—¡Michelson y Morley!
—Entre otros. La velocidad de la luz usando espejos giratorios era de 299.874 kilómetros por segundo; usando geodímetros, de 299.793; usando láseres, de 299.792. Pero los cambios de método tuvieron lugar secuencialmente; así que ¿cuánto se debía al método y cuánto a lo que se medía?
—Ummm… —dijo Tom, que era todo lo que podía decir en ese momento.
—De 1923 a 1928, los cinco resultados publicados alternaron el método de aberración estelar y los espejos poligonales, con medías de 299.840 y 299.800 kilómetros por segundo respectivamente.
Tom estaba ya absorto. Siempre le encantaba la estadística pero a veces le fascinaba. Sus «ummm» se habían convertido en «ajas».
—Pero hay unas cuantas pistas —continuó Sharon—. Van Flandern, del Observatorio Naval, captó una desviación entre el periodo orbital de la Luna y los relojes atómicos, y dijo que los fenómenos atómicos estaban menguando. Pero le llamaron payaso y nadie se lo tomó en serio. Tal vez la Luna estuviese acelerando. Incluso concediendo eso, parece haber una serie de decrecimientos monotónicos cuya asíntota es la constante einsteniana.
Sonrió triunfal, aunque sólo había descubierto una curiosidad y no una explicación.
Tom había terminado de imitar a un pez.
—Umm. Corrígeme sí me equivoco, ¿pero no hay buenos motivos para que la velocidad de la luz se suponga constante? ¿Ese tal Einstein? Quiero decir, no sé mucho de eso, pero crecí creyendo en la madre patria, la tarta de manzana y la constancia de c.
—Cuestión de medida —explicó Sharon, agitando ante él un pepinillo empalado—. Duhem escribió que una ley que satisface a una generación de físicos puede ser insatisfactoria para la siguiente, según mejore la precisión. La curva cae dentro de la banda de mediciones de error, así que c es constante «por motivos prácticos». Demonios, para la mayoría de los motivos prácticos todavía podemos usar a Newton… Pero si volvemos al Big Clap y nos peleamos con lo plano, o el problema del horizonte… ya sabes —dijo, dando un súbito giro a la conversación—. Dirac casi descubrió lo mismo, pero enfocándolo en una dirección diferente.
—¿No sería en una diracción diferente?
Sharon era una criatura seria y la tendencia de Tom a hacer chistecitos espontáneos podía encenderla como el ámbar erizaba la piel de un gato.
—Seamos serios —dijo—. Dirac descubrió que la ratio entre la fuerza eléctrica y la fuerza gravitacional de un par electrón-protón es más o menos igual a la ratio entre la edad del universo y el tiempo que tarda la luz en atravesar un átomo.
Tom se echó a reír.
—Aceptaré tu palabra. —Volvió a llenar las dos copas de vino—. De acuerdo, pero la edad del universo no es una constante. Va aumentando…
—Al ritmo de un segundo por segundo. ¿Quién dice que viajar en el tiempo es imposible? El problema es la velocidad y la dirección.
Sharon tenía sentido del humor. Menos superficial que el de Tom. Los hermanos Marx eran menos superficiales que Tom. El vino le estaba sentando bien. Aunque Tom fuera torpe, tenía buenas intenciones y había demasiada gente que no las tenía y prefería enfadarse con ellos.
—Come un poco más de pescado —dijo ella—. Es bueno para el cerebro.
—Dos platos, entonces…
Hacía varias semanas que no se reían juntos, y la sensación de liberación era palpable. Los problemas podían ser obsesivos, pero aún peor, podían ser solitarios. Era bueno conectar de nuevo.
—Así que sólo hay un punto en el tiempo en que las ratios de Dirac podrían ser iguales —instó él.
Ella asintió.
—La explicación habitual es la coincidencia. Según el principio antrópico la edad del universo es la que es porque es lo que tarda el universo en crear la física capaz de calcularla. Pero piensa… Si el espacio y el tiempo pueden retorcerse con el único propósito de mantener una ratio constante (la velocidad de la luz), ¿por qué no puede el resto del universo ser igual de cooperativo?
—¿Y…? —la instó él a seguir. No era la más incisiva de las preguntas, pero las preguntas ya no tenían importancia. Sharon estaba lanzada. Nada como el vino para lubricar las palabras de modo que corrieran más rápido.
—Dirac igualó sus dos ratios y las resolvió con G, la constante gravitacional; pero su teoría de la gravedad que se evapora lentamente fue refutada por los experimentos.
—Así que… tú has resuelto su ecuación con c —dedujo Tom.
Ella asintió.
—Y c es una función de la raíz cúbica inversa del tiempo, que…
—Que produce una mengua en la velocidad de la luz —terminó él—. Pero la asíntota es cero, no la constante de Einstein, n'est-ce pas?
Sharon agitó una mano.
—Aún no he resuelto eso todavía, pero el coeficiente implica las masas de resto del electrón y el protón.
—Y eso ¿qué significa?
—El coeficiente no es constante tampoco. La contracción de Lorentz-Fitzgerald. Si c disminuye, ¿qué le sucede a la masa?
—Ni idea.
—Vamos, eso se estudia en el instituto. A medida que la velocidad aumenta hacia c, la masa aumenta. Todo el mundo lo sabe. Ahora, cambia de esquema. ¿Cuál es la diferencia si c disminuye hacia la velocidad?
—Bueno, ninguna, supongo.
—Eso es, así que el universo se está volviendo más macizo.
Tom se palpó el estómago.
—Creía que lo que era cada vez más pesado era tu cocina.
Sharon le dirigió La Mirada, pero él sonrió hasta que finalmente ella tuvo que sonreír también.
—Vale, ataré cabos por ti. —Apartó la fuente y se inclinó hacia delante, apoyando los brazos sobre la mesa—. La velocidad es el espacio partido por el tiempo, ¿no? Física de instituto.
—Me lo enseñaron justo después de lo de Lorentz-Fitzgerald.
—No te hagas el listo.
—No puedo evitarlo.
—Bueno, el universo está expandiéndose.
Él estuvo a punto de palparse de nuevo el estómago, pero se detuvo a tiempo.
—El Big Bang. El universo empezó como una pelotita y explotó, ¿no? Y lleva expandiéndose desde entonces.
—¡No! ¡Es un error! Eso es ciencia de periódico. ¡Explotó! ¿En qué explotó, por el amor de Dios? Estás pensando en estrellas y galaxias lanzadas al espacio; pero la materia primigenia era espacio. Las galaxias se alejan unas de otras, no de un centro común. No vuelan más rápidas hacia el espacio: el espacio se expande entre ellas. El fluido cosmológico. ¿Lo entiendes? —Una parte de ella (la parte capaz de mirar más allá de sí misma) veía que tal vez había bebido demasiado vino. Estaba farfullando y deseaba parar, pero se sentía completamente feliz, joder, y no quería.
Tom sacudió la cabeza.
—Fluido cosmológico… —Tuvo una súbita visión aristotélica del universo como un sitio lleno en vez de espacio vacío.
Sharon insistió, ansiosa de que lo comprendiera porque quería compartir su alegría.
—Mira, imagina las galaxias como puntos pintados en el exterior de un globo…
Él dio un manotazo en la mesa, triunfal.
—¡Sabía que llegaríamos al globo tarde o temprano!
—Imagínate que eres un bichito plano en alguna parte del globo. Eso debería ser fácil, ¿no? Ahora, infla el globo. ¿Qué les pasa a todos los puntos?
Tom miró la lámpara que colgaba sobre la mesa del comedor y se pellizcó el labio.