– Escúchame. Yo no necesito a nadie más que a mí misma para poder hacer que mis sueños se hagan realidad. ¡Ciertamente, no necesito que ningún hombre me mantenga ni lo necesitaré jamás! Me las arreglo muy bien sola…
– Eres capaz de ser algo más que una simple camarera…
– ¡Y también mucho más que ser simplemente tu amante! Por muy bajo que caiga en la vida, puedes estar seguro de que jamás estaré lo suficientemente desesperada como para tragarme mi orgullo y venderme a ti.
– Si le quitamos el discurso melodramático, ¿significa eso que me estás diciendo que no?
– Así es. Y ahora, creo que es hora de que me vaya de aquí -replicó ella. Tenía la voz entrecortada y los ojos llenos de lágrimas-¿Cómo has podido humillarme con una oferta tan despreciable como ésa? ¡No tengo ningún interés en ser el oscuro secretillo de tu vida!
– No sería así entre nosotros. Sólo quiero tenerte cerca…
– ¡Y de qué manera! Yo jamás sería tu igual. Te enorgulleces mucho de creerte superior a los demás, ¿verdad? Sin embargo, yo no soy ningún juguete que tú puedas comprar para entretenerte en tu tiempo libre. ¿Cómo has podido atreverte a pensar que podría aceptar algo así?
Afrontado por aquel ataque verbal, Leandro se puso de pie y la miró con los ojos llenos de ironía.
– Anoche parecías estar muy contenta conmigo. ¿Acaso te traté como a un juguete?
Las mejillas de Molly comenzaron a arder como el fuego.
– Lo de anoche ocurrió anoche. No sabía entonces qué era lo que estabas pensando. Me gustabas hasta que empezaste con esta conversación.
– ¿De verdad? Yo habría dicho que tú me deseabas del mismo modo que yo te deseaba a ti. Aún sigo deseándote. ¿Puedes cambiar tan fácilmente?
Tensa como la cuerda de un arco, Molly se volvió para mirarlo. Sabía que no le resultaría fácil olvidar una pasión que había resultado ser tan adictiva.
– Sí -mintió ella-. Claro que puedo. ¡Y también soy una persona a la que no le resulta fácil perdonar!
Molly se dirigió hacia el vestíbulo donde había visto su abrigo sobre una silla. Acababa de agarrarlo cuando él se lo quitó de las manos y lo extendió cortésmente para que ella se lo pusiera.
– Puedes ser realmente ofensivo en tus comentarios, pero tus modales son exquisitos -le espetó Molly mientras metía los brazos en las mangas y se daba la vuelta para mirarlo. Leandro aprovechó aquel momento para meterle una tarjeta en el bolsillo de la blusa blanca que ella llevaba puesta.
– Se trata de mi número de teléfono privado. Para cuando te des cuenta de lo que estás dejando pasar.
– Te aseguro que ese momento no llegará nunca. Estoy escapando de un hombre sacado de la Prehistoria porque sigue pensando que está bien tratar a las mujeres como objetos sexuales.
Leandro le agarró el rostro con una mano y le dio un profundo y sensual beso en los labios, que encendió el fuego dentro de ella y la hizo echarse a temblar.
– Te aseguro que vendrás corriendo a buscarme. No podrás conseguir lo que quieres tú sola, gatita. No te dejaré marchar tan fácilmente. Te lo prometo.
Leandro no tenía su número de teléfono ni sabía dónde vivía, por lo que no le preocupaba que pudiera ir a buscarla. Se dirigió hacia el ascensor sintiéndose ligeramente a la deriva. No obstante se negó a seguir pensando en lo ocurrido y centró su pensamiento en asuntos mucho más prácticos cuando descubrió que su coche tenía una multa de aparcamiento. Esa clase de multas eran muy elevadas y ella, como siempre, no tenía dinero. Con un profundo sentimiento de frustración, se marchó en su coche.
Leandro llamó a su equipo de seguridad para que la siguieran. No iba a dejarla escapar tan fácilmente. Cuanto más se resistía ella, más la deseaba. Era única. No iba detrás de su dinero ni de su prestigio social, pero lo deseaba profundamente. Sólo como hombre. De eso no le cabía la menor duda. Sonrió. La recordó en la cama la noche anterior. Lo había despertado con mucho cuidado. Con suave boca había comenzado a besarlo en el hombro y en el pecho para ir bajando poco a poco a lugares más sensibles. Leandro recordaba el modo en el que se había reído cuando se equivocó y la gloria del placer que ella le había proporcionado cuando él le enseñó cómo hacerlo bien. No iba a dejar que ella se marchara de su vida así como así. Molly era su descubrimiento, su creación.
Sólo cuando ella se hubo marchado y él se dirigía a su limusina para ir al banco se dio cuenta de que la noche anterior había cometido un desliz imperdonable. No había utilizado preservativo con ella y, teniendo en cuenta su falta de experiencia, resultaba poco probable que Molly estuviera utilizando algún tipo de anticonceptivo. Lanzó una maldición en español. No obstante, teniendo en cuenta que había sido incapaz de concebir un hijo durante los cinco años de su matrimonio, era bastante improbable que pudiera haber algún riesgo de que hubiera dejado a Molly embarazada…
Capítulo 4
Mientras trataba de escuchar el largo discurso de uno de los directivos más antiguos del banco, Leandro se dejó llevar por una ensoñación erótica.
A medida que el discurso se iba alargando, Leandro iba añadiendo detalles y más detalles a la fantasía. Se imaginaba a Molly completamente desnuda bajo el cálido sol de España. Sus turgentes y blancos senos coronados por rosados y erectos pezones que brillaban por el champán que él estaba derramando y lamiendo. Estaba recordando el brillo del cabello negro y rizado de ella sobre el vientre de él y la aterciopelada gloria de su boca…
– ¿Señor Carrera?
Leandro apartó inmediatamente aquellas seductoras imágenes que había elaborado una imaginación que él no sabía que poseía. Aunque su cuerpo estaba caliente e incómodo por la necesidad sexual, se olvidó completamente de todo en un abrir y cerrar de ojos y se centró en los negocios.
– ¿Quiere que le dé mi opinión? ¿En un par de palabras? Póngase duro. No acepte ningún tipo de excusas por mala gestión. Despida al equipo de dirección. Han tenido su oportunidad y la han echado a perder. Déle esa oportunidad a empleados más ambiciosos -le aconsejó Leandro sin dudarlo ni un segundo.
Con eso, dio por terminada la reunión con la eficacia que lo había convertido en una leyenda en círculos financieros.
Seguido de cerca por su pequeño ejército de asistentes y con la cabeza muy alta, Leandro salió al pasillo. Estaba ardiendo por las ensoñaciones eróticas que se habían atrevido a nublar su concentración en momentos inapropiados de su día laboral. El sexo jamás había sido tan bueno. Nunca. Ni tan salvaje ni tan apasionado. Posiblemente podía ocurrir también que hubiera esperado demasiado para liberar las necesidades naturales de su cuerpo y la energía acumulada durante un año de celibato seguía atormentándolo para que la liberara.
Por ello, decidió utilizar uno de los muchos números de teléfono que le habían dado desde la muerte de Aloise. Salió a cenar con una hermosa divorciada rubia que se había mostrado muy dispuesta siempre que la había visto. Desgraciadamente, descubrió que su libido no se manifestaba adecuadamente frente a los atractivos de la rubia. Seguía deseando a Molly y le parecía que no le serviría ninguna otra mujer.
Decidió no preocuparse por ello. Había tenido a muchas mujeres en el pasado antes de casarse. Lo de sentar la cabeza había terminado para siempre. La vida era muy corta. El sexo era sólo sexo y él era un hombre joven y saludable. No había nada de malo en la búsqueda del placer. Además, tenía la excusa perfecta para buscar de nuevo a Molly: debía comprobar que no había habido consecuencias de la noche que habían pasado juntos.
Molly lanzó un gruñido de frustración cuando sacó sus creaciones del horno eléctrico. Se habían pegado varias piezas a la bandeja porque se había excedido con el esmalte. Al intentar retirarlas, las piezas se rompieron. Más roturas innecesarias. En los últimos días, había cometido una buena serie de caros errores mientras trabajaba.