Incluso Joachim tuvo que expresar su decepción.
—Si me hubieran preguntado quién en esta aldea se sentaría ante el Señor —dijo una tarde mientras zurcía un roto en su hábito—, habría dicho que la mujer de las hierbas. Lorenz me dijo que era muda cuando llegó con vos.
Dietrich, que estaba fregando el sucio, se detuvo a recordar.
—Y siguió siéndolo durante dos años más. —Dirigió una mirada al crucifijo de la pared, donde Jesús también se retorcía atormentado. «¿Por qué, oh, Señor, la has afligido así? Job al menos era un hombre rico y por eso tal vez merecía sus aflicciones, pero Theresia era sólo una niña cuando se lo quitaste todo.»
—Su padre era un Herr de Alsacia —dijo—, y los del Armleder quemaron su mansión, mataron a su padre y sus hermanos y violaron a su madre.
Joachim se persignó.
—Que Dios los tenga en su gracia.
—Todo por el crimen de ser ricos —señaló Dietrich—. No sé si su padre era un señor cruel o si era amable, si tenía enormes cantidades de tierra o sólo una pobre parcela de caballero. Esas diferencias no significaban nada para ese ejército. La locura se había apoderado de ellos. Consideraban malo el tipo de persona, no a la persona en sí.
—¿Cómo logró escapar? ¡Decidme que la turba no la…! —Joachim se había puesto blanco y sus labios y sus dedos temblaban.
—Había un hombre entre ellos —recordó Dietrich— que había abierto los ojos y estaba desesperado por escapar de su compañía. Sin embargo, a pesar de eso era uno de los líderes y no podía escabullirse sin ser visto. Así que pidió a la niña como si fuera a acostarse con ella. El levantamiento se había desintegrado ya. Eran hombres muertos que caminaban, sin necesidad de ley, ¿pues qué mayor castigo podría haberles caído encima? Los otros pensaron que se había llevado a la niña a algún lugar privado. Al amanecer, estaba a muchas leguas de distancia. —Dietrich se frotó los brazos—. Fue a través de ese hombre malvado como la niña llegó hasta mí y yo la traje aquí, donde la locura no había llegado nunca y ella pudo conocer un poco de paz.
—Dios bendiga a ese hombre —dijo Joachim, persignándose.
Dietrich se volvió hacia él.
—¿Dios lo bendiga? —gritó—. Mató a hombres e instó a otros a matar. La bendición de Dios estaba muy lejos de él.
—No —insistió el monje tranquilamente—. Estuvo siempre junto a él. Sólo tenía que aceptarla.
Durante un momento, Dietrich no habló.
—Es difícil perdonar a ese hombre —dijo por fin—, no importa qué lo conmoviera al final.
—Difícil para los hombres, tal vez, pero no para Dios —replicó Joachim—. ¿Qué le sucedió después? ¿Lo capturó el duque de Alsacia?
Dietrich negó con la cabeza.
—Nadie ha oído su nombre en doce años.
El intervalo entre la Nochebuena y la Epifanía eran las vacaciones más largas del año. Los aldeanos tenían que surtir la mesa del banquete del señor, pero estaban exentos de cualquier servicio manual y por eso el espíritu festivo se apoderó de todos. Alzaron de nuevo un abeto en el prado y lo adornaron con banderas y ornamentos, y ni siquiera la choza más pobre dejó de colaborar con acebo, hojas de pino o mistel.
Pero la alegría no se extendió a los krenken. Una traducción demasiado literal de adviento a la lengua krenk les había hecho creer en la llegada real del tan anunciado «señor del cielo», de modo que su decepción fue profunda. Aunque le alegró que los forasteros anhelaran el Reino de los Cielos, Dietrich advirtió a Hans que no se tomara ingenuamente las cosas al pie de la letra.
—Hace mil trescientos años que Cristo ascendió —explicó Dietrich después de la misa por san Sebastián, mientras Hans le ayudaba a limpiar los cálices sagrados—. También sus discípulos pensaron que pronto regresaría, pero se equivocaban.
—Tal vez se confundieron porque les prensaba el tiempo —sugirió Hans.
—¿Qué? ¿Puede el tiempo prensarse como si fuera un racimo de uvas? —Dietrich estaba a la vez sobresaltado y divertido, y chasqueó los labios con una risa parecida a la de los krenken mientras guardaba el cáliz en su mueble y echaba la llave—. Si el tiempo puede ser «prensado», entonces es un ser sobre el que se puede actuar, y un ser consta de sujeto y aspecto. Una cosa que es movible altera su aspecto, pues está aquí, y luego está allí; es esto, luego es eso. —Dietrich agitó la mano de un lado a otro—. Hay cuatro movimientos: cambio de sustancia, como cuando un leño se convierte en ceniza; cambio de cualidad, como cuando una manzana madura de verde a roja; cambio de cantidad, como cuando un cuerpo crece o disminuye, y cambio de lugar, que llamamos «movimiento local». Obviamente, para que el tiempo pueda ser «prensado» (aquí largo, allá corto) debe haber un movimiento del tiempo. Pero el tiempo es la medida del movimiento en cosas mutables y no puede medirse a sí mismo.
Hans no estuvo de acuerdo.
—Los espíritus viajan tan rápido como el movimiento de la luz cuando no hay aire. A esas velocidades, el tiempo pasa más rápidamente, y lo que es un parpadeo para el espíritu-Cristo es para vosotros muchos años. Así que vuestros mil cien años pueden parecerle a él sólo unos cuantos días. Llamamos a eso prensar el tiempo.
Dietrich sopesó la explicación un momento.
—Admito dos tipos de duración: tempus para el reino sublunar y aeternia para los cielos. Pero la eternidad no es tiempo, ni el tiempo es una porción de la eternidad, pues no puede haber tiempo sin cambio, que requiere un principio y un fin, y la eternidad no tiene ni lo uno ni lo otro. Es más, el movimiento es un atributo de las cosas mutables, mientras que la luz es un atributo del fuego. Pero un atributo no puede informar a otro, pues entonces el segundo atributo debe ser una entidad y no podemos multiplicar entidades sin necesidad. Así, la luz no puede tener movimiento.
Hans unió sus antebrazos.
—Pero la luz es una entidad. Es una onda, como las que se agitan en el estanque.
Dietrich se rió de la sabiduría del krenk.
—Una onda en el agua no es una entidad, sino un atributo del agua producido por la brisa, o por un pez, o por una piedra lanzada contra ella. ¿Cuál es el medio en donde la luz «ondula»?
—No hay ningún medio —dijo Hans—. Nuestros filósofos han demostrado que…
—¿Puede haber una onda sin agua? —rió de nuevo Dietrich.
—Muy bien —dijo Hans—. No es sólo como una onda, pero está compuesto de… cuerpos muy pequeños.
Dietrich suministró el término.
—Corpúsculos. Pero si la luz estuviera compuesta de corpúsculos (una proposición diferente a ser «una onda en ningún medio»), esos cuerpos se impresionarían a sí mismos con nuestro sentido del tacto.
Hans hizo un gesto como de arrojar algo.
—No se puede discutir con ese razonamiento. —Se frotó los antebrazos lentamente, pero como los roces quedaron ahogados por las píeles, no emitió ningún sonido—. Cuando el Heinzelmännchen declara «movimiento» o «espíritu», los términos krenken que yo oigo pueden diferir de los términos alemanes que tú dices. Para mí, la roca que cae está en «movimiento», pero no el leño que arde. Cuando yo digo que al apretar cierta tecla de la cabeza parlante libero espíritu de los fuegos de los barriles de almacenamiento y por eso animo la materia, sé lo que he dicho, pero no lo que tú has oído. ¿Has terminado tu limpieza? Bien. Vayamos junto al fuego de la rectoría. Aquí hace demasiado frío para mí.