Y eso significaba…
Tom gruñó y dejó el papel impreso sobre la mesa.
Judy Cao posó una mano en su brazo.
—¿Qué ocurre, doctor Schwoerin?
Tom señaló la hoja.
—Tengo que volver a repasar todos esos archivos. —Se pasó una mano por el pelo—. Oh, bueno. Povtorenia… ma't uchenia. —Acercó la caja.
Judy Cao sacó un clasificador de la caja y, con la mirada gacha, le dio vueltas una y otra vez.
—Podría ayudar —sugirió.
—Oh… —Él negó con la cabeza, distraído—. No puedo pedirle que haga eso.
—No, en serio. —Ella alzó la cabeza—. Me ofrezco voluntaria. Siempre hay una pausa en el servidor después de las ocho de la noche. Las peticiones de California disminuyen y las que llegan a primera hora desde Varsovia o Viena no lo hacen hasta más tarde. No entiendo de matemáticas, pero sí de investigación y documentación… Tendré que comprobar esas cajas en tiempo real, naturalmente, pero también puedo investigar en la red.
—Puedo preparar un motor de búsqueda —dijo Tom.
—No se ofenda, doctor Schwoerin, pero nadie puede navegar por la red como una bibliotecaria experta. Hay tanta información ahí fuera, tan mal organizada… y tan falsa, que saber cómo encontrar algo es una ciencia en sí mismo.
Tom gruñó.
—A mí me lo va a decir. Investigo y encuentro cientos de respuestas, la mayoría Klimbim, y que me aspen si sé cómo se han colado en la lista.
—La mayoría de los sitios no valen el papel en el que no están escritos —dijo Judy—. La mitad de ellos han sido creados por bromistas o entusiastas aficionados. Hay que acotar la búsqueda. Puedo programar un gusano que detecte no sólo las citas referentes a Oberhochwald, sino también las citas de cualquier palabra clave asociada con el lugar. Como…
—¿Como Johannes Sterne? ¿O como Trinidad de Trinidades?
—O lo que sea. El gusano puede distinguir el contexto (eso es lo difícil) e ignorar todo lo que no sea relevante.
—Muy bien —dijo Tom—. Me ha convencido. Le pagaré con el dinero de mi beca. No será mucho, pero le valdrá un título: asistente de investigación. Y su nombre aparecerá en el estudio detrás del mío. —Se enderezó en la silla—. Le daré un código de acceso especial para CLIODEINOS, para que pueda entrar en mis archivos cada vez que encuentre algo. Mientras… ¿Qué ocurre?
Judy se apartó de la mesa.
—Nada. —Desvió brevemente la mirada—. Estaba pensando que podríamos reunirnos aquí periódicamente. Para coordinar nuestras actividades.
Tom agitó una mano.
—Podemos hacerlo más fácilmente a través de Internet. Lo único que hace falta es un teléfono inteligente y un módem.
—Tengo un teléfono inteligente —le dijo ella, tirando de la cuerda que cerraba el clasificador que sostenía—. Mi teléfono es más listo que mucha gente.
Tom se echó a reír, sin pillar todavía el chiste.
Las dos cajas que ya había sobre la mesa eran un punto de partida tan bueno como cualquier otro, así que Tom se hizo con una y Judy con la otra y se pusieron a repasarlas, clasificador por clasificador. Tom leía los mismos artículos por segunda vez esa noche, así que se esforzó por concentrarse en las palabras. Buscando «Oberhochwald» sus ojos se dirigían a cualquier palabra que empezara por «O», o incluso por «Q» o por «C». Los manuscritos habían sido escritos por una descorazonadora variedad de manos; la mayoría estaban en latín, pero algunos en alemán medieval y unos cuantos en francés o italiano. Un puñado variopinto de documentos sin otra cosa en común que sus donantes.
Tres horas más tarde y dos horas después de que el turno de Judy hubiera terminado, con los ojos enrojecidos y el cerebro embotado, Tom salió a tomar aire con una hoja manuscrita en la mano.
Judy todavía estaba allí y había encontrado algo también.
Que Judy supiera leer latín sorprendió a Tom. Le parecía curioso que una asiática estuviera interesada en la cultura y la historia de Europa, aunque lo contrario no le hubiese extrañado lo más mínimo. Así que aunque Tom descubriera poco sobre Eifelheim esa noche, no podía decir que no hubiera aprendido nada. De hecho, se sentía un poco confundido por los intereses de Judy Cao.
—«Moriuntur amici mei…»
Mientras Judy leía, Tom escuchaba con los ojos cerrados. Era un recurso que usaba cada vez que quería concentrarse en lo que oía. Al desconectar un canal de información creía aumentar la capacidad de atención del otro. Sin embargo, nunca se cubría los oídos cuando quería ver algo con especial claridad.
Tom me contó una vez que los alemanes llevamos los verbos en el bolsillo, de modo que el significado «no se sabe hasta el final de la frase». El latín puede esparcir las palabras como caramelos en Fasching, confiando en que los sufijos mantengan la disciplina. Por fortuna, los medievales habían impuesto un orden a las palabras en latín (un motivo por el que los humanistas los detestaban), y Tom tenía facilidad para el idioma.
Mis amigos están muriendo a pesar de todo lo que hacemos. Comen, pero la comida no los nutre, así que el final se acerca. Rezo cada día para que no sucumban a la desesperación. Oberhochwald está muy lejos de sus hogares, pero miran a su Creador con esperanza y fe en los corazones.
Dos más han aceptado a Cristo en sus últimos días, lo que safistace a Hans no menos que a mí. Tampoco nos culpan a aquellos de nosotros que los aceptamos, sabiendo bien que nuestro tiempo también se acerca. Los rumores vuelan veloces como flechas, y de un modo igualmente dañino, y se dice que la peste que asaltó las tierras del sur el año pasado ahora ataca a los suizos. ¡Oh, que sea una enfermedad menor la que ha caído sobre nosotros! Que este amargo cáliz pase de largo.
Eso era todo. Sólo el fragmento de un diario. Anónimo. Sin techa.
—De entre 1348 y 1350 —aventuró Tom, pero Judy afinó más.
—De mediados a finales de 1349. La peste llegó a Suiza en mayo de 1349 y a Estrasburgo en julio, lo cual la sitúa en la linde de la Selva Negra.
Tom, mientras aceptaba que la historia narrativa tenía cosas buenas, le tendió una segunda hoja.
—He encontrado esto en la otra caja. Una petición de compensación por parte de un herrero de Friburgo a Herr Manfred von Hochwald. Se queja de que un lingote de cobre del pastor Dietrich de Oberhochwald como paga por extraer fino alambre de cobre ha sido robado.
—Fechado en 1349, la vigilia de la festividad de la Virgen. —Ella le devolvió la página.
Tom hizo una mueca.
—Como si eso aclarara algo… La mitad del año medieval estaba lleno de fiestas marianas. —Escribió otra nota en su agenda electrónica, se pellizcó el labio. Había algo en la carta que le molestaba, pero no acertaba a saber qué—. Bueno… —Recogió el material, lo guardó en el maletín y lo cerró—. La fecha exacta no importa. Estoy intentando descubrir por qué el lugar fue abandonado, no si su sacerdote timó a un artesano local. Pero, alles gefällt, he descubierto una cosa que ha hecho que todo este viaje merezca la pena.
Judy cerró una de las cajas y anotó los datos de la tapa. Le dirigió una breve mirada.