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—¿Sabes qué contiene? —le preguntó al heraldo.

Pero el hombre negó saber nada y se marchó, aunque mirando con recelo cuanto le rodeaba. Joachim, que también estaba ayudando en la iglesia, dijo:

—Creo que los rumores han llegado a oídos del obispo. Ese hombre ha sido enviado para entregar un mensaje, pero también le han dicho que mantuviera los ojos abiertos.

Los krenken saltaron al suelo y volvieron a trabajar con las mortajas.

—¿Le damos algo para ver? —dijo Gottfried, el último en saltar, y se marchó, riendo.

Dietrich rompió el sello y abrió el paquete.

—¿Qué es? —preguntó Joachim.

Era una acusación de la corte episcopal, por haber bautizado demonios. Si de su contenido algo le sorprendía era que hubiese tardado tanto en llegar.

De repente Dietrich recordó que esa noche, y a esa hora del día, el Hijo del Hombre había sido traicionado por uno de los suyos. ¿Vendrían también por él esa noche? No, tenía un mes de gracia para responder.

Leyó el documento una segunda vez, pero las palabras no habían cambiado.

—Un mes de gracia —dijo Manfred cuando Dietrich acudió a su scriptorium con la noticia.

—Por ley —respondió Dietrich—. Y debo proporcionar una lista de mis enemigos, para que el magistrado investigador pueda decidir si los cargos han sido presentados con malicia. Tiene que haber al menos dos testigos para que un juez actúe. La nota no los nombra, cosa que no es extraña.

Manfred, sentado en su silla curul, cruzó los dedos bajo la barbilla.

—Bien. ¿Qué longitud tiene tu lista de enemigos?

Mein Herr, no creía tener ninguno.

Manfred señaló la acusación.

—Tienes al menos dos. Por la rueca de Catalina, eres ingenuo para ser cura. Puedo nombrarte una docena aquí en la aldea.

Dietrich pensó inevitablemente en aquellos que se habían opuesto al bautismo de Hans, en quienes temían a los krenken más allá de toda razón. El castigo para los falsos testigos era severo. Años antes, un hombre de Colonia que había acusado a su hijo de herejía, cansado de la desobediencia del muchacho, fue colocado en el cepo, donde murió. Dietrich se acercó a la ventana y aspiró el aire de la noche. La luz de las hogueras brillaba en las ventanas de las cabañas del valle. El bosque era un manto negro bajo el cielo titilante.

¿Cómo podía acusarla a ella y entregarla a semejante destino?

6. AHORA: Tom

Tom y Judy se reunieron en El Palomar para discutir los últimos hallazgos de ella con un par de bocadillos de carne con queso. En su búsqueda del pastor Dietrich, el gusano de Judy había encontrado una tonelada de Klimbim.

—¿Sabes cuántos alemanes medievales se llamaban Dietrich? Alzó los ojos al cielo, pero en el fondo sabía cuánto trabajo requería un solo eureka. El viaje de mil kilómetros empezaba en efecto con un paso; pero no terminaba allí.

—Siglo equivocado, reino equivocado. Sajonia, Württemberg, Franconia… Un Dietrich en Colonia, incluso un Dietrich en París. Ésos pude eliminarlos. Los difíciles no tenían ningún año concreto ni ningún lugar asociado. Ésos los tuve que leer uno a uno. ¿Y esto? —Agitó la hoja impresa en el aire—. Los idiotas no pusieron «Oberhochwald» en el índice. Si no, habría aparecido hace tiempo. —Mordió el bocadillo con rabia—. Capullos —murmuró.

Esto era el extracto de un libro. Durante los anos setenta, un emprendedor grupo de liberales había publicado un libro llamado La tolerancia a lo largo de la historia, que pretendía destacar actitudes en muchas épocas y lugares.

Además del discurso Tengo un sueño de Martin Luther King y El dogma, sangriento de Roger Williams, contenía una carta de un pastor Dietrich a su obispo.

A Su Ilustrísima Wilhelm Jarlsberg, archidiácono de Friburgo en Bisgrovia.

Suplico vuestros buenos oficios para presentar con mis humildes oraciones esta apología a Su Gracia, Berthold II, obispo de Estrasburgo.

He permanecido mansamente en silencio mientras mis detractores, esperando volver vuestro corazón contra mí, me han acusado ante el tribunal del Santo Oficio. La razón y la verdad prevalecerán, pensaba. Sin embargo, este último incidente referido a los flagelantes de Estrasburgo me hace preguntarme si la razón se toma en consideración todavía en la cristiandad.

Quienes me acusan os han dicho que en Oberhochwald hemos dado la bienvenida en nuestros hogares a demonios. Con vuestro permiso, respondo de este modo:

Asunto. Que el pastor Dietrich de Oberhochwald ha tratado con demonios y hechiceros y abusado del bendito sacramento del bautismo bajo vehemente sospecha de herejía.

Objeción 1. Parece que he tratado con demonios porque mis huéspedes han empleado varios aparatos desconocidos y practicado artes desconocidas para los cristianos.

Objeción 2. Parece que he tratado con demonios porque se dice que mis huéspedes vuelan por medios sobrenaturales. Y se dice que ese vuelo es como el de las brujas cuando se reúnen en el monte llamado Kandel.

Objeción 3. Parece que he tratado con demonios porque el aspecto de mis huéspedes es peculiar. Pero está escrito que Cristo murió para salvar a todos los hombres. Por tanto, no puede negarse el bautismo a los conversos dispuestos, pues sólo por fuerza o por quiebro de la voluntad se corrompe la gracia del sacramento. Es más, el Canon Episcopi dice claramente que la brujería, aunque es un delito civil, no es ninguna herejía. Por tanto la petición de quienes me acusan es impropia ante la ley y la teología.

Réplica a la objeción 1. Las cosas de este mundo son naturales o antinaturales. Pero una cosa se considera antinatural porque no sigue el curso habitual de la naturaleza, no porque invoque lo sobrenatural. Así, de una piedra lanzada hacia arriba se dice que su movimiento es antinatural, pues nunca exhibiría ese movimiento por propia naturaleza. Las cosas artificiales incluyen no sólo las que imponen restricciones a la naturaleza, sino también creaciones mecánicas como los relojes o las lentes. Por eso, cuando una curandera emplea alguna propiedad oculta de una planta se dice que practica la magia, porque la verdadera esencia no ha sido descubierta aún y sólo se conoce la eficacia. Pero «oculto» no significa desconocido para siempre, pues esas esencias, siendo reales, pueden descubrirse, y sería inútil para la naturaleza tener una propiedad potencialmente cognoscible que no pueda ser conocida, y a medida que sea conocida ampliamente entre los eruditos deja de ser oculta. Por ejemplo, ahora leemos la Palabra de Dios a través del medio de maravillosas lentes. Aunque no son más que aparatos mecánicos, mucha gente común aún recela de ellas. Mis huéspedes sólo emplean aparatos como los descritos por Roger Bacon, los cuales, aunque sus esencias permanecen ocultas, son generalmente considerados cosas de este mundo.

Réplica a la objeción 2. El Canon Episcopi declara que las brujas no vuelan a sus aquelarres excepto en sueños inducidos por la belladona y otras hierbas nocivas, y que creer lo contrario es pecado. Por tanto, quienes me acusan yerran cuando dicen que mis huéspedes vuelan por medios sobrenaturales. Volar, de ser posible, se debería a la voluntad de Dios o a las habilidades de inteligentes artesanos.

Réplica a la objeción 3. Los demonios son incapaces de soportar el contacto con el agua bendita. Sin embargo, el agua del bautismo no les causó ninguna incomodidad, en particular a aquel que tomó el nombre cristiano de Johannes. Por tanto, no es ningún demonio.