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—Tienes razón, Tom. Pero todavía estoy intentando resolver esto, así que será mejor que no me distraigas con observaciones ingeniosas.

Casi había estado a punto de decir «observaciones no demasiado ingeniosas».

Tom se encogió de hombros y se acomodó en su asiento. Había oído «no demasiado ingeniosas», de todas formas.

—Muy bien. Las manzanas se caen por la fuerza de la gravedad. ¿No se había descubierto eso ya?

—¿Y por que fluyen las corrientes?

—Electromagnetismo. ¿Me vas a dar un premio? —Su voz se había cargado de animosidad.

—¿Por qué el tiempo corre más rápido?

Él abrió la boca para responder, la cerró y se puso a pensar.

—Por algún tipo de fuerza —dijo lentamente, casi para sí.

«¡Te pillé!», pensó ella. Para aquello no había réplicas graciosas.

—Exactamente. Las aceleraciones requieren fuerzas. El tío Isaac así lo dijo. Míralo de esta forma. No nos movemos «adelante» en el tiempo; «caemos hacia abajo» atraídos por una especie de gravedad temporal. Yo la llamo cronidad.

«¿Atraídos por qué? —se preguntó ella—. ¿Por algo situado al final del tiempo? ¡Qué aristotélico! Jackson tendría una vaca. O algo al principio. Dios. ¡Ja! No, mejor que sea el Big Bang. No tiene sentido pulsar los botones peligrosos de la silla.»

—O tal vez nos empujan —continuó—. Todavía no he decidido si es un signo más o un signo menos.

—Bien —musitó Tom—. Tempus fugit, después de todo.

Cierto, había prometido no hacer ninguna observación ingeniosa. No había roto esa promesa.

Ella suspiró. Era difícil seguir enfadada con Tom. ¡Era tan condenadamente alegre cuando su propio trabajo iba bien!

—Sé que mis ecuaciones están bien —dijo en voz alta—. Necesito saber si son un hecho.

Más gente tendría que hacer esa distinción. Una cosa es tener un pájaro en una ecuación; otra es tener un pájaro en la mano. Un hecho es un logro, factum est. En alemán, deed-matter. Tom, que había estado leyendo últimamente más latín y alemán medieval que inglés, supo inmediatamente lo que Sharon quería decir.

Pero era más fácil hacer hipótesis sobre fuerzas ocultas que acechaban tras las paredes del mundo que encontrarlas. Después de todo, ella no podía derribar esas paredes, ¿no?

¿No?

Nunca subestimes a una mujer decidida. En sus manos, los universos son endebles.

—El CERN puede concederme un poco de tiempo dentro de unos cuatro meses —le dijo a Tom una semana más tarde mientras irrumpía por la puerta sintiéndose satisfecha consigo misma—. Lo que significa que me darán gallinas si yo pongo los huevos.

Tom asintió, calculando que era el momento adecuado. Estaba sentado a su mesa, leyendo una copia de los archivos señoriales de Oberhochwald que yo le había enviado desde Friburgo. Le faltaban muchas páginas y el documento acababa varios años antes del momento crucial; pero ¿quién sabía dónde podía haber enterrado oro?

—Sería sólo algo preliminar, por supuesto —continuó Sharon—. CERN no puede retroceder tanto en el tiempo.

Él podría haber asentido también a eso; pero era algo que exigía más.

—¿Cómo dices?

—Los aceleradores realmente grandes recrean condiciones como si estuvieran en los primeros segundos después del Big Bang. Podemos pegar la nariz en el globo y ver un mundo donde los segundos eran más largos y los kilómetros más cortos.

—¿Y todo esto es valioso porque…?

—Cronidad. Necesito detectarla, verificarla. Y no puedo mientras esté atascada en el presente con todas las fuerzas petrificadas. Verás, una quinta fuerza trastoca el paradigma. Las fuerzas se clasificaron en dos ejes: fuerte contra débil y largo alcance contra corto alcance. El esquema era tan claro que todo el mundo supuso que sólo podía haber cuatro fuerzas.

—Eh, suena igual que los cuatro elementos aristotélicos de los que me habló Judy. Los dos ejes eran caliente contra frío y mojado contra seco. Caliente y seco te dan fuego…

Sólo había dos personas en el apartamento. ¿Cómo había conseguido colarse Judy?

—Esto no es la Edad Media —replicó ella—. ¡No somos prisioneros de la superstición!

—¿Eh? —dijo Tom, preguntándose a qué venía esa observación. Sharon dejó el maletín sobre la mesa y lo abrió. Se puso a mirar su contenido.

Al cabo de un momento, Tom dijo:

—¿Entonces, ejem, qué fuerza es fuerte y de largo alcance?

Sharon cogió su cuaderno y le dio la vuelta, ausente.

—El electromagnetismo —dijo—. Y la fuerza débil de largo alcance es la gravedad.

—Tal vez yo esté ganando peso, pero la gravedad no me parece tan débil.

—Sí, pero necesitas todo un planeta para sentirla, ¿no?

Tom se echó a reír.

—Ahí me has pillado.

—Y las fuerzas de corto alcance son las fuerzas nucleares fuertes y débiles.

—Espera —dijo Tom—, déjame adivinar cuál es la fuerte.

Sharon dejó caer el cuaderno en la mesa. No dijo nada, pero fue como si lo gritara.

—Muy bien, vale. ¿Cómo encaja la cronidad? —le preguntó Tom.

—Redefiniendo los alcances. El largo alcance y el alcance corto sólo se aplican a las tres dimensiones espaciales familiares. Otras fuerzas podrían propagarse a lo largo de dimensiones ocultas. Verás, las fuerzas son deformaciones espaciales. Einstein demostró que la gravedad era una deformación causada por la existencia de materia. Quiero decir… La Tierra gira alrededor del Sol, ¿no?

Tom había estado tan inmerso en investigación medieval que la pregunta le pareció extrañamente contraria a los hechos. La Tierra estaba en el centro y el Sol giraba en el cuarto cielo. La falta de un paralaje perceptible de las estrellas fijas había refutado el heliocentrismo siglos antes. Pero sabía que tenía que evitar las réplicas ingeniosas. De haberlo sabido más a menudo, se hubiese evitado tensión en la vida.

—Muy bien…

—Entonces, ¿cómo sabe la Tierra que el Sol está ahí? No hay acción a distancia, ¿no? Respuesta: la Tierra no sabe nada del Sol. Tan sólo sigue el rumbo de la resistencia menor y rueda por el borde del embudo. Así que si la gravedad es una curvatura del espacio-tiempo, ¿qué es el electromagnetismo?

Tom no era tonto. Sabía cuándo le estaban dando la respuesta mascada. Miró la lámpara de su mesa, tratando de imaginar que era en realidad una especie de curvatura espacial.

—Para hacer que funcionara, Kaluza y Klein tuvieron que añadir varias dimensiones suplementarias al universo. Entonces descubrimos las fuerzas nucleares y tratamos de crear modelos de curvatura para ellas. Cuando el humo se despejó por fin, nos encontramos con once dimensiones en las manos.

Tom se quedó boquiabierto.

Merde! ¿Quieres decir que los físicos siguen añadiendo dimensiones imaginarias sólo para que su metáfora de la curvatura espacial sea consistente? Me recuerda a los astrónomos ptolomeicos añadiendo nuevos deferentes y epiciclos.

—Esas dimensiones no son más imaginarias que los «campos de fuerza» de Newton. Y no tienen nada de arbitrarias. Ciertas relaciones de simetría…

Tom alzó las manos, mostrando las palmas.

—Vale, vale. Me rindo.

No lo había hecho y ella lo sabía.

—¡No me des la razón como a los locos! Esto es física. Esto es real. ¡Y es mucho más importante que saber por qué una remota aldea alemana fue abandonada cuando resulta obvio que murió todo el mundo!

Decir eso fue un error; más que un error. Lo que les sucede a los seres humanos puede ser más importante que lo que les sucede a las teorías físicas. Pero fue además un error de carácter personal. Sharon había creado una curvatura en su propio espacio personal y la fuerza que representaba repelía.