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Molly apoyó el rostro sobre una mano y admiró a su guapo marido con profunda apreciación. Era tan atractivo que sentía constantes deseos de besarlo, de tocarlo y de acariciarlo. Le parecía que era completamente normal, dado que no podía creerse la suerte que había tenido y necesitaba comprobar constantemente que él era suyo.

– ¿Estás pensando en que mañana vamos a volver a España? Tu familia se va a alojar con nosotros este fin de semana -le recordó él.

Molly sonrió. Sabía que a él le preocupaba que no quisiera volver al castillo, pero no era así. Al contrario. Estaba deseando regresar. Estaba segura de que todo sería muy diferente en aquella ocasión. Después de todo, doña María ya no vivía allí. Por fin, la casa de su esposo sería también suya.

– Me muero de ganas volver a ver a Ophelia -dijo ella.

– Pero si las dos siempre estáis hablando por teléfono…

– Tú vas a volver a trabajar pasado mañana -susurró ella, muy apenada. Sabía que debían recuperar la vida normal, pero le asustaba. Le encantaba tener a Leandro cerca de ella todo el tiempo.

– Te prometo que no trabajaré tantas horas como antes y que tampoco viajaré durante algún tiempo. Además, te llamaré por lo menos dos veces al día. Para mí, es muy importante que seas feliz.

Como Leandro parecía estar tomándose tan en serio su matrimonio, Molly no podía evitar preguntarse qué era lo que había fallado en el primero. Aquella noche, cenaron en un pequeño restaurante en el que ya habían estado antes. Durante el trayecto de vuelta a casa, ella le pidió que le hablara de Aloise.

– Era todo para todo el mundo. Su familia la tenía idealizada. Sus colegas la admiraban. Yo la consideraba una buena amiga. Nuestras familias comenzaron a presionarnos para que estuviéramos juntos cuando teníamos veintitantos años. Hasta aquel momento, yo había disfrutado de mi libertad y di por sentado que ella también. Podríamos habernos negado, pero nuestro matrimonio parecía tener sentido. Yo creía que ella quería las mismas cosas de la vida que yo.

– ¿Consideraste el matrimonio como una unión práctica?

– Pensé que Aloise pensaba lo mismo. Ella tampoco estaba enamorada, pero era muy femenina y, naturalmente, a mí me parecía muy atractiva. Después de la boda, nuestra amistad pareció desvanecerse. Yo no sabía lo que pasaba y ella insistía en que no pasaba nada.

Entraron en la casa. Rápidamente, Molly encendió las luces.

– ¿Qué pasó el día del accidente?

– Lo que voy a contarte debe seguir siendo un secreto por el bien de la familia de Aloise. Ella no quería que ellos lo supieran. Yo le pregunté por qué me trataba como si yo fuera su enemigo -prosiguió, tras una pequeña pausa-. Entonces, por fin me contó la verdad. Yo me enfadé mucho con ella…

– ¿Qué le dijiste?

– La acusé de engañarme y de arruinar las vidas de los dos porque ella quería que siguiéramos viviendo una mentira y… Dios mío… Yo quería escapar de todo eso…

– No comprendo. ¿Cuál era la verdad?

Leandro lanzó una dura carcajada.

– Era lesbiana. En el momento en el que lo admitió, no pude comprender cómo no me había dado cuenta. Ella se sentía atrapada en nuestra vida. Nuestro matrimonio era un desastre, pero ella estaba dispuesta a sacrificarlo todo por guardar su secreto. En el momento en el que ella más necesitaba mi comprensión y mi apoyo, yo le di la espalda. Por eso ella salió huyendo, se metió en el coche y terminó estrellándose y matándose en la carretera.

Molly se quedó atónita. Extendió las manos y agarró con fuerza las de Leandro.

– Es normal que sintieras que ella te había estado engañando. No fue culpa tuya que ella tuviera ese accidente, como tampoco lo fue que tu matrimonio no funcionara. Era imposible. Ella estaba muy disgustada. Debió de ser muy desgraciada. Los dos lo fuisteis. Déjalo estar. No te culpes de ese accidente…

Leandro soltó las manos y se inclinó sobre ella para tomarla en brazos.

– Siempre eres muy considerada con mis sentimientos. Yo no sabía que tenía tantos hasta que te conocí, corazón mío. Además, estaba el placer erótico en estado puro de una mujer que me deseaba por mí mismo. ¿Cómo iba a poder mantenerme alejado de ti?

– Yo no soy una mujer fuerte y tú provocas adicción -dijo ella mientras Leandro subía la escalera con ella en brazos-. ¡Yo era una chica decente hasta que apareciste tú!

– Para mí significó mucho ser el primero. Creo que me enamoré de ti la primera noche que nos conocimos, pero no sabía lo que me había pasado. Aunque no estaba enamorado de ella, Aloise me hizo mucho daño. Me esforcé mucho con ella sin conseguir nada. Contigo quería mantener las distancias, no implicarme demasiado, pero no pude…

– ¿Te enamoraste de mí?

– Perdidamente. Nunca antes había estado enamorado. Había deseado a una mujer, sí, pero enamorarme… No conocía la diferencia. Todo el tiempo estuve en pleno conflicto conmigo mismo. Por eso te pedí que fueras mi amante.

– Eso me dolió.

Al llegar a la habitación, la colocó sobre un enorme diván. Entonces, se agachó delante de ella, le agarró las manos y se las besó a modo de ferviente disculpa. Con los ojos llenos de amor, Molly le acarició suavemente la cabeza.

– Te mereciste que me quedara embarazada. ¿Por qué te tomaste la molestia de decirme que no me podías dar amor cuando me pediste que me casara contigo?

– No sabía que pudiera darlo. El amor jamás ha sido mi estilo. Durante mucho tiempo, estuve celoso de Jez.

– ¿De Jez? -preguntó ella, incrédula.

– El y tú teníais unos vínculos muy fuertes que a mí me resultaban amenazadores -admitió Leandro-. De hecho, creo que conocerte ha servido para bajarme los humos. Lo hice todo mal. No te di la boda ni la luna de miel que deberías haber tenido…

– … ni fuiste el novio ideal. Pero eras genial en la cama después del horario de oficina.

– Me encanta volver a casa para estar contigo.

– ¡Pero si llegabas tarde todas las noches!

– Me obligaba a disimular para, de ese modo, no perder el control. Odio perder el control.

– Pues a mí me gusta cuando lo pierdes -susurró Molly-. ¡Vaya! Aún no te he contado lo de las píldoras anticonceptivas que encontré en el vestidor el día en el que me marché de casa.

Leandro se quedó atónito. Inmediatamente, se dio cuenta de que sólo pudieron haber pertenecido a Aloise.

– No quería tener hijos conmigo…

– Supongo que, si se sentía atrapada en esa vida, un hijo la habría atrapado aún más.

– ¿Y eso qué importa ahora? -susurró él mientras le acariciaba el vientre con un orgulloso aire de satisfacción-. De todo eso hace tanto tiempo… Además, tú y yo estamos hechos el uno para el otro. En el momento en el que te vi, me sentí atraído por ti.

– Yo me di cuenta de que te amaba el día en el que me marché del castillo. Salir de allí me rompió el corazón.

– Yo tardé demasiado tiempo en darme cuenta de lo que te estaba haciendo. Cuando te marchaste, me sentí vacío, pero ciertamente sirvió para despertarme, mi vida. No sabía que me amabas…

– Loca, apasionadamente y para siempre -le juró Molly con fervor.

Leandro se rindió por completo al brillo cálido que vio en los ojos de ella y la besó con una pasión que la dejó completamente sin aliento.