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El intenso deseo que recorría a Molly estaba alcanzando niveles de impaciencia. Se inclinó hacia delante y rozó los labios de él con los suyos de una manera experimental mientras le iba quitando la corbata de seda. Entonces, le miró a los ojos, que eran tan oscuros como el ébano y tan insoldables como la noche.

– Espero que esto no sea un error -musitó ella, consciente de que estaba arriesgándose mucho con él al arrojar la cautela a los cuatro vientos.

Leandro se quitó la chaqueta y la besó apasionadamente, hasta dejarla prácticamente sin aliento.

– Nada que es tan bueno como esto podría ser un error -afirmó.

Molly se preguntó si él se sentiría del mismo modo por la mañana. También se preguntó cómo se sentiría ella, pero, mientras las hábiles manos de Leandro la acariciaran le resultaría imposible pensar en el futuro. El le desabrochó la cremallera de la falda y se la bajó. Tras quitársela, comenzó a desabrocharle con idéntica rapidez los botones de la blusa, para despojarla de ella con idéntica rapidez. La facilidad con la que la estaba desnudando sugería un nivel de sofisticación que la ponía nerviosa. Los pechos sobresalían de las copas del sujetador y él se los moldeó con un masculino gruñido de apreciación. Entonces, con los dedos, torturó los pezones y luego pasó a estimularlos con la boca y lengua.

Molly se estaba viendo envuelta por una serie de sensaciones tan ajenas a ella que tuvo que contener un gemido de placer. El poder de lo que estaba sintiendo era abrumador. Tenía la piel cubierta de sudor y el corazón le latía tan fuerte como una taladradora. Además, sentía dolor entre las piernas. Se sentía completamente desesperada por poder tocarlo, pero él no le daba la oportunidad. Entonces, la tumbó en la cama y se levantó inmediatamente para terminar de desnudarse…

Capítulo 3

Con la boca seca, Molly observó cómo Leandro se desnudaba. Había realizado bocetos de modelos masculinos desnudos en la universidad, por lo que la anatomía masculina no era un completo misterio para ella. Sin embargo, jamás había visto un cuerpo de hombre que pudiera aspirar a la belleza del de Leandro. Su constitución física era perfecta, desde el fuerte torso, el liso y duro vientre hasta los largos y poderosos muslos.

También tenía una gran erección. Al verla, los ojos de Molly se abrieron un poco más y el rostro se le cubrió de un intenso rubor, dado que aquella parte del cuerpo de Leandro era mucho más grande de lo que había esperado. Ese descubrimiento le provocó una ligera incertidumbre por su virginidad. Por primera vez, deseó ser más experimentada.

Leandro volvió a reunirse en la cama con ella. Molly le colocó las manos sobre los potentes pectorales y acarició los rizos negros que le cubrían el pecho y que se transformaban en una intrigante línea sobre su vientre.

– Demuéstrame que me deseas -le dijo Leandro.

Envalentonada por aquella petición, Molly comenzó a tocarlo con mayor intimidad. Tocó y acarició la firme longitud del sexo, fascinada por su masculinidad y animada por los gemidos de placer que él emitía.

Sin embargo, Leandro no trató mucho en hacerle desistir de sus esfuerzos y volver a tomarla entre los brazos.

– No puedo soportar mucho de eso, querida -confesó.

Entonces, tomó con los labios un suculento pezón, tan atractivo como el terciopelo de color rosa y dividió su atención entre éste y su gemelo. Mientras tanto, los dedos se ocupaban de la húmeda y caliente feminidad de ella.

En los primeros instantes de esa erótica exploración, Molly pensó que no iba a poder soportarlo, pero, inmediatamente, su cuerpo se prendió como si fuera un incendio fuera de control. Oleadas de lascivo deseo la envolvían por todas partes. Muy pronto, él encontró el centro más sensible y se lo estimuló, con devastadores efectos. Ella se quedó sin aliento, presa de aquel sensual tormento de sensaciones. No podía hablar por la excitación que sentía en aquellos momentos. El cuerpo se le retorcía como si fuera una marioneta en manos de un tiránico maestro. Tenía una tensión atormentadora e insoportable en la entrepierna de la que ansiaba poder liberarse.

– No puedo esperar más -confesó Leandro.

Se tumbó encima de ella y le inmovilizó las manos contra la cama mientras se deslizaba entre sus muslos. La miró fijamente y decidió que jamás había deseado nada o a nadie tanto como la deseaba a ella en aquellos momentos. Jamás había conocido tal intensidad sexual. Con el cabello negro extendido sobre la almohada y aquellos ojos verdes brillándole de placer, unido todo al voluptuoso cuerpo y a los labios henchidos por los besos, le pareció que era irresistible.

Molly gritó cuando él la penetró con un único movimiento. Era demasiado potente como para encontrar resistencia, por lo que se abrió paso en el interior de Molly.

– ¡Te he hecho daño! -exclamó él tras detenerse en seco.

– No, no importa -protestó ella. Se sentía avergonzada y el dolor ya estaba remitiendo porque su cuerpo ya se había ido acostumbrado lentamente al de él. Era maravilloso tenerlo dentro y la pasión volvió a prenderse dentro de ella-. No pares…

Leandro se quedó atónito al comprender lo que el comportamiento de Molly le estaba diciendo en combinación con su cuerpo. Frunció el ceño.

– ¡Dios mío! ¿Eres virgen?

– Lo era… -replicó Molly, avergonzada.

– Deberías haberme advertido…

– Me pareció que era un tema demasiado íntimo.

Leandro la miró con incredulidad y, entonces, soltó una carcajada.

– Me haces reír -dijo él. Entonces, le dio un beso sobre la frente y se movió dentro de ella para recordarle su presencia.

Poco a poco, la pasión y el deseo volvieron a prenderse dentro de ella, haciendo que el cuerpo se adaptara rápidamente al dominio al que él la sometía. Se hundió dentro de ella y volvió a retirarse para repetir una y otra vez el tortuoso círculo hasta que Molly comenzó a temblar. Estaba a punto de volverse loca por el urgente deseo que él había desatado en ella. No importaba nada más que la satisfacción que estaba alcanzando y la delirante excitación del ritmo que él imponía. Unos febriles temblores le recorrieron todo el cuerpo. Cuando por fin alcanzó el orgasmo, fue como si el mundo entero se hubiera detenido y la hubiera hecho saltar por los aires. Oleadas de un placer exquisito la envolvieron, llevándola a un éxtasis de puro abandono. Presa de la misma satisfacción, él se echó a temblar y la penetró una última vez, más profundamente. Molly levantó las caderas para recibirlo por completo.

A continuación, ella se quedó en un estado de maravilloso sopor por lo que acababa de aprender sobre la sorprendente capacidad de experimentar placer de su propio cuerpo. Quería permanecer despierta, porque jamás se había sentido tan cercana a otro ser humano y le encantaba aquella sensación de intimidad. Sin embargo, nunca se había sentido tan cansada en toda su vida. Leandro la besó y musitó algo en español.

– No hablo tu idioma.

– Estoy demasiado cansado para hablar en inglés.

– Entonces, no digas nada y duérmete -Molly lo abrazó y se acurrucó contra él.

Leandro la colocó de costado y, a la luz de la luna, vio algo que le llamó la atención en la base de la espina dorsal. ¿Era una cicatriz? Extendió una mano y vio que se trataba de un tatuaje. Eran unos labios muy rojos. Tras apartar la sábana, vio otro en el tobillo. En esa ocasión, era una pequeña hilera de estrellas. Sonrió. Volvió a taparla con la sábana y la acurrucó contra su cuerpo. Molly era completamente diferente de cualquier otra mujer que hubiera conocido. Decididamente, no tenía madera de duquesa, pero era la perfecta candidata para ser su amante.

¿Por qué no? En la cama, era pura delicia y lo deseaba tanto como él a ella. A Leandro le gustaba mucho el sexo, pero habían pasado muchos años desde la última vez que había podido dar rienda suelta a su libido. La idea de poder tener unos momentos relajantes con una mujer cálida y dispuesta como Molly al final de un largo día en el banco resultaba muy atrayente. Le gustaba que ella lo tratara como si fuera una persona corriente. Era fresca y novedosa y él estaba dispuesto a liberarse de la red de deberes y responsabilidades que lo tenían atrapado. Sólo por una vez, decidió que iba a hacer exactamente lo que quería sin pensar en las consecuencias.