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Se produjo una pelea cuando Anna Kohlmann capturó a Bertram Unterbaum. Oliver Becker, que se consideraba con derecho a ese destino, derribó a Bertram de un golpe y le hizo sangre en la nariz. Pero en vez de correr hacia el victorioso, como Oliver sin duda había imaginado, Anna corrió hacia el muchacho caído y le acunó la cabeza en el regazo, ganándose años en el Purgatorio por las cosas que llamó al hijo del panadero. Oliver se puso pálido y huyó de su lengua, algunos decían que con lágrimas en los ojos.

Más tarde, cuando Jakob y Bertha no pudieron encontrar a su hijo para que encendiera el horno, descubrieron que tanto él como sus exiguas pertenencias habían desaparecido, y Jakob maldijo al joven y lo llamó Bummer.

Dietrich temía que el muchacho fuera con historias de los krenken a Friburgo, pero Manfred se negó a perseguirlo.

—¿Con este frío, con estas ventiscas? No, fue un necio al marcharse y es probable que sea un necio muerto dentro de poco.

Ante esa negativa, Dietrich permaneció arrodillado en la iglesia durante tres noches seguidas, castigándose por haberse preocupado por su propia seguridad y no por el descarriado joven.

En tercias, en la conmemoración de Priscila de las Catacumbas, Kratzer llamó a Dietrich y Lorenz para que se reunieran en el salón de Manfred con Hans y un tercer krenk a quien Dietrich no conocía, y de cuyo cinto pendían muchas herramientas curiosas. Los krenken esparcieron sobre la mesa de banquetes pergaminos ricamente iluminados con intrincadas figuras; a pesar de su precisión, la ejecución era pobre, carente del color y el brillo del trabajo de los franceses y de la salvaje exuberancia de los irlandeses. Grecas en ángulos precisos y con frutos curiosamente geométricos: círculos y cuadrados y triángulos, algunos con escritura. Joachim, incluso con su mano tan poco diestra, hubiese podido ejecutar fácilmente una iluminación más hermosa.

—Este dibujo —explicó Hans— es un… ¿Cómo lo llamáis cuando algo arranca y vuelve al punto de inicio?

—Un circuito, como cuando Everard hace un circuito de las posesiones del Herr.

—Mucha gracia. Este circuito ayuda a mover nuestro engranaje en las direcciones que se curvan hacia dentro al otro mundo. O eso dice el «sirviente de la esencia».

Con esto indicó al tercer krenk, que se llamaba Gottfried.

—Sus aparatos más sabios se estropearon en el naufragio y no pueden ser reparados, pero este primitivo puede servir en cambio. La esencia sale de este punto, el movedor, y pasa por una serie de alambres de cobre y así anima nuestras máquinas. Esta esencia está contenida en… barriles de almacenamiento, pero esos barriles se vacían por la falta de poder generador. Esto puede restaurarlos.

Dietrich miró la iluminación.

—¿Este aparato acelerará vuestra marcha?

Hans no volvió la cabeza.

—Puede que no sirva —admitió—, pero hay que probarlo o seremos «salvados por el alquimista».

Dicho esto, Kratzer chasqueó bruscamente las mandíbulas y el sirviente de la esencia se envaró. Hans se inclinó sobre el «circuito». Dietrich había advertido que el suicidio del alquimista había afectado a sus extraños huéspedes. Se habían vuelto más sometidos, pero también discutían con más frecuencia entre sí.

—¿La esencia que pasa por el cobre es tierra, agua, aire o fuego? —se preguntó Dietrich en voz alta.

Hans no dijo nada, así que Kratzer contestó.

—Las llamamos las… «cuatro apariencias de un material». Fuego, supongo. Puede arder.

—Eso es porque los átomos de fuego son tetraédricos, con muchas puntas afiladas. Debe moverse muy rápido, pues ése es uno de los atributos del fuego.

Hans, que estaba «leyendo el circuito», alzó la cabeza del manuscrito iluminado y separó sus labios blandos en una sonrisa krenk.

—Sí, muy rápido, en efecto.

—El fuego tiende siempre a su posición natural, a moverse hacia arriba, hacia la cuarta esfera sublunar.

—Bueno, este tipo de fuego busca una posición inferior —dijo Hans—. O «potencia», creo que la llamáis.

—Entonces debe de ser también parte de agua, que se mueve hacia una esfera inferior…, aunque el fuego y el agua, siendo contrarios, no se mezclan. Así, vuestro fuego-agua debe entonces fluir a través de los canales del cobre como el agua fluye por los canales y mueve el molino de Klaus y lo hace pasar de potencia a acto. ¿Estas frutas de vuestras grecas son máquinas? ¿Ja? Pero para mover una máquina hace falta una corriente fuerte. La altura de la presa es de gran importancia, puesto que cuanto mayor sea el salto, mayor será el trabajo realizado.

—El salto potencial de este circuito es muy grande — dijo Gottfried, el sirviente de la esencia—, al igual que la corriente. Hemos asegurado el resto del lingote que quedó con el orfebre de Friburgo. No alcanzará para todas las reparaciones, pero será suficiente para construir este aparato.

—¿Qué? —dijo Dietrich—. ¡Eso iba a ser la paga del hombre!

Hans estiró el brazo.

—Nuestra necesidad es más grande. El «bicho» que viajó contigo nos dijo dónde estaba su taller. Volamos por la noche y lo recuperamos.

—¡Pero eso es robo!

—Es supervivencia. ¿No se distribuyen los bienes según la necesidad, como nos leíste del libro?

—Se distribuyen, no se toman. Hans, la arrogancia natural de tu pueblo os ha apartado del Camino. Veis una cosa y, si la queréis y tenéis el poder, la tomáis.

—Si nos quedamos aquí, moriremos. Puesto que la vida es el mayor bien, requiere el mayor esfuerzo; por eso, trabajar para nuestra huida no puede ser considerado inadecuado.

Dietrich se sobresaltó.

—La vida es sólo el mayor de los bienes corrompibles, pero no es el mayor bien de todos, que llamamos Dios. Desear lo que otro posee es amarte a ti mismo más que al prójimo, y eso es contrario a la charitas.

Pero Hans tan sólo extendió el brazo.

—Joachim te lo ha esbozado adecuadamente. —Se volvió hacia el herrero—. Lorenz, ¿puedes hilar cobre lo bastante fino?

—El cobre requiere un fuego más fino que el hierro —dijo Lorenz—, y luego es sólo cuestión de darle el calibre adecuado. —Sonrió al inexpresivo krenk—. No te preocupes. Empezaré a trabajar en cuanto ascienda Venus.

—Venus… —Hans torció el brazo en un gesto que indicaba incertidumbre.

—El planeta es favorable para trabajar el cobre —respondió el herrero para evidente asombro de los krenken—. Ya que el cobre vino de Chipre —aclaró.

Manfred permitió la empresa a regañadientes, no porque esperara poco éxito, sino porque temía demasiado.

—Si este aparato suyo se repara —le confesó a Dietrich más tarde—, los krenken se escabullirán, pues dudo que Grosswald entienda lo que implica un juramento de lealtad. Cuando le convenga, lo olvidará sin dudarlo.

—Muy poco se parecen en esto a la humanidad —dijo Dietrich.

Y así Lorenz hiló el cobre del lingote y Gottfried lo dispuso en un tablero que imitaba la pauta del dibujo del «circuito». Cuando su varita mágica tocó un carrete de metal gris oscuro, el metal fluyó y goteó sobre alambre y pinza por igual, resolidificándose al instante y uniendo el uno a la otra. Los trabajadores del metal usaban ese «metal-plomo», pero necesitaban fuego para hacerlo fluir, y Dietrich no vio ni rastro de fuego. La varita, cuando Gottfried le permitió tocarla, ni siquiera estaba caliente.

El trabajo requería mano de joyero y, cuando no se hacía a la perfección, Gottfried reprendía a sus aprendices o se ponía a discutir con Hans. Incluso entre los krenken, Gottfried destacaba por su cólera.