Lysander Metaxis estaba presente sin su esposa quien, según se había apresurado a explicar, estaba a punto de dar a luz a su tercer hijo. Si estaba esperando que Leandro le diera la enhorabuena, éste no lo hizo. Cuando los niños entraban en la conversación, no tenía interés ni nada que decir. Sin embargo, se preguntó si sería justo que él pensara que el magnate griego estaba presumiendo de virilidad.
Cuando vio que Molly se acercaba de nuevo a los borrachos, que le habían estado pidiendo insistentemente más bebida, centró su atención en la escena. Vio que la tensión se reflejaba claramente en el rostro de la joven y que resultaban evidentes sus pocas ganas de responder. Un hombre rubio muy corpulento la agarró de nuevo y le pasó la mano sobre el respingón trasero, deteniéndose para pellizcárselo. Antes de que ella pudiera reaccionar, Leandro dio un paso al frente.
– ¡Quítele las manos de encima! -le ordenó Leandro.
El borracho soltó a Molly y la apartó a un lado para darle un puñetazo al español. Atónita por que Leandro hubiera acudido en su ayuda, Molly era consciente del peligro que corría aquel hombre de recibir una paliza por parte de los tres borrachos a los que se había atrevido a enfrentarse. Dio un paso al frente para interponerse entre los hombres y obligó a su defensor a desviar un golpe para no golpearla a ella. Como consecuencia, Leandro recibió un golpe en una sien que lo envió directamente contra el suelo. La parte posterior de la cabeza se golpeó contra el suelo y, durante un instante, todo quedó sumido en la más completa oscuridad. Cuando volvió a abrir los ojos, lo primero que vio fueron los maravillosos ojos verdes de la camarera, que estaba arrodillada a su lado. Estaba lo suficientemente cerca como para que el aroma a limón del cabello y de la cremosa piel de la mujer le inundara el sentido del olfato y provocara en él una poderosa respuesta sexual.
Cuando Molly se enfrentó con los ojos miel de Leandro, fue como si el mundo entero se detuviera. Sintió un extraño calor en el bajo vientre y notó que le costaba respirar. Su cuerpo cobró vida en partes muy íntimas y comenzó a palpitarle como si alguien hubiera encendido un interruptor dentro de ella.
Los borrachos se marcharon inmediatamente cuando se dieron cuenta de la cantidad de personas que estaban observando la escena. Krystal Forfar despidió a Molly con un enojado gesto.
– ¡Creo que ya has causado bastantes problemas! Señor Carrera, ¿quiere que llame a un médico?
Molly se incorporó y vio cómo Leandro se levantaba con dificultad, mientras negaba con la cabeza.
– Creo que debería ir usted a un hospital -le recomendó Molly-. Perdió el conocimiento durante unos instantes y podría tener una conmoción cerebral.
– Gracias, pero estoy bien -replicó Leandro mientras se estiraba la arrugada chaqueta-. Creo que me vendría bien tomar un poco de aire fresco.
– ¿Qué es lo que ha pasado? -preguntó Brian mientras se llevaba a Molly para hablar con ella en privado.
Molly se lo explicó mientras su amiga Vanessa escuchaba atentamente.
– Ese español es un verdadero héroe… ¡debería haber muchos más como él que se tomaran las molestias de intervenir cuando un borracho le pellizca el trasero a una mujer! -exclamó Vanessa-. No es lo que una espera, ¿verdad?
El comportamiento de aquel desconocido había dejado a Molly completamente perpleja y también le había impresionado. Molly tomó un plato y fue al bufé para elegir una selección de lo que había allí expuesto. Entonces, lo colocó sobre la bandeja con una copa. Con ella en las manos salió al balcón, donde Leandro Carrera Márquez estaba tomando el aire fresco, observando las brillantes luces de la ciudad.
– Quería darle las gracias por defenderme. Ha sido usted muy valiente -murmuró Molly, mientras le dejaba la bandeja sobre una mesa que había a sus espaldas-. Siento mucho que lo golpearan de esa manera.
– Si usted no hubiera intervenido, habría sido yo quien le hubiera dado a él -replicó él. Se giró para mirarla. Aún estaba completamente atónito por la ira que había sentido al ver cómo aquel borracho la tocaba. El hecho de que otro hombre se comportara de un modo tan familiar con aquella mujer le había parecido profundamente ofensivo.
– Ellos eran tres y usted sólo uno -dijo Molly mientras se ponía de puntillas para acariciarle suavemente el hematoma que ya estaba empezando a aparecerle-. Podría haber resultado herido más gravemente y me siento muy culpable por ello. Le he traído algo de comer.
Los senos de la joven le rozaron el pecho. Su proximidad le dio otra nueva oportunidad de oler el aroma cítrico de su cabello. Un primitivo deseo sexual se despertó en él. Estudió sus suaves curvas, su generosa y rosada boca, y de repente, ardió de ganas por saborearla.
– No tengo hambre para nada que no seas tú -susurró Leandro.
Capítulo 2
Mientras Molly lo observaba con curiosidad, Leandro trató por todos los medios de contenerse. Al final, comprendió que le sería imposible. Extendió los brazos y la agarró con fuerza antes de estrecharla contra su poderoso y esbelto cuerpo.
Molly se apoyó sobre él. Dejó que los largos dedos se le enredaran en el cabello para levantarle el rostro. Entonces, tímidamente, levantó sus propias manos y dejó que se deslizaran a través de las profundidades del cabello de él. La necesidad que tenía de tocarlo estaba derribando todas sus inhibiciones. La amplia y sensual boca del español reclamó la de ella con explosiva pasión.
Molly jamás había sido besada de aquel modo, como nunca antes había conocido una pasión, urgencia y excitación como la que sintió en aquel momento. Se notaba mareada, fuera de control. La lengua de él se les deslizó entre los labios para retirarse enseguida, provocando que un deseo abrasador se apoderara de ella. Tembló de por la oleada de sensaciones que estaba experimentando, provocando que la boca se negara a separarse de la de él y que los pezones se le irguieran contra la camisa que llevaba puesta. Sus sentidos le daban vueltas por las caricias y el sabor de él, por lo que tuvo que agarrarse a las solapas de la chaqueta de él para no perder el equilibrio.
En algún lugar, la alarma de un coche comenzó a sonar. Leandro se tensó y levantó la cabeza. Entonces, comprendió lo que estaba haciendo y reconoció que estaba actuando según su impulso y sin utilizar el freno de la inteligencia. A pesar de todo, soltarla le costó más de lo que hubiera querido porque estaba muy excitado.
– Lo siento -murmuró.
A Molly le costaba también elaborar pensamiento racional alguno.
– ¿Por qué? -preguntó ella mientras él le colocaba las manos sobre los hombros para empujarla deliberadamente hacia atrás, alejándola de él.
– No debería haber ocurrido algo así y, en circunstancias normales, jamás habría pasado -susurró Leandro.
Molly recordó el hecho de que él, prácticamente, la había empujado de su lado y se sonrojó de vergüenza. No. Efectivamente aquel contacto no debería haber ocurrido nunca y no decía nada en su favor que él hubiera sido el primero en darse cuenta de ello y en hace algo al respecto. ¿En qué diablos había estado pensando ella? Sin embargo, aún sentía el cuerpo cálido y tembloroso.
El rubor que le cubría las mejillas se negaba a desaparecer.
– No me estoy comportando según soy. Tal vez haya bebido demasiado. ¿Qué otra explicación podría haber para mi comportamiento? -inquirió Leandro. Mientras la observaba, sonrojada por completo, no podía dejar de preguntarse qué edad tendría. En aquel momento, le parecía que era muy joven-. Dios mío… Eres la camarera.
Al escuchar tan claramente cómo había expresado él lo que ella era, Molly palideció. Era una persona, un ser humano, antes de ser camarera.
– Debería haberme dado cuenta de que serías un esnob de los pies a la cabeza. No te preocupes. No necesitas excusarte. No soy tan ingenua como para pensar que un beso significa que estábamos ante el nacimiento de una relación. ¡Además, tú no eres mi tipo!