Molly se despertó y vio que estaba en una cama desconocida de una habitación igualmente ajena a ella. Aún estaba oscuro, pero la luz rosada del amanecer ya se iba abriendo paso en el horizonte. Al ver la refinada y cara decoración de la habitación, recordó lo que había ocurrido la noche anterior y se quedó rígida. Se había acostado con un hombre del que ni sabía pronunciar ni mucho menos escribir correctamente su nombre. Cuando trató de levantarse, una mano la agarró con fuerza y la obligó a volver a tumbarse.
– No pienses siquiera en marcharte, querida -susurró él-. Sólo son las siete.
– Me está dando mucha vergüenza de todo esto -musitó ella-. Ni siquiera tengo un cepillo dientes.
Leandro tuvo que contenerse para no soltar la carcajada ante aquel comentario.
– Yo tengo uno de sobra. Pediré el desayuno. Me gustaría hablar de algo contigo.
Lo único que Molly quería era tener una varita mágica que, con sólo agitarla una vez, pudiera transportarla de nuevo a su dormitorio. Vio que su ropa estaba desperdigada por el suelo. «Soy una zorra», pensó, sin poder evitarlo.
Leandro estaba hablando por teléfono en español a toda velocidad. Parecía alguien acostumbrado a dar órdenes. Sin embargo, ¿qué sabía ella sobre él? ¿Que era guapo? ¿Caballeroso? ¿Fantástico en la cama? ¿Que no le gustaba el frío? ¿Que era viudo? Bueno, ese último detalle sí que revelaba algo sobre su carácter. Había estado preparado para comprometerse con alguien y se había casado a una edad razonablemente temprana, lo que no era muy usual.
– Utilizaré el cuarto de baño de al lado -dijo él.
A ese listado de atributos, Molly añadió uno más: el tacto. Sin volver la cabeza, ella esperó hasta que oyó que la puerta se cerraba antes de salir de la cama. Entonces, recogió su ropa y se metió en el cuarto de baño que había dentro del dormitorio.
Tenía el cabello como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Lanzó un grito de horror y empezó a buscar por los cajones del armario el cepillo de dientes que él le había prometido. La ducha funcionaba con un programador digital, por lo que ella no pudo averiguar cómo se utilizaba y tuvo que conformarse con lavarse en el lavabo lo mejor que pudo. Mientras se vestía, se dio cuenta de lo mucho que le dolía el cuerpo.
Recordaba vagamente que, durante la noche, se había vuelto a despertar y había vuelto a hacer el amor con Leandro. Ella había empezado, pero él había desplegado inmediata, pero lentamente, sus artes de seducción tan hábilmente que Molly tuvo que gritar su nombre. Mientras trataba de arreglarse el cabello, se arrepintió profundamente de tanta audacia.
Salió del cuarto de baño cuando ya no le quedó más excusa. Sólo sabía una cosa. Si hubiera tenido la oportunidad de dar marcha atrás, habría elegido a pesar de todo quedarse con él y experimentar todo lo ocurrido la noche anterior.
Desde el comedor se disfrutaba de una espléndida vista del Támesis. Allí, había un camarero con un carrito sobre el que llevaba una amplia selección de alimentos. Molly se quedó atónita. Miró a Leandro, que estaba junto a la ventana. Iba vestido con un traje de raya diplomática hecho a medida para él. Estaba muy guapo, aunque su apariencia resultaba fría y distante. Molly experimentó una extraña sensación en el estómago, como si presintiera una amenaza. No sabía cómo comportarse ni qué decirle.
Con un gesto de la cabeza, Leandro le indicó al camarero que se marchara. Molly se sonrojó y trató por todos los medios de evitar mirarlo a él al rostro. Se secó las manos contra la falda. Resultaba evidente que a él le resultaba muy fácil darle órdenes a la gente. Nunca antes había sido tan consciente de pertenecer a la clase baja como lo fue entonces, ataviada con sus ropas de camarera mientras él ordenaba a otra persona de esa misma profesión que se marchara con un simple movimiento de cabeza.
Como tenía mucha hambre, se sirvió cereales y comprobó que el apartamento era mucho más lujoso de lo que había creído en un primer momento. Se sintió más fuera de lugar que nunca.
– Anoche… -dijo Leandro, buscando las palabras adecuadas para poder transmitirle a Molly su oferta-… fue fantástico.
– Hmm…
Molly tuvo que limitarse a asentir. Tenía la boca demasiado llena para poder hablar. Además, tampoco habría sabido qué responder a ese comentario. Vestido y a plena luz del día, Leandro resultaba muy intimidante. Casi no se podía creer que hubiera pasado la noche entre sus brazos.
– De hecho, fue tan increíble que quiero que sigas a mi lado, querida.
Molly estuvo a punto de atragantarse con los cereales.
– ¿Que siga a tu lado?
– Llevo una vida muy ajetreada en la que raramente tengo tiempo para divertirme, lo que me parece razón más que buena para querer que formes parte de mi vida. Me gusta tu actitud alegre y necesito relajarme más. Los dos tenemos algo que el otro necesita. Sería un intercambio que nos beneficiaría a los dos. Tú disfrutarías de seguridad económica para llevar a cabo tu ambición de ser ceramista y yo estaría encantado de poder ayudarte.
– ¿Qué diablos estás tratando de decirme?
– Que estaría dispuesto a comprarte un lugar adecuado para que pudieras vivir y proporcionarte el dinero suficiente para que éste no fuera nunca más motivo de preocupación para ti. No tendrías que volver a trabajar como camarera. Yo cubriría todos tus gastos. Sería para mí un placer hacerlo.
Molly lo miró fijamente. El corazón le latía con tanta fuerza que parecía que lo tenía atrapado en la garganta.
– ¿Y por qué te ofreces a comprarme un lugar donde vivir? ¿Por qué quieres pagar mis facturas? ¿Exactamente qué clase de relación me estás ofreciendo?
– Quiero que seas mi amante y que permanezcas en mi vida como tal. Entre las bambalinas de mi vida en vez de en el escenario, si prefieres expresarlo así. Sin embargo, serías muy importante para mí.
Mientras él le explicaba su objetivo, Molly fue palideciendo poco a poco para luego, de repente, ruborizarse completamente. La ira se apoderó de ella. Los ojos se le llenaron de fiera incredulidad. Dio un golpe sobre la mesa con los puños cerrados y se levantó inmediatamente.
– ¡Eres una rata arrogante y condescendiente! -le espetó-. ¿Tu amante? ¿Qué se supone que fue la noche anterior? ¿La entrevista de prueba para el puesto? ¡Ni siquiera tienes derecho a sugerirme una cosa así!
– No es necesario que insultes para responderme -le censuró Leandro con gran frialdad-. En mi mundo, este tipo de relaciones entre hombres y mujeres con habituales y están aceptadas por todos.
– ¡En el mío no!
Sabía que, si él se lo hubiera pedido, no habría dudado ni por un instante en volver a verlo. Sin embargo, Leandro había preferido poner un caro precio a su relación. Ese hecho le había dolido como si le hubiera clavado un cuchillo.
– Es imposible que seas tan ingenua…
Leandro jamás había estado con una mujer que no quisiera beneficiarse de algún modo por estar con él. Incluso cuando era un adolescente había sido el objetivo de elaboradas estratagemas femeninas diseñadas para atraer su interés y así poder atraparlo. La riqueza era un atractivo muy poderoso. Había aprendido desde muy joven que se le ofrecía el sexo con la esperanza de que el hecho de compartir su cama fuera acompañado de una cierta generosidad económica. Era cierto que había mujeres que no querían su dinero, sino que buscaban un reconocimiento social que conseguirían al casarse con él y poder utilizar su apellido y linaje para acceder al estrato más exclusivo y privilegiado de la sociedad española.