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—¿Por qué es rojo ese punto? —preguntó.

Tom miró la pantalla con indulgencia.

—Mi derecho a la fama. No había ningún pueblo conocido en ese lugar. Pero los escritos antiguos están llenos de referencias a lugares que nunca hemos localizado. Así que envié al viejo Hotchkiss un e-mail diciéndole que desplazara su excavación. Eso lo sacó de quicio…, es un microhistoriador de la vieja escuela. Pero lo que realmente le fastidió fue encontrar por fin las ruinas, dos años más tarde, justo donde yo le había dicho que estarían.

Así que sus pautas tenían también un valor predictivo. Las pautas eran interesantes. Podían guiar, como la astrología, hacia la verdadera ciencia.

—Tiene que haber una causa —dijo ella.

Él asintió, satisfecho.

Ochen khoroshó.

—Muy bien, picaré. ¿Cuál es?

Él tocó la pantalla con una uña.

—Cada lugar proporciona cierto grado de refuerzo biopsicológico a sus habitantes. Tierras ricas, una veta de plata, un buen surtido de guano, lo que sea. Andere Länder, andere Sitten. La intensidad de ese refuerzo define una función potencial sobre el paisaje, y el gradiente de ese potencial es una fuerza que llamamos afinidad.

Sharon no hizo ningún comentario. Nunca había considerado las «fuerzas de la historia» de Tom como otra cosa que una metáfora. Ella era física, y los físicos tratan con fuerzas reales.

—Si la afinidad fuera la única fuerza —continuó Tom—, toda la población se centraría en un punto de máxima densidad. Pero la demografía en sí crea una segunda fuerza porque, caeteris paribus, la gente prefiere espacios abiertos y amplios a notar el codo de otro en la oreja. Así que existe la tendencia contraria, es decir, a que la población se esparza por el paisaje en una especie de muerte térmica cultural. La interacción entre estas dos fuerzas genera las ecuaciones diferenciales de un proceso de reacción-difusión. La población se acumula en los emplazamientos de equilibrio, que se distribuyen por tamaño según la ley de rangos de Zipf. Cada asentamiento genera un campo potencial cultural cuya fuerza es proporcional a su riqueza y población y que disminuye proporcionalmente al cuadrado de la distancia. Geográficamente, esos asentamientos y sus tierras adyacentes forman pautas hexagonales llamadas redes de Christaller. Ert, Nagy kisasszony?

Ertek jol, Schwoerin ur —respondió ella. Sharon no estaba convencida del todo, pero si se lo discutía se enzarzarían toda la noche en la conversación y nunca volvería al espacio Janatpour. Además, el modelo explicaba aquella notable consistencia de pautas de asentamiento. Frunció los labios. Si no tenía cuidado, se vería arrastrada a resolver el problema de Tom en vez del suyo—. ¿Entonces, dónde encaja ese Eifelheim tuyo?

Tom hizo un gesto de desestimación.

—No encaja. —Hizo aparecer otro mapa en la pantalla—. Aquí está la Selva Negra. ¿Notas algo raro?

Después de ver todos aquellos mapas, la celdilla vacía le saltó a la vista. Sharon tocó la pantalla pasando el dedo de aldea en aldea. Bärental, Oberreid, Hinterzarten, St. Wilhelm… Todos los caminos giraban alrededor del espacio en blanco, algunos se doblaban sobre sí mismos para evitarlo. Tom tenía razón. Tendría que haber habido una población allí.

—Eso es Eifelheim —anunció Tom amargamente.

—El pueblo que no estaba —murmuró ella—. Pero ¿cómo puede una población que no está tener nombre siquiera?

—Del mismo modo que el pueblo elamita tenía uno. Hay suficientes referencias en vanas fuentes para triangular su emplazamiento. Attendez. —Introdujo otra orden—. La misma región, en la Baja Edad Media, reconstruida a partir de fotos del LANDSAT. —Ladeó la cabeza—. C'est drôle, ma chérie. De cerca, no se ve nada; sin embargo, desde kilómetros de altura, los fantasmas de las aldeas desaparecidas destacan claramente. —Miró la pantalla y señaló—. Ahí está Eifelheim.

El puntito ocupaba la casilla anteriormente vacía.

—Entonces no lo entiendo. Has descubierto otra «ciudad perdida», como en Sumeria.

Pero Tom negó con la cabeza.

—No —dijo apenado, mirando la pantalla—. Los asentamientos se abandonan porque su afinidad decrece o porque la tecnología hace que las distancias no sean lo mismo. Las minas de plata se agotan o una autopista atraviesa la zona. No es éste el caso. La afinidad tendría que haber hecho que un «pueblo posterior» se fusionara al cabo de una generación en algún lugar de ese hexágono. Bagdad reemplazó a Seleucia, Babilonia y Acad en el mismo hexágono, en Mesopotamia.

—¿Te indican tus fotos satélite cuándo desapareció ese Eifelheim?

—Por eliminación, supongo que en la Alta Edad Media, probablemente durante la Peste Negra. La pauta de uso de las tierras cambia a partir de entonces.

—¿No se despoblaron muchos sitios entonces? He leído en alguna parte que murió un tercio de la población de Europa.

Ella creía haber explicado algo, haber visto algo que Tom había pasado por alto. Ningún campo del conocimiento es tan transparente como el de otro.

Tom ignoró su comentario triunfal.

—Sí —dijo sin hacerle caso—, y en Oriente Medio también. Ibn Jaldún escribió que… Bueno, hicieron falta doscientos años para que la densidad de población fuera de nuevo la de los tiempos medievales, pero todas las aldeas abandonadas fueron reocupadas o sustituidas por un nuevo asentamiento cercano. Você accredita agora? Allí vivió gente durante más de cuatrocientos años, y luego… no volvió a vivir nadie más.

Ella se estremeció. Por la forma en que Tom lo decía, no parecía natural.

—El lugar se convirtió en tabú —continuó él—. En 1702, el mariscal Villars se negó a pasar por allí con su ejército para reunirse con sus aliados bávaros.

Tom abrió una delgada carpeta y leyó un papel.

—Esto es lo que escribió al elector: «Cette vallée de Neustadt que vous me proposez. C'est le chemm qu'on apelle le Val d'Enfer. Que Votre Altesse me pardonne l'expression: je ne suis pas diable pour y passer.» Ésta fue la ruta que rechazó, a través del Höllenthaclass="underline" el valle del Infierno. Siguió con el dedo una ruta en el mapa de la pantalla, hacia el nordeste, desde Falkenstein hasta más allá de Eifelheim, al pie del Feldberg.

—Ni siquiera había un camino que atravesara esa selva hasta que los austríacos construyeron uno en 1770… para que María Antonieta pudiera viajar a Francia cómodamente, cosa que resultó ser una mala idea. Incluso después de construido el camino, era difícil viajar por allí. La retirada de Moreau por ese valle fue una hazaña tal que, cuando por fin salió de él, lo consideró casi una victoria. Y luego aquí… —Rebuscó de nuevo en la carpeta—. Tengo una copia de una carta de un viajero inglés llamado Hughes, que en 1900 escribe: «Continué hasta Himmelreich, para que la noche no me sorprendiera en el maligno territorio de Eifelheim.» Está siendo un poco sarcástico: el típico inglés eduardiano burlándose de los «pintorescos» cuentos populares alemanes. Pero, fíjate, no se quedó a pasar la noche. Y Anton Zaengle (ya recuerdas a Anton), me envió un recorte de periódico que… Toma, léelo tú misma. —Le tendió la carpeta—. Adelante. Es el primero.

Si algo se aprende en cosmología, es que el camino más corto no siempre es la línea recta. Dentro de la carpeta Sharon encontró un recorte del Freiburger Wochenbericht junto con su traducción al inglés.

CULTO A DRÁCULA ENCUENTRA NUEVA TUMBA

(Friburgo i/Br.) Aunque los oficiales lo consideran una pura superstición, algunos soldados norteamericanos de maniobras en la zona creen haber encontrado la tumba del conde Drácula, a cientos de kilómetros de Transilvania. Un portavoz de la Tercera División de Infantería Norteamericana reconoció que algo a caballo entre el culto y la moda acerca de una lápida medieval decorada con la talla de un rostro demoníaco se ha extendido entre los soldados.