mismo tiempo, empezó a sentir náuseas y a mostrarse reacia a ciertos tipos de comida. La ansiedad se apoderó de ella. Comenzó a temerse lo peor y las ojeras comenzaron a profundizársele día a día en el rostro. Estaba pensando en salir a comprar una prueba de embarazo cuando Jez la convenció para que fuera al médico y éste le proporcionara un diagnóstico más fiable.

Tras examinarla, el médico le aseguró que no había duda alguna de que estaba embarazada. Aunque Molly siempre había creído que estaba preparada para tal eventualidad, se sintió destrozada al ver que se confirmaban sus temores. Jez la telefoneó desde el taller para preguntarle qué había ocurrido. Ella se lo contó todo con voz apagada mientras se miraba en el espejo del recibidor y trataba de imaginarse cómo sería su esbelto cuerpo cuando el embarazo comenzara a hacerse más evidente.

Un bebé. Un bebé de verdad, viviendo, respirando, llorando… Ese pequeño ser dependería totalmente de ella al cabo de menos de nueve meses. El aborto no era opción para ella. Su propia madre le había dado la oportunidad de vivir en circunstancias igualmente poco prometedoras y lo había hecho lo mejor que lo había podido, aunque no lo hubiera hecho demasiado bien. ¿Acaso no podía hacer ella lo mismo por su propio hijo? Sacó la tarjeta de Leandro y decidió enviarle un mensaje de texto: Necesito verte URGENTEMENTE.

No podía hablar con él en aquel momento, cuando se habían separado en tan malos términos.

En la sala de conferencias del Banco Carrera, donde estaba en medio de una reunión, Leandro recibió el mensaje. Cuando lo leyó, quedó convencido de que las mayúsculas significaban que ella había descubierto que no estaba embarazada y que quería disculparse con él por haber montado tanto jaleo al respecto. Se dirigió a su despacho para telefonearla.

– Ven a cenar conmigo esta noche -sugirió-. Enviaré un coche a recogerte a las ocho de la tarde.

Molly sintió un profundo rechazo ante la idea de darle la noticia durante la cena. Entonces, se recriminó por preocuparse de tal trivialidad. El era tan responsable como ella de lo ocurrido. ¿Por qué tenía que ponerse tan nerviosa ante la perspectiva de contarle lo ocurrido?

Cuando Jez regresó a casa después de trabajar, se reunió con ella en la cocina.

– ¿Cómo te encuentras? -le preguntó.

– Me apetecería darme de patadas por ser tan estúpida.

– ¿Se lo has dicho ya?

– Se lo voy a decir esta noche, aunque no espero que eso afecte demasiado a mis planes.

– ¿Ya tienes planes?

– Sí. Pienso seguir con mi vida lo mejor que pueda -musitó Molly.

Jez le tomó la mano.

– No tienes por qué hacer esto sola…

– ¿Qué quieres decir? -preguntó ella, mirándolo sin comprender.

Jez respiró profundamente.

– Lo he pensado mucho desde que tuvimos aquella conversación, por lo que te pido que te tomes un minuto y te lo pienses antes de decirme que no. Estoy dispuesto a casarme contigo y a criar a ese niño como si fuera mío.

Molly se quedó atónita ante aquella sugerencia.

– Jez, por el amor de Dios… No podría permitir que te sacrificaras de ese modo…

– Quiero ayudarte, Molly. Juntos podríamos formar un buen equipo -le aseguró Jez-. No espero que tú me ames, pero, con el tiempo, estoy seguro de que nos sentiremos más cerca el uno del otro.

Los ojos de Molly se llenaron de lágrimas. No podía ni hablar. La generosidad de su amigo le emocionaba. Le agarró ambas manos con las suyas y se las apretó con fuerza para poder expresarle así sus sentimientos. Sin embargo, por primera vez le pareció que no podía decirle a Jez lo que le gustaría porque ya sabía que él la consideraba algo más que una amiga y que albergaba esperanzas que ella jamás podría cumplir. Lo quería mucho y confiaba plenamente en él, pero no sentía atracción alguna. Sus sentimientos hacia Jez se reducían a una amistad platónica.

– Eres demasiado bueno -le dijo mientras iba a vestirse. En aquel momento, más que nunca, sintió que su seguridad se resquebrajaba. ¿Cómo podía seguir viviendo en casa de Jez? No sería justo para él. Estaba demasiado implicado en su vida y no sería bueno. Seguramente haría menos esfuerzos por conocer a otras chicas mientras ella siguiera viviendo allí.

A las ocho en punto, un chófer uniformado llamó al timbre para decirle que la limusina estaba esperándola…

Capítulo 5

Leandro observó cómo Molly cruzaba el restaurante. Los hombres volvían la cabeza para mirarla. El vestido que llevaba puesto era poco llamativo, pero se le ceñía a los pechos y era lo suficientemente corto como para dejar al descubierto unas hermosas rodillas y acentuar los zapatos de tacón que llevaba puestos para contrarrestar su pequeña estatura. Sin embargo, los hombres no dejaban de mirarla y él tampoco. Tal vez fuera la llamativa melena de rizos negros o los enormes ojos del color de las esmeraldas, o la boca que él sólo tenía que mirar para excitarse. Ninguna mujer lo había afectado de aquel modo desde los años de su adolescencia.

– Este lugar está muy de moda -afirmó ella al tiempo que trataba de no mirarlo a la cara para no dejar que la atracción magnética de Leandro pudiera ejercer influencia alguna sobre ella. Estaba tan guapo como siempre.

– Vengo a cenar aquí a menudo. Es más rápido que pedir comida para que me la lleven a casa -respondió él-. Estás muy hermosa, querida mía.