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Manfred, que estaba de pie junto a la silla para ofrecer apoyo al muchacho, advirtió la llegada de Dietrich y, por señas, le indicó que la conversación debería esperar. Dietrich caminó sin descanso de un lado a otro de la tienda, acuciado por su misión.

A un lado había una mesa manchada donde solía trabajar el cirujano y, junto a ella, una cesta de esponjas secas. Curioso, Dietrich se agachó para coger una, pero el cirujano lo detuvo.

—¡No, no, padre! Muy peligrosas, ésas. —Su mezcla de francés e italiano indicaba que era saboyano—. Están empapadas con una infusión de opio, corteza de mandrágora y raíz de beleño, y el veneno puede pasarse a los dedos. Luego… —Hizo el gesto de lamerse un dedo como para pasar la página de un manuscrito—. ¿Veis? ¿Muy malo?

Dietrich se apartó de las esponjas, tan súbitamente malignas.

—¿Para qué las usáis?

—Cuando dolor es tan grande que no puedo cortar sin peligro, humedezco esponja para liberar sus humos y la coloco bajo la nariz del hombre… así, hasta que se duerme. Pero… —Cerró un puño, con el pulgar y el índice un poco extendidos, y lo agitó—. Demasiado fumo, no despierta, ¿no? Pero para mayoría de las heridas muy graves, mejor que muera en paz que en tormento, ¿no?

—¿Puedo ver vuestro libro? —Dietrich indicó el libro que el cirujano tenía en las manos.

—Se llama Los cuatro maestros. Describe las mejores prácticas de los antiguos, sarracenos y cristianos, Los maestros de Salerno lo compilan hace muchos años…, antes de que las famigliae sicilianas mataran a todos los angevinos. Este libro —añadió orgullosamente— es copia directa de copia del maestro, pero yo lo aumento.

—Bien hecho —dijo Dietrich, devolviéndoselo—. ¿Entonces enseñan cirugía en Salerno?

El saboyano se echó a reír.

—¡Cielo santo! Reparar heridas es un arte, no una schola. Bueno, en Bolonia hay una escuela fundada por Henri de Lucca. Pero la cirugía es para manos ágiles. —Agitó los dedos—. No para mentes ágiles.

—Ja, «cirujano» en griego significa «labor manual».

—Oh, veo que sois un erudito.

—He leído a Galeno —dijo Dietrich—, pero fue hace muchos…

El saboyano escupió en el suelo.

—¡Galeno! En Bolonia, De Lucca abrió los cadáveres y vio que Galeno sabe mierda. ¡Galeno sólo cortaba cerdos y los hombres no son cerdos! Yo mismo era aprendiz cuando primera disección pública (oh, treinta años hace, creo). Mi maestro y yo hicimos los cortes mientras importante dottore describe lo que ve para los estudiantes. ¡Ja! No necesitamos ningún médico que nos diga lo que vemos con ojos nuestros. ¡Santo cielo! ¡Tenéis herida en la cabeza! ¿Puedo verla? Ah, es profunda, pero… ¿La limpiáis con el vino como ordenan De Lucca y Henri de Mondeville? ¿No? —Frotó el corte con un trapo humedecido en vino—. Vino pasado. Ahora, yo seco el corte y uno los bordes como hacen los lombardos. La natura hace un líquido viscoso para pegar los bordes sin aguja. Envolveré la herida con cáñamo, para sacar el calor…

El dentator ya había terminado su trabajo y el locuaz cirujano se acercó para atender la mejilla de Eugen. El Junker, sudoroso y agotado por el trabajo en su mandíbula y sus dientes, vio acercarse el cuchillo con algo parecido al alivio. Entendía de cuchillos. El gatillo se parecía demasiado a un instrumento de tortura.

—Lo soportará —dijo Manfred cuando Dietrich y él regresaron a la tienda del Herr—. El golpe iba dirigido a mí, así que es una cicatriz que puede llevar con honor. El propio duque vio la hazaña y accedió en el acto a que Eugen reciba su espaldarazo. Tu Hans también actuó de manera valiente, y se lo haré notar a Grosswald.

—Grosswald es el motivo de mi misión. —Dietrich explicó lo que había sucedido en la aldea—-. Una facción dice que Hans hizo lo adecuado, a pesar de la orden de su señor. «Para salvarnos del alquimista», es como lo expresan.

Manfred, sentado en su silla de campaña, cruzó las manos bajo la barbilla.

—Comprendo.

Llamó a su criado con un gesto y tomó una fruta de la bandeja que le ofrecía.

—¿Y la facción de Grosswald? —Indicó al criado que le ofreciera la bandeja a Dietrich, pero éste declinó el ofrecimiento.

—Dicen que Hans, por su desobediencia, trastocó el orden natural, y aborrecen esto por encima de ninguna otra cosa. Sospecho que hay también otras facciones. Shepherd está enfadada con Hans, pero usa su facción para derribar a Grosswald, a quien echa la culpa de la pérdida de sus peregrinos.

Manfred gruñó.

—Son tan retorcidos como los italianos. ¿Cómo estaban las cosas cuando te marchaste?

—Cuando comprendieron la Paz de Dios, muchos villanos huyeron a Santa Catalina o el Burg, para frustración de sus atacantes, que no se arriesgan a violar el santuario por no molestaros.

—Bien —dijo Manfred—. No puedo decir que me guste que alteren el orden natural, pero Hans me ha procurado un gran servicio hoy y, por mi honor, quisiera verlo recompensado, no castigado.

—¿Qué servicio fue ese, mein Herr? ¿Qué aplacaría a Grosswald?

—Grosswald es un hombre de humor variable. —Manfred se detuvo, luego sonrió torcidamente—. Tanto nos hemos acostumbrado a esas criaturas este invierno que pienso en él como un hombre. ¡Hans y sus krenken volaron hacia las almenas mientras toda la atención estaba en la brecha, mataron a los arqueros y asaltaron la fortaleza y aseguraron el tesoro!

Mein Herr —dijo Dietrich con súbita aprensión—. Mein Herr, ¿los vieron?

—Algunos en el campamento los vieron, creo…, aunque sólo de lejos, pues les advertí que permanecieran ocultos hasta donde se lo permitiera su honor. Los arqueros de las almenas, naturalmente, los vieron a las claras, igual que el torrero sobre la puerta. A él lo mataron antes de que pudiera echarnos aceite hirviendo, con lo que salvaron muchas vidas y evitaron muchas horribles heridas. Los hombres de Falkenstein pensaron que el demoníaco amo de su señor había venido por él por fin, así que su aparición sembró el pánico para nuestra ventaja. Habrá historias, pero eso no puede evitarse, y puede que piensen que los demonios eran de Falkenstein, no nuestros.

—Es poético —admitió Dietrich—. La leyenda que usó para asustar a los demás se revuelve como una serpiente para morderlo a él.

Manfred se echó a reír y bebió vino de una copa llena en parte con resina para dar un perfume suave a la bebida.

—El krenk que llevaba la pasta de truenos (se llamaba Gerd) actuó con gran valentía. Voló de noche hasta la base de la torre de la puerta y plantó allí la pasta. Por la mañana, la disparó en el momento en que Habsburgo disparaba sus pots-de-fer, para que pareciera que los disparos habían causado el daño. ¡El capitán del duque se quedó sorprendidísimo! Gerd usó el hablador-lejano para conseguirlo. Por Nuestra Señora, pareció como si le hablara a la pasta y ésta le obedeciera. Dietrich, juro por mi espada que la frontera entre arte sagaz y poderes demoníacos tiene el grosor de un pelo. Hans condujo a sus compañeros hasta la fortaleza en busca de la plata Habsburgo, matando o hiriendo a todos los que se le pusieron por delante hasta que las escaleras parecieron un río de sangre…, aunque la mayoría de los defensores huyeron nada más verlos.