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– No está usted acostumbrada al clima y, dentro de unas pocas semanas, hará todavía más calor -le advirtió el doctor Mendoza-. Tómese su tiempo para aclimatarse.

– Debería haberme asegurado de que te sentaras -gruñó Leandro.

– Tan sólo me mareé un poco -dijo ella.

– Sin embargo, suponga que se hubiera mareado en las escaleras -le recriminó el médico.

– Ahora deberías descansar -afirmó Leandro-. Nuestros invitados lo entenderán.

– No deseo que se me trate como a una inválida -musitó Molly mientras se preguntaba si todos los presentes sabían ya que se había casado embarazada. Al pensarlo, se sintió muy mal.

Leandro la tomó en brazos y la levantó del sofá.

– ¿De qué estabas hablando con Santos? Al principio, pensé que te había dicho algo que te había disgustado al ver que te apartabas tan rápidamente de él. Yo iba a reunirme contigo y llegué justo a tiempo para sujetarte antes de que te cayeras al suelo…

Le sorprendió que Leandro la hubiera estado vigilando tan atentamente. Le explicó que necesitaba un lugar en el que poner su horno para cocer la cerámica.

– ¿Por qué diablos no me lo dijiste a mí para que me ocupara yo de eso?

– No quería molestarte y… me gusta hacer las cosas yo sola -admitió ella.

– Probablemente me estoy metiendo donde no me llaman, pero precisamente ahora, estando embarazada, no me parece el momento más adecuado para que te pongas a trabajar con arcilla y con hornos…

– ¡No seas tonto! -le espetó Molly-. No se trata de un trabajo pesado y…

– No soy artista, pero tampoco soy estúpido -le interrumpió él-. Cocer cerámica debe de ser un trabajo muy duro. Sin embargo, si estás dispuesta a que uno de los trabajadores del castillo te ayude con las tareas más pesadas, no pondré objeción alguna.

– Muy bien -concedió Molly mientras él la colocaba sobre la cama y le quitaba los zapatos-, pero necesito un lugar en el que poder trabajar. ¿Le importará a tu familia que yo me dedique a la cerámica?

– No creo que eso sea asunto suyo -replicó él, desde la puerta.

Parte de la tensión que Molly sentía desapareció al escuchar aquella aseveración.

– A tu madre y a tu hermana mayor no les caigo bien.

– Dales tiempo para que te conozcan -le aconsejó Leandro-. Tú no tienes mucha experiencia sobre cómo funcionan las familias, ¿verdad?

Molly se puso a la defensiva.

– Viví en una familia durante los primeros nueve años de mi vida, antes de que mi madre muriera y mi abuela me entregara en adopción. Éramos mi madre, mi hermana mayor, yo… aunque mi hermana era más bien como mi madre porque ella fue la única persona que recuerdo cuidándome cuando era muy pequeña…

– Se me había olvidado que tenías una hermana. ¿Dónde está ahora?

– No lo sé. Se podría decir que cerré esa puerta de mí vida y no estoy segura de que quiera volver a abrirla -le confesó, pensando en el dolor que aún sentía por el rechazo de los suyos y el profundo sentimiento de pérdida que había sufrido después durante años.

– Llamaré a tu doncella para que ayude a prepararte para la cama -murmuró Leandro.

– Recuerda que esta noche vas a dormir aquí -le dijo ella, sonrojándose inmediatamente por el descaro que había tenido al recordarle aquel detalle.

Leandro se paró de repente. La miró con ojos brillantes y una sensual sonrisa se dibujó en sus hermosos labios. El deseo que Molly sentía hacia él jamás dejaba de excitarlo. Sin embargo, sería responsable. Hablaría primero con el médico. Necesitaba ocuparse de ella. Le dolía mucho que hubiera recurrido a Fernando Santos antes de pedirle ayuda a él, que era su esposo.

Molly se quedó dormida después de meterse en la cama y se despertó sólo cuando Leandro regresó al dormitorio.

– No importa… Estoy despierta -anunció cuando se dio cuenta de que él trataba de no hacer ruido.

Leandro la estudió bajo la tenue luz de la lámpara. Los rizos negros le caían en cascada sobre los hombros, enmarcando perfectamente su hermoso rostro y sus ojos verdes. El deseo que sintió fue instantáneo. No importaba dónde estuviera o lo que hiciera. Nunca dejaba de desearla.

Molly observó cómo él se desnudaba. Le gustaba mucho esa intimidad y esperaba que el concepto de dormitorios separados se esfumara en aquel mismo instante. No sería fácil para ellos disfrutar de momentos íntimos como pareja en una casa repleta de gente. Más que nada, necesitaba ese tiempo y esa intimidad. El amor de su vida. ¡Resultaba increíble cómo esas cinco palabras podían turbar su paz!

Sin embargo, cuando vio a Leandro en su magnífica desnudez, sus pensamientos se hicieron mucho más primitivos, sobre todo al ver su sexo erecto, lo que provocó una inmediata sensación de humedad en su sexo.

– Me deseas, querida -susurró Leandro mirándola con apreciación mientras se tumbaba en la cama junto a ella.

– Sí…

Leandro le tomó la mano y la animó a tocarle.

Al hacerlo, los latidos del corazón de Molly se hicieron más fuertes. Entonces, él la besó con apasionada urgencia. Mientras él le quitaba el camisón, Molly se dejó caer sobre la almohada. Los movimientos de la lengua la hacían temblar de pasión. Leandro le acarició los suaves y firmes senos y tiró suavemente de los rosados pezones hasta que ella gimió de placer.

Molly sentía que perdía el control muy rápidamente. Era como si todo el nerviosismo del día se desvaneciera de repente y todos sus deseos se canalizaran en una única y acuciante necesidad. Lo deseaba. Deseaba a Leandro con una intensidad que no podía ocultar. Cuando él comenzó a estimularle el centro de su feminidad, sintió que se volvía loca ante tan deliciosa exploración.

– Eres como seda caliente, gatita -susurró él mientras se colocaba entre sus piernas.

Se hundió en el cuerpo ardiente de Molly. Ella dejó escapar un gemido de placer. Su excitación iba aumentando con cada embate. El pulso del deseo latía por su cuerpo, obligándola a arquearse para acogerlo más plenamente. Un salvaje grito de satisfacción se le escapó de los rosados labios cuando el orgasmo la empujó a las mareantes alturas de un insoportable placer antes de dejarla caer de nuevo sobre la tierra mortal.

– ¿Ha sido como esperabas, querida? -le preguntó Leandro mientras le acariciaba suavemente el cabello sin dejar de mirarle el rostro.

– Te has superado -susurró Molly mientras le abrazaba con fuerza.

Le parecía que, en aquellos momentos, Leandro era más suyo y lo sentía infinitamente más cercano. El sexo como sustituto del amor. ¿Por qué no? Ciertamente era mucho más seguro que aceptar la clase de esclavitud amorosa que había destruido a su madre. Un hombre que se había casado con ella por el bien de su hijo se tomaba el matrimonio en serio y haría todo lo que pudiera para ayudarla a ella su nueva vida.

Sin embargo, cuando Molly se despertó a la mañana siguiente en medio de una cama vacía y salió corriendo para mirar si él estaba en el dormitorio de al lado, ya no se sentía tan segura. Leandro ya se había marchado. Sin embargo, era fin de semana. ¿No se podría haber tomado tiempo libre para estar con ella? ¿Acaso estaba esperando demasiado? ¿Le estaba dejando claras sus prioridades? ¿El nivel de importancia que ella ocupaba en su vida?

Capítulo 8

Molly miró a través de las puertas abiertas de su estudio cuando oyó que un coche entraba en el patio. Era Julia, que regresaba los viernes a casa desde Sevilla para ver a Fernando. Siempre aparcaba el coche en el patio, bien alejado de la casa del encargado con la esperanza de evitar los cotilleos. Molly volvió a apartar la mirada y siguió ocupándose de sus asuntos. Deseaba profundamente no saber lo que sabía sobre la relación entre ambos. El sentido común le decía que Leandro se pondría furioso si se enteraba de que su hermana estaba teniendo una relación con un empleado.

Como prefería no pensar en una situación que escapaba a su control, se puso a mirar las estanterías de brillantes piezas de cerámica con un sentimiento de logro. Había estado experimentando con un nuevo esmalte y un horno de leña y estaba encantada con los resultados. En los meses que habían pasado desde el día de su boda, había estado trabajando mucho. Fernando Santos la había ayudado mucho cuando decidió instalar su pequeño taller de cerámica en el patio de la vieja granja. El horno estaba en una estancia contigua, en una habitación a prueba de fuego, por lo que organizar un estudio en condiciones había sido el siguiente paso lógico. Miró a través de las puertas de cristal, hacia los huertos y el maravilloso cielo azul. Allí tenía un maravilloso ambiente de trabajo y mucho tiempo libre para dedicarse a su arte. Entonces, ¿por qué no era feliz?