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Con una rápida despedida, Molly volvió a meterse en el coche. Desde su interior, vio como él cruzaba la calle, se metía en el interior de un vestíbulo bien iluminado, intercambiaba un breve saludo con el portero y desaparecía de su vista. Se sintió terriblemente desilusionada de que él se hubiera marchado.

Sacudió la cabeza por su propia necedad y se inclinó hacia un lado para ponerse el cinturón de seguridad. Entonces, se dio cuenta de que había algo sobre el suelo. Se estiró para poder recoger el objeto y vio que se trataba de la cartera de un hombre, cartera que sólo podía pertenecer al hombre que acababa de salir del coche. Con un gruñido de impaciencia, volvió a salir del coche.

El portero no tuvo problema alguno en identificar la persona a la que ella se refería y se ofreció a entregarle la cartera. Sin embargo, Molly prefería darle la cartera personalmente. El portero trató de llamar al apartamento de Leandro, pero, como no consiguió respuesta, le aconsejó que subiera al último piso en el ascensor.

Mientras subía, Molly se preguntó a qué estaba jugando. Estaba literalmente persiguiéndolo. Tal vez debería dejar que fuera el portero quien le entregara la cartera. ¿Acaso había estado buscando una excusa para volver a ver a Leandro? Estaba empezando a tener dudas cuando las puertas del ascensor se abrieron. Salió a un vestíbulo semicircular. Leandro estaba delante de la única puerta registrándose los bolsillos. Al oír el sonido del ascensor, se dio la vuelta. Por el gesto que se reflejó en su rostro, se quedó muy sorprendido al verla.

– ¿Es esto lo que estás buscando? -le preguntó Molly mientras le mostraba la cartera-. La encontré en el suelo de mi coche.

– Es exactamente lo que estaba buscando -replicó. Abrió la cartera y sacó una tarjeta con la que abrió la puerta directamente-. Gracias… No, no te marches -añadió, al ver que ella hacía ademán de volver a meterse en el ascensor-. Entra a tomarte una copa conmigo.

– No, no puedo. No he subido para eso.

– Debería haber sido la razón principal -dijo él observándola con intensidad-. ¿Por qué estamos los dos intentando que esto no ocurra?

Molly no tuvo que preguntarle a qué se refería porque ya lo sabía. Desde el momento en el que lo vio, sólo había podido pensar en él. Sólo pensar que existía la posibilidad de que jamás volviera a verlo a pesar de que no lo conocía le disgustaba profundamente. Se sentía atraída a él como el hierro al imán y le resultaba imposible hacer nada para contener esa atracción.

– ¡Porque es una locura! -exclamó Molly dando un paso atrás.

Leandro le agarró la muñeca con una mano y la hizo entrar en su apartamento.

– No quiero permanecer aquí fuera hablando -susurró-. Todos nuestros movimientos están siendo grabados por cámaras de seguridad -explicó.

Encendió las luces del apartamento para iluminar un enorme vestíbulo de suelos de mármol y una hermosa mesa de cristal con una escultura de bronce encima. Lo que veía a su alrededor parecía el interior de una revista de decoración y eso la ponía muy nerviosa.

– ¡Mira cómo vives! -exclamó ella señalando a su alrededor-. Eres banquero. Yo soy una camarera. Es como si fuéramos habitantes de planetas diferentes.

– Tal vez esa novedad sea parte de la atracción y, ¿por qué no? -dijo él, agarrándole también la otra muñeca-. No quiero que te marches…

Comenzó a frotarle suavemente la muñeca con las yemas de los dedos. Cuando ella lo miró, supo que había cometido un error fatal. Ya no podía pensar y mucho menos respirar. Aunque no quería marcharse, en su vida casi nunca corría riesgos de ninguna clase. Había aprendido que los costes de ser otra cosa que una mujer sensata y cauta eran demasiado altos y dolorosos.

– Me aterroriza sentirme así -confesó.

– Tú me haces sentirme más vivo de lo que me he sentido en años… Eso no es motivo de miedo, sino de celebración…

A Molly le turbó profundamente que él estuviera describiendo exactamente lo que ella también estaba sintiendo. De algún modo, hacía que su reacción para con él resultara más aceptable y esto la ayudaba a dejar de escuchar la voz de su conciencia. La energía sensual se había desatado por completo en ella y le recorría todo el cuerpo, tensándole los pezones y llenándole la entrepierna de un calor líquido en una tormenta de poderosas sensaciones físicas que la volvían completamente loca. Entonces, Leandro se inclinó sobre ella y la besó apasionadamente.

Molly contuvo el aliento. Tanta urgencia era precisamente lo que deseaba su cuerpo. Sintió que él le quitaba el abrigo. Era como si estuviera pegada al musculoso cuerpo de Leandro. Los senos se aplastaban contra el fuerte tórax y los labios se separaban para dar la bienvenida a los eróticos movimientos de la lengua de él en la boca.

Al notar cómo ella respondía, Leandro se echó a temblar. Le bajó las manos a las caderas y la levantó hacia él. Molly le rodeó el cuello con los brazos y le devolvió el beso con idéntico fervor.

– ¿No quieres una copa? -le preguntó él.

– No si significa que vas a dejar de besarme -le dijo Molly mientras le hundía los dedos en el negro cabello para abrazarse a él. Tenía la misma sensación de gozo que cuando creaba un nuevo diseño sobre su torno de ceramista, la misma gloriosa convicción de que lo que estaba haciendo era lo adecuado.

– No puedo parar -gruñó Leandro deslizándole los labios sobre el esbelto cuello en una serie de rápidos y excitantes besos que hicieron que ella gimiera de placer. Cuando le acarició el paladar con la lengua, Molly tembló violentamente-. Quédate conmigo esta noche…

Al principio, la sorpresa y la desolación se apoderaron de ella. Pudo librarse de la cárcel de la sensualidad el tiempo suficiente como para plantearse rechazar esa invitación. No eran adolescentes besándose en el portal de una casa. Tal vez ella podría ser mucho menos experimentada que muchas jovencitas, pero sabía que lo que ocurriera a continuación era básicamente decisión suya. Pensó en apartarse de él, desearle buenas noches y asumir que, probablemente, no lo volvería a ver. La piel se le heló con ese pensamiento. Lo abrazó con fuerza. Nunca antes se había sentido así con respecto a un hombre y no estaba segura de que le gustara.

– Pero yo sólo soy una camarera…

– No importa. No importa nada… Lo que importa es quién eres cuando estás conmigo.

Molly levantó la mirada y se quedó atrapada por una sonrisa que le aceleró el corazón e hizo girar su mundo como si se tratara de un terremoto. De repente, ser sensata y cuidadosa no tenía atracción alguna para ella. Leandro la hacía querer ser osada, la clase de mujer que inspiraba a los hombres actos de locura…

– Me quedaré…

El la abrazó con fuerza y, por el modo tan apasionado en el que la besó, no dejó ninguna duda de que estaba completamente de acuerdo con su decisión. Molly sintió la erección de Leandro contra su cuerpo y se echó a temblar. El efecto que tenía sobre él la intimidaba y la excitaba a la vez. Leandro era tan hombre en comparación con los muchachos a los que ella había estado acostumbrada. La llevó a una habitación que se encontraba iluminada solamente por la luz de la luna. Entonces, se sentó sobre la cama y la colocó a ella entre sus piernas abiertas.

– Ahora estás a mi nivel, por lo que será mucho más fácil besarte -susurró. Le soltó el cabello e hizo que la espesa melena de rizos negros le cayera sobre los hombros-. Tienes un cabello muy hermoso…

– Es demasiado abundante y, además, está demasiado rizado.

– A mí no me lo parece, querida -musitó él. Comenzó a acariciarle posesivamente el cuerpo. Con los pulgares, le rozó los protuberantes pezones, que se veían a través de la fina blusa de algodón-. Y también tienes un cuerpo muy hermoso…