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Tom se puso en pie.

—Tengo que ir la biblioteca. Tengo una reunión con Judy.

—¿Más Eifelheim? —preguntó ella, sin volverse.

Pero no era una pregunta tan sencilla como las dos palabras que la formaban. El inglés es un idioma tonal… si tienes oído para los tonos.

Tempus fugit —dijo él después de un momento, respondiendo a la pregunta que ella no había hecho—. Quae fuerant vitia mores sunt.

Sharon no respondió. Tom recogió sus archivos en papel y los guardó en la mochila que usaba para su portátil. Judy parecía una chica guapa, dada la actual preferencia por las mujeres demacradas. ¿Le parecía atractiva a Tom? ¿Por qué había insistido tanto con Hernando?

—Te quiero, ya lo sabes.

Tom se echó la mochila al hombro.

—Ojalá me lo dijeras de vez en cuando.

—Es un hecho establecido, como la gravedad. No hace falta recordarlo continuamente.

Él la miró con seriedad.

—Sí que hace falta. Cuando estás cerca de un precipicio.

Ella miró a un lado, quizás esperando que allí hubiera un precipicio. Tom esperó y, tras un momento, como ella no dijo nada más, se dirigió hacia la puerta. Miró atrás antes de cerrarla y vio que Sharon no se había movido.

Tenía que decírselo a alguien, así que llamó a Hernando.

—Si tuviera que hacer una conjetura —dijo el ingeniero nucleónico cuando ella lo llamó—, diría que tienes un modelo de curvatura para tu fuerza temporal.

Si añado una duodécima dimensión. Pero eso echa por tierra los modelos aceptados para las otras cuatro.

—Hasta ahora.

—Cierto. Me vino de sopetón. Verás, explicaba el «zoo» subatómico la teoría de quarks de 1990. Resultó que todas esas partículas subatómicas pertenecían a tres familias de tres partículas. Bien, he organizado mis doce dimensiones del mismo modo, como tres conjuntos de tres: espacio, tiempo y algo a lo que no he puesto nombre todavía.

—Eso sólo son nueve —señaló él. No recalcó que probablemente entendía mejor el zoo subatómico que ella.

—Más tres «metadimensiones» que enlazan los tres tríos a nivel superior.

Ella garabateó mientras hablaba. Un triángulo con un triángulo más pequeño en cada vértice. En realidad, era sólo un icono.

—Lo llamo poliverso. Nuestro universo es el subconjunto que podemos ver. Una curvatura en el poliverso puede intersectar el universo de diversas formas, dependiendo de su orientación. Como los ciegos y el elefante, creemos estar viendo fuerzas distintas, pero sólo son «secciones cruzadas» de una misma curvatura.

—Mm. No podemos ver esas «dimensiones ocultas», ¿no?

—No. Las dimensiones suplementarias forman el interior de un globo. El monobloque original era ligeramente asimétrico. Cuando se expandió con el Big Bang, algunas de sus dimensiones se enrollaron. Todavía están allí: en los quarks, en ti, en mí, en todo.

—Tal vez —dijo Hernando—, pero la explicación más sencilla para que no las veamos es que no están.

Sharon trató de arreglar las cosas con Tom durante la cena. Esperó a que regresara de la biblioteca (¿planeaba acaso leer todos los libros que había en ella?) y anunció que lo invitaba a goulash y palatschinken en el café Belváros. Tom, que ya había comido un bocadillo de carne y queso en El Palomar, sabía que había ocasiones en que unas cuantas calorías de más son una bicoca, y accedió con toda la alegría de la que pudo hacer acopio.

—¡Jo! —dijo, metiéndose en ambiente—. Paprikás csirkét kérek galuskával és uborkával. És palacsinta!

Ella incluso le dejó parlotear sobre gente que llevaba siglos muerta en ciudades fantasma.

El punto culminante fue que había habido un hospicio llamado San Lorenzo en algún lugar de 1a Selva Negra a finales del siglo XIV dedicado a las víctimas de la peste y dirigido por la pequeña orden de frailes de «San Johann de Oberhochwald». Sharon no veía qué tenía eso que ver con lo demás. Él iba a enseñarle el emblema de la orden, pero el patente desinterés de Sharon lo detuvo. Así que en lugar de eso le preguntó por su propio trabajo.

Eso era lo que ella estaba esperando.

—¿Que no encaja en la secuencia quince, catorce, dos?

—Mm… ¿La diferencia entre catorce y dos es demasiado grande?

—Eso es. Al principio había sólo una superfuerza, porque las dimensiones extra no se habían enrollado todavía. A medida que los niveles de energía bajaron, el poliverso se abarquilló y las fuerzas individuales, ah, se separaron de la sopa. La gravedad se separó a la escala de Plank, 1019 masas de protón; la fuerza nuclear fuerte a la escala de unificación, o 1014 masas de protón; la fuerza débil a la escala de Weinberg-Salam, 90 masas de protón, que viene a ser 102.

Por una vez en su vida, Tom pudo adelantarse a ella.

—Y crees que tu cronidad se separó en algún punto intermedio.

Ella sonrió.

—Mi deducción es que unas 104 de masas de protón. Lo llamo la escala de energía Nagy porque soy enormemente modesta. El CERN no puede llegar a tanto; pero tal vez el nuevo acelerador L4 lo haga. Ya en los años ochenta pudieron alcanzar la escala Weinberg-Salam. Mezclaron la fuerza débil con el electromagnetismo y crearon la fuerza electrodébil.

—Espera, me acuerdo. Ése es el avance que hizo posible el escudo antinuclear, ¿verdad?

—Más o menos. La fuerza débil gobierna la desintegración atómica. Una vez que pudimos unirla al electromagnetismo, el campo de supresión de fisión fue sólo una cuestión de tiempo. ¡Mierda!

Tom parpadeó. Tal vez por el destello de reflexión.

—¿Qué?

—Sabemos cómo manipular el electromagnetismo. Si podemos unir la cronidad con la fuerza electrodébil… Con eso debería poderse manipular la fuerza tiempo.

—¿Viajes en el tiempo?

—No, no. Pero el tiempo es tridimensional. La escala de energía Nagy nos mete dentro del globo y podríamos… Bueno, ir a cualquier parte. La velocidad de la luz sigue siendo el límite superior; pero si vamos lo bastante lejos en la dirección adecuada, los kilómetros se vuelven muy cortos y los segundos muy largos, ¡y podemos elegir la puñetera velocidad de la luz que queramos!

Bueno, tomar un atajo por el interior del globo sería un bonito truco topológico, como un dónut saltando a través de su propio agujero; pero ¿quién sabía? Con las energías adecuadas, concentradas en las direcciones adecuadas…

Él volvió a parpadear.

—¿Viaje interestelar instantáneo?

Ella cabeceó.

—Algo tan parecido que casi sería lo mismo. Tom, no necesitaríamos naves espaciales, para nada. Podríamos conducir nuestros coches a las estrellas. ¡Con trajes protectores, probablemente, podríamos caminar! Un solo paso podría cubrir distancias interestelares.

—¡Botas de siete leguas! Parece que has descubierto el hiperespacio.

—No. El hipoespacio. La topología se conserva. Las ocho dimensiones ocultas están dentro del universo, ¿recuerdas? Para viajar a otros mundos, tendríamos que viajar hacia dentro.

Se echó a reír, pero esta vez Tom permaneció extrañamente callado.

—¿Tom?

Él se estremeció.

—Nada. He tenido una extrañísima sensación de dèjá vu, eso es todo. Como si hubiera oído todo esto antes.