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– Hay momentos en los que me enojas tanto que podría entrar en órbita sin necesidad de cohete. No soporto que me den órdenes -dijo Molly-. ¡Sinceramente, te odio cuando me hablas como sí fuera una estúpida!

– Yo no hago eso. Tienes una personalidad muy apasionada…

– Y me enorgullezco de eso.

– Me estoy acostumbrando -confesó Leandro.

Estudió el delicado perfil de Molly con fascinación. Aquella era la misma fuerza vital que, unida a su sensualidad, hacía que tuvieran una vida sexual tan buena. No obstante, racionaba el tiempo que pasaba con ella. Era mejor así. Todo con moderación. Nada con exceso. Era lo más racional. Recordó cómo se sintió cuando vio que Santos respondía al magnetismo sexual de su esposa. No le había gustado su propia reacción. Mientras mantuviera el control, no volvería a sentirse de aquel modo.

Antes de irse a la cama, Molly entró en su correo electrónico. Se reprendió por esperar una respuesta de Ophelia tan rápidamente. Podría ser que ella se tomara su tiempo en responder o que, incluso, prefiriera no hacerlo. Tal vez había cometido un error al tratar de ponerse en contacto con su hermana. El miedo al rechazo le había impedido intentar el reencuentro durante años, pero la necesidad de volver a ver a su hermana se había apoderado de ella un momento muy vulnerable de su vida. Todos los sueños felices sobre lo que podría conseguir de su matrimonio se estaban desmoronando lentamente.

Al día siguiente por la tarde, en el espacioso dormitorio de su apartamento de la ciudad, Julia colgó su móvil y se volvió a mirar a Molly, que se estaba pintando los labios con un lápiz rojo mientras trataba de no bostezar. Habían pasado ya horas del momento en el que ella solía irse a la cama…

– Era mi madre.

– Eso me había parecido -suspiró Molly compasivamente-. Antes de que yo consiguiera meterme en el coche para venir aquí, me dijo que iba vestida como una fulana y que ninguna mujer decente saldría por la noche sin su marido.

– Yo jamás había escuchado a mí madre tan enfadada…

– Échame la culpa a mí.

– No tiene ningún derecho a hablarte de ese modo. Leandro no debería tolerarlo. ¿Por qué no le dices cómo te trata mí madre?

– No quiero tener problemas con una persona que siempre va a estar en nuestras vidas. Esperaba que se cansara y se marchara a su casa.

– Creo que he sido muy egoísta al invitarte esta noche. No quiero causar problemas entre Leandro y tú. No tenía ni idea de que hubiera rumores sobre Fernando y sobre ti…

Molly la miró y dedujo que su madre debía haberle contado lo que la gente decía sobre ella.

– Es sólo una tontería…

– Creo que alguien ha debido de verme a mí en la casa de Fernando o en su coche y ha cometido el error de pensar que eras tú -comentó Julia, incapaz de ocultar el horror que le producía la idea de que su relación secreta con Fernando pudiera estar a punto de ver la luz-. Fernando está buscando otro trabajo, pero no lo conseguirá si mi hermano no le da una buena carta de recomendación.

Molly trató de ocultar su alivio ante tal eventualidad. Por muy enojada que estuviera con Leandro, se sentía bastante culpable por guardar silencio sobre la aventura de Julia y se alegraría infinitamente cuando, al menos, la relación no se produjera en el umbral de su estudio. Además, la noche anterior, Leandro se había quedado a trabajar hasta muy tarde en su despacho y había dormido solo en su dormitorio. Molly había tenido que contenerse para no ir a buscarlo allí.

No entendía cómo él podía mostrarse tan posesivo con respecto a ella y no sentir algo más. ¿Se trataba sólo del instinto territorial del macho y nada más?

Su teléfono móvil sonó cuando estaba en un bar de tapas muy de moda con Julia y sus amigos. Era Leandro.

– ¿Por qué no me has dicho que ibas a salir?

– No creí que te dieras cuenta de que no estaba -replicó ella.

– Si me dices dónde estás, iré ahora mismo a reunirme contigo.

Molly sabía que Fernando aparecería tarde o temprano y sabía que no podía consentir que Leandro lo viera con los amigos de su hermana.

– No, gracias.

– Eres mi esposa.

– Lo sé… A veces, como ahora, la alianza de bodas me pesa como una cadena -le espetó Molly-. Me divertía mucho más cuando estaba soltera. Hasta mañana.

– ¿Hasta mañana? ¿Dónde vas a pasar la noche? -le preguntó Leandro muy enfadado.

Molly sonrió pícaramente. Le gustaba la sensación de haberle sorprendido.

– Con tu hermana, por supuesto. Por favor, te ruego que no le estropees el cumpleaños.

Misteriosamente, su burbuja de diversión comenzó a desinflarse en ese mismo momento. Tal vez fuera el desafío de ser la única persona sobria de la fiesta o porque, aunque le encantaba salir, era más de medianoche y cada vez tenía más sueño. Fueron a un club muy popular entre los famosos. Fernando se reunió con ellos antes de que entraran. El flash de una cámara alertó a Molly de la presencia de los paparazzi, por lo que sintió un profundo alivio al poder entrar al lujoso local y sentarse para observar la pista de baile.

Entonces, comenzó a maravillarse de que, mientras estaba en el castillo, echando de menos a Leandro la mayor parte de los días y de las noches, añoraba salir de él y, en aquel momento, cuando estaba fuera, seguía echando de menos a su esposo. Observó cómo Fernando Santos flirteaba con una de las amigas de Julia y decidió que aquel hombre no le gustaba en absoluto. Evidentemente, Julia estaba enamorada, pero Molly sospechaba que Fernando podría estar con ella tan sólo porque era la hermana de su jefe.

A medida que avanzaba la noche, el sueño fue ganándole terreno, a pesar de la música y del griterío de voces. Luchaba contra su agotamiento porque veía que Julia se estaba divirtiendo mucho y no quería estropearle la fiesta. En algún momento, debió de quedarse dormida porque, cuando se volvió a despertar, estaba ya fuera del club, en el interior de un coche. A su alrededor resonaban voces y, cuando abrió los ojos, quedó prácticamente cegada por los fogonazos de las cámaras.

– ¿Qué ha ocurrido…? ¿Adonde vamos? -le preguntó a Julia, tras incorporarse en el asiento. La joven estaba agarrada a Fernando.

– A casa. Duérmete -le aconsejó Julia.

Casi sin darse cuenta, Molly llegó a la habitación de invitados de la casa de Julia. Se desnudó y prácticamente se quedó dormida en el momento en el que su cabeza tocó la almohada. A la mañana siguiente, su teléfono móvil la despertó de repente. Tras rebuscar en el bolso, lo encontró y vio que tenía diez llamadas perdidas de la noche anterior.

– ¿Molly? -preguntó una voz femenina-. ¿Eres Molly?

– Sí, ¿quién es? -replicó, aunque estaba casi convencida de que sabía de quién se trataba.

– Ophelia… ¿es que no te acuerdas de mi voz? -gritó su hermana, muy emocionada-. Ojalá no estuvieras en España. Quiero verte ahora mismo y darte un fuerte abrazo.

Molly se echó a llorar. Había encontrado a su hermana. En menos de un minuto, las dos mujeres comenzaron a ponerse al día. Muy pronto. Molly, a la que nunca le había gustado las falsas apariencias, admitió que Leandro sólo se había casado con ella porque se había quedado embarazada.

– No pareces muy contenta, Molly.

– Y no lo estoy -admitió ella.

El asombro de Molly no terminó con el hecho de volver a oír la voz de Ophelia. Esta le contó que tenían un hermanastro más mayor de nacionalidad rusa llamado Nikolai Arlov. Para Molly fue maravilloso saber que tanto Ophelia como Nikolai llevaban varios años tratando de encontrarla. Ophelia satisfizo la curiosidad de Molly sobre Nikolai, sobre su marido Lysander y sus tres hijos. Molly casi no pudo contener una carcajada cuando se enteró de que Haddock, el loro, seguía con vida.