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Envuelta en un chal de seda, Julia asomó la cabeza para decirle a Molly que había llegado ya la limusina que la llevaría a su casa. Molly le dijo a su hermana si podía llamarla más tarde. Mientras pensaba en lo maravilloso que sería reunirse con Ophelia y poder conocer a su hermano y las familias de ambos, se vistió con unos pantalones de color caqui y una camiseta. Fue entonces cuando descubrió que la mayoría de las llamadas perdidas eran de Leandro. Un sentimiento de culpabilidad se apoderó de ella y se sintió como una adolescente que llega a casa después de la hora.

Al ver que había un grupo de paparazzi esperando en el exterior del apartamento de Julia, se quedó horrorizada. Todos le gritaron preguntas en español mientras se dirigía a toda velocidad a la limusina. Por una vez, agradeció la presencia de los guardaespaldas de Leandro, que impidieron que los reporteros la filmaran.

Cuando entró en el castillo, notó que todo estaba sumido en un profundo silencio. Basilio la saludó con el mismo tono de voz que habría utilizado en un funeral. Ella se sorprendió mucho cuando vio que Leandro salía de su despacho, dado que sabía que él tenía un viaje a Ginebra aquel mismo día.

– Creí que ya te habrías marchado.

– He esperado para enseñarte los periódicos de la mañana -le espetó él. Molly lo siguió a su despacho. No le quedó otra opción que mirar la publicación que él tenía abierta sobre el escritorio.

Al ver las fotos, ella se quedó completamente horrorizada. En una de ellas se veía a una mujer con ojos cansados y cabello revuelto a la que se ayudaba a cruzar la acera. En otra, la misma mujer estaba tumbada, aparentemente inconsciente, en el asiento trasero de una limusina. Esa mujer era ella.

– ¿Cómo te pusiste en ese estado? -rugió Leandro, lleno de furia-. ¿No te paraste a pensar en la salud del niño que llevas en tu vientre?

– Yo sólo estaba muy cansada… Te juro que no bebí nada de alcohol -protestó Molly-. Las fotos parecen reflejar otra cosa…

– ¿Quieres decir que no estuviste en un club hasta las cuatro de la mañana con nuestro encargado? ¿Ni que necesitaste que te sacara de allí casi arrastrándote?

Molly tragó saliva. Efectivamente, era Fernando el que la llevaba al coche.

– Yo era una más de un grupo de personas entre las que estaba él.

– Él pasó la noche en el apartamento de mi hermana contigo -le espetó Leandro-. ¡Se marchó esta mañana muy temprano!

Molly no sabía qué podía decir sin dejar en evidencia a Julia. ¿Cómo podía Leandro pensar que ella se había acostado con otro hombre? ¿Cómo podía creer que ella era tan desleal? Estaba embarazada de él. ¿Acaso no la respetaba en absoluto?

– No estoy teniendo una aventura con Fernando. ¡En realidad, él ni siquiera es mi tipo, aunque tengo que confesarte que, en estos momentos, cuando te comportas conmigo como si fueras un juez de la Inquisición, tú tampoco lo eres! Mira, siento mucho que esas fotos te hayan avergonzado, pero no estaba bajo el efecto ni de las drogas ni del alcohol. Sencillamente, tenía mucho, mucho sueño. No tengo nada más de lo que disculparme.

– No te creo… Quiero que me digas la verdad.

– ¡Acabo de hacerlo! Simplemente salí con Julia para celebrar su cumpleaños.

– Entonces, ¿por qué te negaste a decirme dónde estabas para que yo pudiera reunirme contigo?

Molly bajó la cabeza. Sabía que no podría encontrar una respuesta adecuada a aquella pregunta. Deseó no sentirse obligada a proteger la vida privada de Julia. No quería poner en riesgo su amistad.

– Sólo quería una noche en la que no tuviera que ser tu esposa. ¿Es eso un delito?

– ¿Cuánto tiempo llevas viendo a Santos? -replicó él mirándola con dureza.

– Tal vez quisieras que yo te fuera infiel para poder tener motivos para divorciarte de mí. ¿Es ésa la razón de todo esto? Te has dado cuenta de que cometiste un error al casarte conmigo y quieres deshacerte de mí… -le acusó ella.

– Estás diciendo tonterías.

– No lo creo. Bien, pues soy yo la que quiere escapar de todo esto -anunció, de repente-. Quiero recuperar mi vida, ¿por qué no ibas a quererlo tú? Tú estás siempre ausente y yo me siento sola. Quiero un hombre que esté interesado en mí, un hombre con el que pueda compartir mis cosas. Sin embargo, tú estás tan ocupado ganando dinero, que no tienes tiempo ni para mí ni para el bebé. ¡Yo quiero algo más que tu dinero, tu título y tu posición social! ¡Ninguna de esas tres cosas son importantes para mí!

– Has dicho más que suficiente -dijo Leandro, pensando que aquellas acusaciones eran un torpe intento por hacer que él se olvidara de su inexcusable comportamiento-. Tengo que tomar un vuelo a Ginebra. Hasta mañana.

– Dijiste que no podías darme amor… ¿Pero qué es lo que me has dado? -susurró Molly, muy disgustada.

Leandro apretó los dientes. Se negaba a escucharla. No quería que ella comenzara a llorar. Se sentía tan furioso con ella que no confiaba en sus propias palabras. Además, mientras ella siguiera negándolo todo, no había nada que discutir. Le sacaría la verdad a Julia y, si Molly había traicionado su confianza, no le quedaría más remedio que divorciarse de ella. No deseaba hacerlo, pero, cada vez que se la imaginaba en brazos de Santos, sentía una profunda ira dentro de él que lo enojaba aún más.

Molly no se podía creer que Leandro tuviera intención de marcharse a Ginebra como si no hubiera ocurrido nada. Su autodisciplina con respecto a su trabajo y la devoción al negocio de la banca cuando su matrimonio estaba en crisis le pareció una prueba más de su falta de aprecio hacía ella.

Su teléfono móvil comenzó a sonar en cuanto llegó a su dormitorio. Al oír la voz de Ophelia, perdió por completo el control sobre sus sentimientos y rompió a llorar. A duras penas, consiguió contarle a su hermana lo ocurrido. Su hermana trató de consolarla y, para conseguirlo, le dijo que tenía a su hermano Nikolai a su lado y que él también quería hablar con ella.

– ¿De verdad que quieres quedarte con ese tipo en España? -le preguntó su hermano, un poco más tarde-. Puedo ir a recogerte dentro de unas horas y traerte de vuelta a Inglaterra.

– ¿Podrías hacer eso? -preguntó ella. No quería abandonar España en cuestión de horas, pero la oferta resultaba tentadora.

– Claro que sí. Tengo muchas ganas de conocer a mi hermanita pequeña.

– No soy ninguna niña…

– Para mí lo serás siempre.

La indecisión se apoderó de Molly. Quería estar con sus hermanos. Leandro no había escuchado sus explicaciones ni había tratado de comprenderla. ¿Estaba dispuesta a esperar a que él regresara de Ginebra para tener más de lo mismo? El no la amaba. Eso no iba a cambiar. Ella jamás podría compararse a Aloise. El hecho de que estuviera esperando un hijo suyo no parecía suponer diferencia alguna. Tal vez, efectivamente, había decidido que casarse con ella había sido un error. Eso podría explicar por qué hacía tan poco esfuerzo para conseguir que su matrimonio funcionara.

Molly se cuadró de hombros y respiró profundamente.

– Regresaré a Inglaterra.

Nikolai prometió llamarla cuando su avión privado aterrizara en España. Ophelia estaba tan emocionada cuando volvió a ponerse al teléfono que Molly sólo entendía una palabra de cada tres. Sin embargo, el entusiasmo de su hermana consiguió aliviar el miedo y la incertidumbre que se estaban apoderando de ella.

Se sentó en el elegante escritorio que tenía al lado de la ventana y sacó el bonito papel que jamás había utilizado para escribirle a Leandro una nota. Mientras observaba la hoja en blanco, los ojos se le llenaron de lágrimas. Lo que estaba sintiendo la obligaba a reconocer que sentía mucho más por Leandro de lo que él sentía por ella. No obstante, no quería conformarse con las migajas que él quisiera darle. Si ella no era feliz, su hijo tampoco lo sería. El sueño de crear un hogar feliz para los tres había sido exactamente eso, un sueño.