—Vosotros… ¿Hay animales entre vuestros antepasados?
Imaginó horribles cópulas con bestias. Mujeres yaciendo con perros. Hombres holgando con burros. ¿Qué podía nacer de semejantes uniones? Algo inenarrable. Algo monstruoso.
—En tiempos antiguos —repuso el krenk—. Entonces había criaturas como vuestras abejas en las divisiones de su trabajo. No tenían frases dentro de la cabeza que les dijeran sus deberes. En cambio, las frases estaban escritas en los átomos de su carne, y esos átomos se pasaban de señores y damas a sus retoños, y así, con el tiempo, a nosotros. Así cada uno de nosotros conoce su puesto en la gran red. «Así fue; así es.»
Dietrich tembló. Todos los seres, deseando su adecuado fin, se movían hacia él por naturaleza. Así una piedra, al ser tierra, se movía naturalmente hacia la tierra, y un hombre, al amar el bien, se movía naturalmente hacia Dios. Pero en los animales los apetitos se mueven por el poder estimativo, que rige despóticamente, mientras que los hombres actúan por el poder cognitivo, que rige políticamente. Así, la oveja considera al lobo su enemigo y corre sin pensar; pero un hombre defiende su terreno o huye según le dicte su razón. Sin embargo, si los krenken eran gobernados por instinctus, el apetito racional no podía existir en ellos, ya que un apetito superior necesariamente movía a uno inferior.
Lo que significaba que los krenken eran bestias.
Recuerdos de osos y lobos parlantes que arrastraban a los niños a su perdición fluctuaron en su memoria. Que el ser que acechaba en las vigas, sobre él, no fuera más que una bestia que hablaba aterrorizó tanto a Dietrich que huyó de Hans.
Y Hans huyó de él.
3. AHORA: Sharon
A veces Sharon pensaba que Tom y ella en realidad no tenían una vida en común, sino dos vidas separadas compartiendo un apartamento. Todo funcionaba por inercia. Nunca le había dicho esto a Tom, y Tom no era capaz de adivinar sus pensamientos a partir de pistas sutiles. Así que cualquier error de percepción, si era un error, no se mencionaba nunca. En cambio, ella preparaba pruebas medio conscientes para que él nos las superara. Tras su gran logro, quiso celebrarlo y le resultó difícil hacerlo sola. Así que preparó, como había hecho tan a menudo en el pasado, una cena íntima.
Sharon tenía poca práctica en las artes domésticas. Tom la había descrito una vez como parcialmente domesticada. No era una gran cocinera, pero tampoco Tom era un comensal exigente, así que las cosas solían funcionar. Sin embargo, ella estaba tan acostumbrada a tenerlo a sus pies que sus repetidas ausencias todavía no habían calado en ella. No se le había ocurrido avisarlo. Por tanto, él llegó tarde a una cena que no sabía que le estaba esperando.
Tom no entendía de sutilezas, pero aquello no tenía nada de sutil. La comida se había enfriado, peor todavía, había sido recalentada en el microondas. Así que, a pesar del recalentamiento, el ambiente era frío.
—Me alegra que hayas venido —dijo ella, colocando enfáticamente las fuentes de servir. A menudo había usado esa misma expresión en momentos más íntimos, pero Tom sabía que ése no era uno de ellos. El golpe de las bandejas lo había dejado claro.
Tom lo lamentaba. Lo lamentaba siempre. Sharon sospechaba que su pesar era una estrategia que había adoptado conscientemente, y esto aumentaba su irritación. Había cierta condescendencia en pedir continuamente disculpas.
—Los mismos viejos archivos en préstamo de Harvard —dijo él—. Originales. Teníamos que terminarlos hoy y devolverlos. Ya sabes lo fácil que es olvidar la hora cuando estás enfrascado en algo.
Ella sacó dos platos de ensalada del frigorífico y los puso en la mesa, aunque con más suavidad que las fuentes. En efecto, sabía lo fácil que era.
—«Teníamos» —dijo por fin.
—La bibliotecaria y yo. Te dije que me está ayudando con la investigación. —Sharon no contestó nada—. Además —añadió él—, fuiste tú quien me convenció para que buscara manuscritos originales.
—Lo sé. Pero no pensaba que iba a ser todos los días.
—Cada par de días. —Estaba exponiendo razones y hechos, sin conseguir nada. La cantidad de días no era el tema—. Dime, te hable de Eifelheim, ¿verdad? De que no podía encontrar ningún dato y eso.
—Con ésta habrán sido mil y una veces.
—Oh. Supongo. Me repito. Parece tan obvio, ahora. Oh, bien. Lúchshye pózdno chem nikogdá.
—¿Por qué no puedes decir «más vale tarde que nunca»?
Él pareció desconcertado y Sharon no insistió. En realidad, no se daba cuenta de cuándo lo hacía. Ella vaciló un momento después de sentarse. Pretendía que la cena fuera una celebración y estaba decidida a que así fuera.
—He resuelto la geometría del espacio Janatpour —dijo. Se había imaginado gritándolo a pleno pulmón, proclamándolo a los cuatro vientos. No había previsto un comentario agrio en medio de un silencio embarazoso.
Tom tal vez salvó la vida con lo que hizo a continuación. Alzó su copa de vino y brindó a su salud, exclamando:
—¡Sauwohl!
Su placer era tan sincero que Sharon recordó que, de hecho, llevaba muchos años enamorada de él. Hicieron entrechocar las copas y bebieron.
—Cuéntamelo —dijo Tom. Estaba apenado por la cena sorpresa. Odiaba tener que adivinar las respuestas a preguntas sin formular. Sin embargo, se sentía verdaderamente satisfecho por su éxito y su petición no era del todo para desviar la conversación de su propio retraso.
—Bueno, todo encajó de pronto. —Sharon empezó despacio, casi a regañadientes, pero fue entusiasmándose sobre la marcha—. El poliverso y el universo. El interior del globo. Y la velocidad de la luz. Por eso te estoy tan agradecida, aunque tu ayuda fuera involuntaria.
Tom iba dos o tres frases retrasado.
—Ah… ¿El «interior del globo»?
Ella no lo oyó.
—¿Sabes lo que se siente cuando dos fragmentos de información sin relación encajan? ¿Cuando de pronto un montón de cosas distintas tienen sentido? Es… Es…
—¿Beatífico?
—Sí. Beatífico. ¿Esa historia de la velocidad de la luz haciéndose más lenta? Bueno, lo comprobé y tenías razón.
Tom dejó el vaso sobre la mesa y la miró.
—No lo decía en serio. Sólo estaba soltando vapor, desahogándome.
—Lo sé; pero a veces el vapor realiza un trabajo. Gheury de Bray detectó una tendencia en 1931 y Sten von Frisen lo mencionó en los Procedimientos de la Royal Society en 1937. Unos cuantos años más tarde, un estadístico llamado Shewhart demostró que los resultados de las pruebas realizadas entre 1874 y 1932 eran estadísticamente incompatibles con una constante. Halliday y Resnick descubrieron que eso seguía siendo cierto en 1974.
—Daba por hecho que era por falta de precisión en las mediciones.
—Y yo también, al principio. ¡Mira la extensión de los datos de Michelson-Morley! Pero la precisión es aleatoria, no una tendencia secular. El uso de diferentes métodos…
Tom asintió vigorosamente.
—Una medición depende de las operaciones realizadas para realizarla. Por tanto métodos distintos dan resultados distintos. Es aún peor en etiología…
—Cierto —lo cortó ella antes de que pudiera cargarse la celebración—. En parte, es debido al descubrimiento de métodos más precisos por parte de los físicos. Galileo usó linternas cubiertas en dos torres situadas a 1.609 m de distancia y llegó a la conclusión de que la velocidad de la luz es infinita. Pero los relojes no eran lo suficientemente precisos entonces y su valor de referencia demasiado corto. Aplicando el fenómeno de 1a aberración estelar, el valor medio era de 299.882 kilómetros por segundo. Pero el valor medio usando espejos giratorios…