Maldición, aun así lo que Luis ha hecho es fantástico. Tiene cerebro además de valor. Piensa en todo. Intenta, mientras vais por el aire, ordenar en tu mente lo que te dijo, lo que viste, lo que supusiste.
Es difícil. Él mismo admitió estar confundido. En general se aferra a su fe en la Trinidad y en los santos guerreros. Triunfará, le dedicara a ellos sus victorias y será más importante que el Santo Emperador, o morirá en el intento e irá al Paraíso con todos los pecados perdonados porque todo lo que hizo fue en nombre de la cristiandad. La cristiandad católica.
El viaje en el tiempo es real. Existe algún tipo de policía del tiempo, y tío Steve trabaja para ella (oh, tío Steve, mientras reíamos, charlábamos, íbamos a excursiones familiares, veíamos la tele y jugábamos al ajedrez o al tenis, todo esto estaba tras tus ojos). Además hay bandidos o piratas corriendo por la historia, ¿y no es aterradora la idea? Luis escapó de ellos, cogió la máquina, me cogió a mí, para sus propios alocados Propósitos.
Cómo llegó hasta mí… Sacó la información básica del tío Steve. Temo imaginar cómo, aunque él dice que no le causó ningún daño permanente. Fue a las Galápagos, estableció un campamento antes de que las islas fuesen descubiertas. Realizó cautelosos viajes de reconocimiento al siglo XX, a 1987 para ser exactos. Sabía que yo estaría por allí y que era la única persona que podía esperar… usar.
El campamento está en el jardín botánico tras la Estación Darwin. Allí podía dejar con seguridad la máquina durante varias horas seguidas, especialmente muy de mañana o muy tarde, o de noche. Podía caminar hasta la ciudad o por la zona sin la armadura. Su ropa tenía un aspecto extraño, pero tuvo la precaución de acercarse sólo a habitantes locales de clase trabajadora, y éstos se han acostumbrado a los turistas locos. Convenció a algunos, pegó a otros, quizá sobornó a unos cuantos. Tengo la impresión de que robó dinero. Sin piedad. En todo caso, planteó preguntas inteligentes a intervalos bien espaciados. Descubrió cosas sobre esta era. Descubrió cosas sobre mí. Una vez que supo que me iba de permiso, y más o menos adónde, pudo flotar demasiado alto para que lo viésemos, vigilando por medio de la pantalla amplificadora que me mostró, esperar su oportunidad y atacar. Y aquí estábamos.
Hará esas cosas, llegado septiembre. Estamos en el fin de semana del Día de los Caídos. Quería que lo llevase a mi casa en un momento en que nadie pudiese molestarnos. Sobre todo yo (¿cómo es encontrarse con una misma?). Estoy con papá, mamá y Suzy en San Francisco. Mañana salimos para Yosemite. No volveremos hasta el lunes por la noche.
Él y yo en mi apartamento. Sé que las otras tres unidades están vacías, los estudiantes siempre se van por vacaciones.
Bien, me atrevo a esperar que siga «respetando mi honor». Hizo ese comentario desagradable sobre que me vestía como un hombre o una puta. Bien, me alegro de haber tenido la presencia de ánimo suficiente para indignarme y decirle que es ropa de dama respetable allí de donde vengo. Se disculpó, más o menos. Dijo que yo era una mujer blanca, a pesar de ser una hereje. Los sentimientos de las mujeres indias no contaban, claro.
¿Qué hará a continuación? ¿Qué quiere de mí? No lo sé. Probablemente él tampoco lo sabe todavía con seguridad. Si yo tuviese la misma oportunidad que él, ¿cómo la usaría? Es un poder casi divino. Es difícil ser razonable con esos controles entre los dedos.
—Gira a la derecha. Despacio.
Hemos volado sobre la avenida University, sobre Middlefield y más allá de la plaza; mi casa está por ahí. Sí.
—Para.
Nos detenemos. Miro tras su hombro hasta el edificio cuadrado, a tres metros por debajo de nosotros y a seis por delante. Las ventanas están ciegas.
—Tengo habitaciones en ese piso de arriba.
—¿Tenéis espacio para el carruaje?
Problema.
—Bien, sí, en la habitación mayor. Como a —maldición, ¿cuántos?— tres pies tras esos vidrios en la esquina. —Estoy dando por supuesto que el pie español de su época no es muy diferente del pie inglés.
Evidentemente no. Se inclina hacia delante, mira, calcula. Se me dispara el pulso. La piel se me llena de sudor. Tiene la intención de realizar un salto cuántico por el espacio (no, realmente no es por el espacio. ¿Alrededor?) y aparecer en el salón. ¿Qué pasa si aparecemos en medio de algo?
Oh, hizo experimentos en su retiro en las Galápagos. ¡Hacía falta valor! Hizo descubrimientos. Intentó explicármelos. Más o menos como lo entiendo, en palabras del siglo XX, pasas directamente de un conjunto de coordenadas espaciotemporales a otro. Quizá es por medio de un «agujero de gusano» —recuerdos vagos de artículos en Scientific America, Science News, Analog— y durante un momento tus dimensiones son igual a cero; luego, al expandirte en el volumen de destino, desplazas la materia que se encuentre allí. Con las moléculas de aire es evidente. Luis descubrió que si en el camino hay un objeto pequeño, se aparta a un lado. Si hay un objeto grande, la máquina, contigo a bordo, se pone al lado, desplazada con respecto al punto de destino. Probablemente se trate de un desplazamiento mutuo. Acción igual a reacción. ¿De acuerdo, don Isaac?
Debe de haber límites. Supongamos que acabamos en la pared. Clavos atravesándonos el estómago, estuco y yeso como bolas de cañón y una caída de tres metros sobre este pesado objeto.
—Que san Jaime nos acompañe —dice. Siento sus movimientos. ¡Vaya!
Aquí estamos, a unos centímetros sobre el suelo. Nos hace bajar. Aquí estamos.
La luz de la calle penetra débil por la ventana. Me bajo. Se me doblan las rodillas. Comienzo a andar. Me detengo. Su mano en mi brazo es como una tenaza.
—Parad —me ordena.
—Sólo quiero tener mejor luz.
—Me aseguraré de eso, mi dama. —Viene conmigo. Cuando le doy al interruptor y todo se ilumina se queda boquiabierto. Sus dedos me aprietan mucho—. ¡Ay! —dice, y mira a su alrededor.
Debe de haber visto luces eléctricas en Santa Cruz. Pero Puerto Ayora es una villa muy pobre, y no creo que mirase en los cuartos del personal de la estación. Intento verlo a través de sus ojos. Es difícil. Yo lo doy todo por supuesto. ¿Realmente cuánto ve, considerando lo extraño que es para él?
La moto ocupa la mayor parte de la alfombra. Se pega a la mesa, el sofá, el armario de entretenimiento y la estantería.
He tirado dos sillas. Cuarta pared, puerta abierta al pequeño pasillo. Baño y armario de la escoba a la izquierda, dormitorio y armario de la ropa a la derecha, cocina al final, esas puertas están cerradas. Cuartitos pequeños. Y apostaría a que nadie por debajo de un príncipe mercader vivía así en el siglo XVI.
Lo que le sorprende inmediatamente:
—¿Tantos libros? No podéis ser un clérigo.
Vaya, dudo que tenga un centenar, libros de texto incluidos. Y Gutenberg es anterior a Colón, ¿no?
—Qué encuadernación más pobre. —Eso parece renovar su confianza. Supongo que los libros todavía eran caros y escasos. Y no los había de bolsillo.
Agita la cabeza ante un par de revistas; las portadas deben parecerle totalmente chillonas. Nuevamente la dureza.
—Me mostraréis esta vivienda.
Lo hago, explicándole lo mejor que puedo. Ha visto (verá) grifos y baños en Puerto Ayora.
—Cómo deseo un baño —digo con un suspiro. Dame una ducha caliente y ropa limpia y podrás guardarte tu Paraíso, don Luis.
—Luego, si lo deseáis. Sin embargo, tendrá que ser delante de mí, como todo lo que hagáis.
—¿Qué? Incluso el… ¿incluso eso?
Está avergonzado pero decidido.
—Lo lamento mi dama, y mantendré el rostro apartado, aunque debo ver lo suficiente para asegurarme de que no preparáis ningún truco. Porque os creo un alma valiente y tenéis a vuestra disposición misteriosos dispositivos que no comprendo.