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– Tú hermana tiene dieciséis años. Tú eres demasiado joven para que yo pueda acogerte -le dijo su abuela.

Molly le había jurado que no le causaría problema alguno y que la ayudaría con la casa. Entonces, la anciana tuvo que explicarle las verdaderas razones de por qué no quería quedarse con su propia nieta.

– Tú padre era un extranjero y ya tenía esposa cuando dejó embarazada a tu madre. Era un hombre odioso que abandonó a tu madre en el altar mucho antes de que tú nacieras, pero que se negó a permitir que ella pudiera seguir adelante con su vida -le confesó Gladys con tremenda amargura-. Para una mujer, es una desgracia tener un hijo cuando no está casada, Molly. Por eso no puedes seguir viviendo conmigo. Será mucho mejor para todos nosotros que te adopten.

Hasta aquel día, no había vuelto a ver a su hermana mayor, a la que adoraba. Ophelia había sido la única influencia estable en su mundo desde que nació. Ante tantos recuerdos, los ojos se le llenaron de lágrimas.

Cuando se calmó, leyó el artículo, absorbiendo alegremente todos los detalles que pudo sobre la vida de su hermana. Entonces, se levantó de la bañera y se secó a gran velocidad. Decidió que iba a ponerse en contacto con su hermana. ¿Por qué no? No se mencionaba a su abuela en el artículo. El único riesgo que corría era el del rechazo, y no se imaginaba a su hermana comportándose de un modo tan cruel. Añoraba tener otra mujer con la que hablar, porque era imposible explicarle hasta dónde llegaba su infelicidad a Julia, y Jez era un hombre y no lo comprendía. Él simplemente la animaba a dejar a su esposo. ¡Como si eso fuera tan fácil!

Se vistió y se puso a buscar en Internet el modo de ponerse en contacto con Ophelia. Madrigal Court tenía su propio sitio Web, por lo que le envió un correo a su hermana, redactado de un modo muy casual, en el que le preguntaba sí Haddock, el loro de la familia, seguía con vida. Incluía el número de su teléfono móvil. Después de todo, podría ser que Ophelia no quisiera volver a verla ni hablar con ella.

En aquel mismo momento, Leandro estaba en su despacho del banco en Sevilla, celebrando una reunión con un anciano tío que estaba profundamente escandalizado porque se comentaba el escandaloso comportamiento de un miembro de la familia. Su tío, como buen caballero, tenía un alto sentido de la delicadeza y del honor, por lo que se negó a facilitar su fuente e incluso a identificar fehacientemente a las partes implicadas.

– Por supuesto, algunas personas dirán que los artistas son así, toda pasión sin una pizca de sentido común -concluyó Esteban, con un gesto de desaprobación-, pero tu deber es poner fin a tales actividades y proteger el nombre de la familia. Siento mucho haber tenido que hacerte saber este escandaloso asunto.

Hasta el momento en el que el anciano mencionó la palabra «artista», Leandro se había sentido inclinado a tomarse a broma lo que Esteban podría considerar un asunto escandaloso. Sin embargo, cuando la reputación de su esposa podía estar en juego, su sentido del humor dejaba inmediatamente de existir. La única artista que había en la familia era Molly.

– ¿Se trata de Femando Santos? -susurró mientras se ponía de pie.

Esteban asintió.

Aquella tarde, para pasar el tiempo, Molly se puso a ordenar su estudio. Cuando un coche se detuvo en el exterior, vio muy sorprendida que se trataba de Leandro. Sus labios esbozaron una hermosa sonrisa.

– Creía que no ibas a venir nunca a ver mi estudio -dijo ella.

Leandro se acercó a ella y miró hacia el patio. Al otro lado estaba el edificio que albergaba las oficinas de la finca. Se maravilló de que no se le hubiera ocurrido antes que su esposa podría estar teniendo más que palabras con un hombre con el que trabajaba prácticamente al lado varios días a la semana.

– Has conseguido una transformación impresionante aquí -admitió Leandro. Notó inmediatamente la escrupulosa organización y el orden del estudio.

– No podría haberlo conseguido sin la ayuda de Fernando. Ha sido maravilloso. Me presentó a uno de sus amigos, que es pintor, y que, a su vez, me aconsejó sobre dónde comprar el horno y los suministros.

En el rostro de Leandro se dibujó inmediatamente una expresión de culpabilidad. El no le había ofrecido ninguna clase de ayuda. Tomó un bol, que tenía un suave acabado de madreperla y lo examinó.

– Esto es muy bonito. Debería haberte ayudado más. Me alegra saber que Santos te ha resultado útil. ¿Lo ves con frecuencia?

Molly sintió que Leandro estaba algo tenso, lo que provocó que ella también experimentara esa sensación.

– Lo veo la mayor parte de los días. Es decir, su despacho está al otro lado del patio.

– Necesitas tener más cuidado en el trato que tienes con él…

– ¿Qué diablos se supone que significa eso? -le preguntó ella. Se sentía completamente furiosa-. ¿Qué estás tratando de sugerir?

– No estoy tratando de sugerir nada -replicó Leandro con aspecto sombrío-. Confío en ti. No creo que seas lo suficientemente estúpida como para liarte con otro hombre, pero sí que creo que podría ser que no tuvieras cuidado con las apariencias. En una zona rural como ésta, en la que la gente tiene ideas algo trasnochadas sobre las relaciones, demasiada familiaridad puede causar problemas.

– ¡Yo no he hecho nada que se pudiera malinterpretar en modo alguno!

– Me temo que sí debes de haberlo hecho porque uno de mis parientes ha venido a contármelo hoy…

Molly dio un paso al frente. Se sentía furiosa.

– ¿A hablarte de mí? ¿Y qué es exactamente lo que te ha dicho?

– No me dijo nada en concreto -admitió Leandro-. Yo no hablo de ti con nadie. Simplemente te estoy advirtiendo de que, por tu propio bien, tengas cuidado. Esto no es Londres. Aquí eres una persona de importancia y todo el mundo se fija en tus movimientos. Nuestros vecinos y empleados hablan sobre nosotros y no quiero que mi esposa se convierta en el centro de dañinos rumores.

– Yo no he hecho nada que pudiera provocar que la gente hablara sobre mí… a menos que tu madre haya empezado el rumor. Me imagino que doña María podría elaborar una bonita historia conmigo como protagonista si quisiera hacerlo -dijo Molly con amargura.

Leandro se sorprendió mucho con aquella respuesta. Frunció el ceño.

– Esto no tiene nada que ver con mi madre.

– Me estás acusando de ser demasiado amigable con Fernando y es no es cierto -replicó ella.

– No tengo nada más que decir sobre este asunto ni voy a discutir sobre ello -la interrumpió Leandro mientras la observaba con frialdad-. No tenía intención alguna de disgustarte.

– Pues lo has hecho. Vienes sin nombres, sin hechos y me dices que tenga cuidado con lo que hago como si yo fuera una estúpida adolescente que va a conseguir que te avergüences de ella. Tal vez yo no venga de familia aristocrática como tú, pero sé cómo comportarme -le espetó ella con fiereza.

– ¿Te está molestando Santos? -le preguntó él de repente-. ¿Es ése el problema?

– ¡No! ¡El problema eres tú, Leandro! -exclamó ella, temblando de resentimiento. Resultaba humillante que Leandro sintiera la necesidad de advertirla sobre su conducta con un empleado. Sacudió las llaves ruidosamente y esperó a que él saliera del estudio antes de cerrar y dirigirse a su propio vehículo.

– Déjalo ahí. Yo te llevaré. No quiero que conduzcas mientras estés enfadada -dijo él.

Se sentía enfadado con ella por el hecho de que hubiera reaccionado tan mal ante lo que él consideraba una advertencia razonable. Este hecho le había llevado a preguntarse si habría algo de cierto en aquellos rumores.

– ¡Haré lo que me dé la real gana! -rugió Molly.

– Ni hablar, querida -afirmó él.

Entonces, la tomó en brazos y la metió en el asiento del copiloto de su coche.

Molly se quedó tan asombrada por aquella reacción tan física que su ira la empujó a guardar silencio durante un buen rato. De repente, comprendió por qué él no quería que ella condujera de mal humor, era por lo que le había pasado a Aloise. Conocía muchos detalles sobre la primera esposa de Leandro, pero ningún detalle de naturaleza personal. Lo único que tenía era la fotografía de una hermosa rubia en un marco del salón, además del hecho de que había sido una abogada de éxito, famosa por sus obras benéficas y su talento como anfitriona, algo con lo que ella no podía competir.